Desafío

Rafael Loret de Mola

17/09/15

*Los Siguientes Pasos
*El Clóset de Mancera
*Y Cuándo Preguntarán

Bien sabemos que, en México, todos formamos parte de alguna minoría incluyendo el presidente de la República quien parece haber olvidado los números con los cuales obtuvo su victoria electoral en 2012: enrique peña nieto obtuvo sólo el 38.21 por ciento de los votos, apenas un porcentaje superior al obtenido “oficialmente” –más bien fraudulentamente- por calderón –minúsculas- en 2006 cuando se le atribuyó el 35.80 por cierto; y Andrés Manuel López Obrador logró el 31.5 por ciento esto es abajo del 35.31 por ciento obtenido en 2006 según el manoseado Instituto Federal Electoral, hoy INE. En todos los casos, sumando los votos en contrario sobre cada una de las corrientes partidistas, la mayoría perdió lastimosamente sin que, hasta la fecha, se legisle sobre la posibilidad de crear la instancia de las “segundas vueltas” para asegurar, al menos, la mitad más uno de los sufragios a favor de alguno de los candidatos “finalistas”.
En una nación tan plural que las minorías somos todos, parafraseando al lema proselitista de lópez portillo por si alguien lo recuerda, parece incongruente, como lo hace el presidente, asumirse jefe de las mayorías cuando, en realidad, no es así: la mayor parte de los mexicanos está dispersa entre distintas opciones, incluso radicales y hasta anarquistas, y no son favorecedores del gobierno en curso, mucho menos cuando se insiste en la discrecionalidad presidencial para la toma de decisiones estratégicas e históricas, como las reformas conocidas, sin los consensos mínimos entre la población que, al parecer, sólo tiene derecho a ser informada, con propaganda excesiva y unilateral, a “toro pasado”, esto es cuando los tiempos para el debate se agotaron y sólo queda la ruta de las protestas. De este pecado deviene cuanto paraliza al México de hoy que ya cumple doscientos tres años de vida independiente sin alcanzar la mayoría de edad en materia política. Debemos ser, todos, retrasados mentales o párvulos de lento aprendizaje, con perdón de quienes sufren alguna insuficiencia neurológica.
Atorados estamos todos, rehenes sin escapatoria alguna ante la declive económica que marca la desaceleración económica –si bien heredada pero atizada por la ausencia de decisiones sabias y oportunas- y la salida de capitales hacia el exterior –a la par con lo sucedido en 1982, el año del “saqueo”-, como pretexto para una reforma hacendaria que pretende “bolsear” a los mexicanos, a todos y no sólo a los ricos como se dicen aunque éstos se quejen con fuerza, para obtener recursos para, dicen, “cumplir” los compromisos de campaña de enrique peña cuando ya casi pasan de largo tres años de los seis previstos. Antes, la apuesta fue por asegurar la gobernabilidad mediando un “Pacto por México” que habría de convertirse en permanente arma de chantaje en manos de los opositores dispuestos a estrujarlo de acuerdo a sus conveniencias. Una buena intención que dibujó el rostro de una administración fallida.
Ya hablamos de los efectos de la reforma hacendaria sobre los empresarios y quienes dependen de ellos. La relación entre ellos seguirá igual salvo que hubiese una revolución troskysta, ahora que están tan de moda Frida y Diego, de inimaginables consecuencias; por ello, claro, apostar porque se creen empleos desde el sector privado es una de las pocas salidas con certidumbre real en la perspectiva de una nación empobrecida por el liberalismo social y las fórmulas del Fondo Monetario Internacional que tanto conoce el gobernador del Banco de México, Agustín Cartstens Carstens, recién propuesto para su reelección y quien fue vicepresidente del FMI antes de incorporarse al gabinete presidencial y luego asegurado en un cargo transexenal –no transexual, amigos correctores-.
Ahora es necesario seguir la línea de los grandes especuladores, de los que Carstens seguirá siendo cabeza gracias a sus academias personales, para entender cuanto se nos viene encima, sobre todo al estrecharse ciertas complicidades de muy alto nivel alentadas desde la ultra derecha y con continuidad bajo el régimen actual; sería deshonroso considerar que la ingenuidad le ganó la partida a los economistas del régimen actual, en caso de negarse la auténtica fe de hechos. Por desgracia, lo que sí se mantiene es la falacia, cuya expresión política es la demagogia, basada en un optimismo ramplón, sin bases, con augurios fantásticos como aquel de la era lópezportillista sobre “administrar la abundancia”.
Tras el anuncio de la reforma hacendaria, que tantas protestas concitó entre los grandes empresarios de nuestro país, ahora viene una nueva escalada por la plata, el metal preciado para los mexicanos –seguimos siendo el principal productor del mismo aun cuando los mineros prosigan labores en una especie de inframundo laboral-, cuya utilidad industrial y científica es muy superior a la del oro, más valorado en los mercados pero menos rendidor en cuanto a sus reales posibilidades fuera del ornato. Tengo informes precisos acerca de las limitaciones del oro –pese a su desmedida extracción en regiones como la de Iguala y Cocula-, que puede reciclarse casi todo por lo que es muy sencillo sustituirlo sin afectar la economía… salvo la de los ahorradores muy ricos que podrían arrojarse por las ventanas de Wall Street como sucedió en 1939 durante la llamada “gran recesión”, el verdadero origen de la intervención estadounidense en la Segunda Guerra Mundial.
Por algo, el gran imperio del norte necesita tanto de la guerra e insiste en sus impertinencias bélicas como la de atacar a Siria, poniendo en riesgo la paz general y la economía de Europa por la llegada sin límite de refugiados sin nada siquiera para iniciar otra vida, bajo argumentos poco convincentes sobre el uso de armas químicas por parte de un gobierno sin moral –en esto coincidimos; no en cercenar el principio toral sobre la autodeterminación de los pueblos que jamás ha comprendido ni seguido la pomposa Casa Blanca aunque la pueble una familia de color-; fue el mismo pretexto el que llevó al triunvirato de mediocres, Bush en los Estados Unidos con toda la fuerza, Tony Blair el laborista defensor de la monarquía, y el chaplinesco español José María Aznar, quien se sumó para sacar tajada de la sangre derramada, al invadir a Irak en 2003, derrocar al dictador Saddam Hussein ejecutado a mansalva, luego de un juicio evidentemente contaminado por la parcialidad y el odio promovido desde occidente, y aprovechar las reservas petroleras en manos de aquel gobierno incluyendo las de Kuwait repartidas entre un puñado de jeques. Los hechos no se discuten.
Todavía, en Inglaterra, el derrocado Blair no puede quitarse de encima el estigma de haber participado en una operación, la de Irak, sin base moral alguna aunque se tratase de perseguir a un tirano. Insisten sus detractores en que él fue quien llevó a su país hacia una invasión “ilegal”, a contrasentido de la posición de la ONU, por sus nexos oscuros con las agencias de inteligencia de los Estados Unidos. Acaso por ello, al retirarse del cargo de primer ministro, en 2007, luego de una década de intríngulis muy hondos, ha optado sólo por dar conferencias y visitar foros incondicionales en la Unión Americana. Ya lleva seis años en ello sin que caiga sobre él flagelo judicial alguno pese a la reacción de sus compatriotas.

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