Nuestros Columnistas Nacionales


De política y cosas peores


Armando Fuentes

02/09/2018

¿Te gustaría tener sexo perfecto?”. Esa atrevida pregunta le hizo Inepcio a Dulciflor. Estaban en El Ensalivadero, solitario lugar al que acudían las parejas a hacer lo que los americanos llaman “necking”, palabra que, al decir de Groucho Marx, quien la inventó no tenía ningún conocimiento sobre anatomía. Cuando Inepcio le preguntó si quería tener sexo perfecto Dulciflor respondió tajantemente: “No”. Él se alegró. Le dijo a la muchacha: “Entonces estás con el hombre adecuado”. Lord Highrump les narraba a los socios del Gentlemen s Club sus aventuras cinegéticas en África: “Mi instinto de cazador, queridos compañeros, me hizo presentir que el león estaba cerca. Aparté cuidadosamente los arbustos con el cañón de mi rifle Magnum y, en efecto, vi a la fiera. Se hallaba a menos de 30 centímetros de mi cara. Ya se imaginarán ustedes lo que sentí cuando el león me hizo: ¡¡¡Prrr!!! “. Intervino uno de los oyentes: “Los leones no hacen Prrr . Hacen Grrr “. Aclaró lord Highrump: “Éste se hallaba de espaldas”. Simpliciano, muchacho sin ciencia de la vida, no dio crédito a sus amigos cuando le dijeron que Pirulina, de quien él estaba perdidamente enamorado, había tenido dimes y diretes con todos los hombres del pueblo en edades comprendidas entre los 18 y los 60 años, menos con él. “¡Eso es falso! -negó el ingenuo joven con vehemencia-. ¡Piru es pura! ¡A la belleza de su rostro añade la hermosura de su alma! ¡Es casta y honesta! ¡Su virtud no ha sido maculada nunca ni siquiera por un mal pensamiento!”. Al oír esas efusivas expresiones los amigos soltaban el trapo de la risa, pues todos conocían bien a Pirulina: le habían numerado los lunares de su cuerpo y se sabían de memoria hasta las más recónditas comarcas de su geografía. Uno le sugirió al cándido muchacho: “Este domingo invita a Pirulina a tu departamento y trátale el punto. Verás que no sólo te da eso, sino también la coma, el punto y coma, y todo lo demás que le pidas. Así sabrás que tu dulcinea tiene un impedimento del habla: jamás ha podido decir no “. Aunque en modo reluctante Simpliciano aceptó hacer la prueba y, en efecto, invitó a Pirulina a que lo visitara en su departamento el siguiente domingo por la noche. Llegó ella, puntual. Como sabía el buen concepto en que su enamorado la tenía llevó un vestido cuasi monjil que le cubría desde el cuello hasta los pies; unos zapatos de piso y un viejo bolso que perteneció a su abuela. Después de una copita de rompope y un rato de conversación Simpliciano le trató el punto. “¡Ah no! -rechazó la sugerencia Pirulina, enérgica-. ¡Es domingo, y no voy a hacer hoy lo mismo que hago todos los días!”… Don Gerontino, señor de 80 años, casó con Cosho Totas, cuarentona en su jugo y dueña de poderosos atributos que entretener podrían a todo un regimiento. Los hijos del provecto desposado se preocuparon mucho por aquellas desiguales bodas. Temieron que su anciano genitor dejara los alientos de la vida en el tálamo del himeneo. Así, cuando los esposos regresaron del viaje nupcial los muchachos se reunieron con su padre y le preguntaron cómo le había ido. “No muy bien -respondió don Gerontino con tristeza-. He perdido facultades, y tuve problemas para hacer el amor con mi mujer”. “Eso es muy explicable, padre -trató de consolarlo uno de los hijos-. A tu edad la potencia sexual ya no existe, o ha disminuido hasta casi desaparecer”. “Con la potencia sexual no tuve ningún problema -precisó don Gerontino-. Hacíamos el sexo maravillosamente bien. Pero después de cada acto de amor yo batallaba mucho para recordar el nombre de la muchacha y preguntarle si quería que se lo hiciera por segunda vez”. FIN.

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