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De política y cosas peores


1/09/2018 – «¡Mal hombre! ¡Infame! ¡Descastado! ¡Miserable! ¡Bribón! ¡Rastrero! ¡Vil!». Todos esos calificativos le espetó doña Macalota a don Chinguetas, su marido, cuando lo sorprendió en el lecho conyugal refocilándose con una espléndida morena cuyas exuberancias anatómicas saltaban a la vista, y más al tacto. Tranquilo, poniendo cara de extrañeza, habló el señor: «¿Por qué me dices esas cosas?». «¿Cómo por qué? -rebufó la airada cónyuge-. ¿Te atreves a traer a mi cama a otra mujer?». Don Chinguetas acentuó más su gesto de confusión: «¿Cuál mujer?» -preguntó volviendo la vista a todas partes. «¿Que cuál mujer dices, infeliz? -clamó doña Macalota en parasismo fúrico-. ¡La que está ahí contigo, desgraciado». «Aquí no hay ninguna mujer» -repuso con absoluta flema el abarraganado. «¿Cómo te atreves a decir tal cosa, descarado, cínico? -rugió la señora-. ¡Si la estoy viendo con mis propios ojos!». Dijo entonces don Chinguetas con tono de reproche: «Eso es lo que no me gusta de ti, Macalota. Les haces más caso a tus ojos que a mí». «El camino es por la izquierda, señor Presidente». En cierta ocasión López Mateos visitó la empresa Altos Hornos de México, en Monclova, a fin de inaugurar un nuevo horno. El autobús en que iba el mandatario entró a la planta por un camino que se bifurcaba. Había que dar vuelta hacia la izquierda, y los trabajadores pusieron aquel anuncio cargado de intención política. Por cierto -permítaseme una digresión- antes de la inauguración del dicho horno un ingeniero advirtió a los presentes que en el momento en que el Presidente oprimiera el botón que iba a ponerlo en servicio se produciría una fuerte explosión. No había motivo de alarma, sin embargo; podíamos estar tranquilos; no existía riesgo alguno. Los encargados de la seguridad del mandatario estaban papando moscas -papar significa comer alimentos blandos que no necesitan ser masticados-, y no oyeron la explicación. Apretó el botón López Mateos y se produjo la explosión anunciada. Todos permanecimos en nuestro sitio, menos los guardias presidenciales, que sin acordarse de la persona del Presidente salieron a todo correr para ponerse a salvo. A lo que voy es a decir que en este tiempo el camino ha de ir también por la izquierda. Haciendo a un lado toda demagogia, y sin caer en extremismos populistas, tanto López Obrador como los legisladores pertenecientes a su partido deberán gobernar y legislar en modo que beneficie principalmente a los pobres de México, cuyas deplorables condiciones de vida están clamando al cielo por su injusticia, y porque se agravan cada día más. El lema: «Los pobres primero» ha de ser algo más que un mero eslogan de campaña. En tiempos de López Mateos se habló de una «izquierda atinada dentro de la Constitución». Así debe ser esta nueva izquierda, la de López Obrador: atinada también y siempre, siempre, siempre dentro de la Constitución. Durante su noviazgo, que duró 5 años, tanto él como ella sofrenaron sus instintos naturales y se mantuvieron dentro de los estrechos límites de la castidad. Así, cuando se casaron y estuvieron por fin solos en la habitación del hotel, dieron libre curso a sus deseos, tan largamente contenidos, y se entregaron con pasión urente a consumar sus nupcias. Lo hicieron con tal fogosidad que la cabecera de la cama empezó a pegar con fuerza en la pared. El ocupante de la habitación vecina, molesto por esos ruidos, dio también golpes en la pared para mostrar su enojo. El galán le dijo a su acezante dulcinea: «Debemos contenernos, Nalgarina. El vecino de al lado ya protestó». Respondió ella: «Tú síguele, Afrodisio, y dale más aprisa. Ha de estar clavando un clavo». FIN.

MIRADOR.

Leí un cuento que, como todos los buenos cuentos, me puso a reflexionar.
El relato tiene todos los visos de ser apócrifo, pero lo pongo aquí porque pienso que mis lectoras y lectores lo deben conocer. Sobre todo mis lectores.
Había un sujeto que se ganaba la vida vendiendo partes del cuerpo humano: cabezas, brazos, piernas; todo lo demás.
Cierto día llegó a su tienda un hombre que le preguntó si por casualidad tenía un cerebro.
-Me acaban de llegar dos -respondió el comerciante-. Uno de hombre y otro de mujer.
Preguntó el comprador:
-¿Qué precio tienen?
Le informó el otro:
-El cerebro de hombre cuesta un millón de pesos. El de mujer 500 mil.
Quiso saber el cliente:
-¿Por qué el cerebro de hombre cuesta más que el de mujer?
Explicó el vendedor:
-Porque el de mujer ha sido muy usado, y el de hombre todavía está sin estrenar.
¡Hasta mañana!…

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