Rafael Loret de Mola
17/06/16
*A Presionar Todos
*La Ilusión de peña
*Zerón debe Irse ya
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Si hacemos cuentas sobre el abstencionismo real –sobre la lista inicial de 88 millones de empadronados-, los sufragios nulos y el 29 por ciento de las boletas cruzadas a favor del PRI en 2015 –siempre se ha estimado que “el voto duro” de este partido debía situarse entre el 30 y el 35 por ciento, sobre una afluencia a las urnas del setenta por ciento de los ciudadanos con credenciales, por lo cual es evidente que tal va para abajo-, sólo uno entra cada diez mexicanos mayores de dieciocho votos apoyaron a la entonces eufórica “mayoría” priísta cuyos repudiados aliados, el Verde y el PANAL, le entregaron la mayoría absoluta de la vigente Cámara baja.
Esto es: claramente la composición de la Legislatura NO corresponde, de modo alguno, al sentido y línea de los sufragantes ni, mucho menos, al de la de la ciudadanía en conjunto que, absteniéndose o no, marcó pautas muy distintas: precisamente castigar al PRI, retirarle el registro al Verde por su intolerante rebeldía ante las leyes del juego y el árbitro electoral y finiquitar al partido creado por una cautiva, elba esther gordillo morales, cuyo primer “pacto” fue negociar su salida de prisión basándose en una acta de nacimiento que le otorga mayor edad a la considerada en una segunda inscripción en el Registro Civil y con la cual la “maestra” presumía tener tres años menos.
¿Para qué tanto entuerto y tanto revoltijo? Si los partidos otrora opositores ya crecieron lo suficiente –el PAN y MORENA, específicamente-, no existe razón para seguir simulando el pluralismo basado en la concesión de curules y escaños para situar en ellos a los representantes ya no populares sino de las dirigencias de la partidocracia. Esto, en sí, se separa de cualquier fórmula democrática para situarse en el linde de la desvergüenza y la autocracia.
Sabemos ya que en el Instituto Nacional Electoral –pronto podría modificar sus siglas sustituyendo la “ene” por una “eme”, de mexicano, siguiendo la secuela de los grandes cambios del organismo-, las riñas son frecuentes ante la presencia de una elite, denominada el G-5 –no sé de donde viene la manía, en muchos clubs y grupos de contertulios frecuentes, de exaltar a unos miembros sobre otros como si se tratara de seguir con el juego internacional sobre potencias y satélites-, que se inclina por favorecer al peñismo, y al PRI, por encima de cualquiera otra razón de existencia. En este punto están anclados para luchar contra las altas mareas de una oposición insaciable que pretende arrebatar en las mesas lo que no supo defender en las urnas. Pero, además, observamos cómo la distribución de posiciones de cargos de elección popular –es un decir-, se manosea a tal grado que un partido que gana curules de mayoría y una votación global mayor, es el caso de MORENA, se queda rezagado frente a otro de acompañamiento, el repelente Verde antiecológico y más bien escatológico, cuya alianza con el partido en el poder le redituó 41 curules –el número “mágico” para algunos-, sin el menor merecimiento y sin que la población conozca a quienes han surgido del clan familiar de los González Torres y otros arrimados en un auténtico de carrusel de sufragios. Las revolturas con las matemáticas políticas –el apellido es porque en esta línea la ciencia no es exacta-, dan al traste con cualquier intención de limpieza.
Y lo mismo ahora, en la Ciudad de México: pese a haber ganado los comicios para integrar la Asamblea Constituyente –o el Congreso mejor dicho-, la MORENA de López Obrador será minoritaria a pesar de que, por ejemplo, el PRI no ganó un solo distrito y el PAN uno nada más. Con todo ello, tales partidos, además del desmantelado PRD, tendrán mayor representatividad por los diputados que, de manera directa y oficiosa, se reservaron el presidente de la República, el Congreso y la jefatura del gobierno citadino.
En fin, los golpes, acrecentados en este 2016, han sido secos y rotundos; y la peor parte se observa en la penosa rendición de los medios de comunicación, salvo honrosas excepciones, que ocultaron las reacciones en buena parte de las entidades federales –no sólo en donde se renovaron gubernaturas-, atenaceadas por un amoral concepto del modelo, con tendencias a reafirmar los cacicazgos herencia de los antiguos caudillajes aldeanos, y la consiguiente represión de la voluntad general. Y así, tan sencillamente, se consumaron los hechos que para muchos, incluyendo a este columnista, son inaceptables e ilegítimos. Vivimos en la democracia de los “trust”, o de las mafias que es más o menos lo mismo.
Hace unos días conversé con mi colega y amigo, especialista en cuestiones electorales, Eduardo Huchim May, quien fue consejero en el IEDF por un periodo y se quedó como tratadista perenne del tema, siempre confiable por su honestidad, acerca del imperativo de suprimir de tajo las posiciones plurinominales o de representación proporcional considerando, precisamente, que tales han sido, hasta hoy, una especie de camuflaje para aparentar un pluralismo de escaparate sin pocas mercancías por exhibir. Si hay cuatro partidos ya capaces de ganar posiciones de mayoría, como se ha demostrado, ¿para qué extender a quinientos el número de diputados más los ciento veintiocho senadores cuyo periodo se consume en seis años y no en tres como los primeros, la primera grave confusión que se nos aparece? ¿Hay alguna razón de fondo para que unos cubran un periodo sexenal entero y otros sólo la mitad? No hay quien pueda responder a esta pregunta con solvencia salvo el lugar común de la renovación legislativa con “personajes frescos”… quienes, en muchos casos, llevan veinte o más años saltando de una curul a un escaño y viceversa. Pero siempre quedan, a lo largo, tres ciclos por cubrir.
Me sorprendió cuando Huchim me argumentó una posición que él consideró “radicalmente opuesta”:
–Estimo que todas las diputaciones y senadurías deberían ser de representación proporcional, suprimiendo las de minoría. No me importa el número –pueden ser trescientas, cortando de tajo a doscientas-, sino que la ciudadanía elija entre una lista a quienes consideren mejores y sobre los votos porcentuales obtenidos por cada partido se determinaría cada posición legislativa.
Me recordó, un poco, a la propuesta de Carlos Castillo Peraza, cuando mantenía derecho de picaporte entre los gobiernos priístas siendo el icono intelectual del panismo, acerca de que debiera otorgarse al partido que obtuviese el treinta por ciento o más de los sufragios la posibilidad de integrar una mayoría absoluta y dar con ello señas de gobernabilidad.
–De acuerdo a las matemáticas elementales –le dije- cabría la posibilidad de que tres partidos obtuvieran, por ejemplo, el 33 por ciento. ¿Cómo se integrarían sendas mayorías en las Cámaras?
Sin sorprenderse gran cosa, ni mirarme –siempre escondía la vista para no medir a sus interlocutores ni medirse él-, me respondió, sereno: