Nuestros Columnistas Nacionales
De política y cosas peores
27/08/2018 – «Este pueblo ocupa el segundo lugar en adulterios». Así dijo a sus feligreses el padre Arsilio, preocupado, tras conocer un informe de la diócesis. Levantó la mano doña Facilisa: «Y podríamos tener el primero, señor cura, pero hay algunas que no cooperan». Pirulina se inscribió en un club nudista. «Ahí aprendí -les comentó a sus amigas- que la Declaración Universal de los Derechos del Hombre está completamente equivocada». «¿Por qué lo dices?» -se extrañó una. Respondió Pirulina: «No todos los hombres son iguales». Un amigo de Babalucas le contó: «Tengo un telescopio de extraordinario alcance. Aunque vivo a un kilómetro de tu casa pude ver perfectamente a través de tu ventana, ayer por la tarde, cómo hacías el amor con tu mujer». «Éjele! -se burló Babalucas-. Tu telescopio no sirve. La tarde de ayer no estuve en mi casa». Anoche fui al cine. Muy raras veces voy. La última película que vi en función de estreno, antes de ver la que ayer vi, fue una que se llamaba, si no recuerdo mal, «El cantante de jazz». La que acabo de ver es «La esposa», con Glenn Close. Tiene trama, como me decía al recomendarme un DVD aquel chico simpático y gordito que me atendía en Gandhi. Trata ese film el tema de la difícil posición de la mujer en una sociedad dominada por los hombres. Pese a todas las luchas feministas prevalece todavía un oscuro atavismo que pone en situación de superioridad al macho de la especie humana sobre la hembra. Cuando la mujer reclama su derecho a cumplir otra función aparte de la tradicional de dedicarse por completo al cuidado del marido y los hijos, el hombre resiente esa libertad. Dice un dicho mexicano (mexicano tenía que ser): «Desque mi mujer trabaja, de pendejo no me baja». (Ese «desque» equivale a «desde que.»). En estos días hemos visto un caso que ilustra las dificultades que la mujer afronta para poder cumplir su vocación personal y al mismo tiempo velar por su hogar y su familia. No conozco personalmente a Tatiana Clouthier. Conocí a su padre, el Maquío, y lo traté en el tiempo de su lucha contra los abusos del Estado. Apoyé con vehemencia su candidatura presidencial, y lamenté mucho su temprana muerte. He visto cómo sus hijos -sus hijas particularmente- han seguido su ejemplo, y hacen aportaciones de gran valor a la vida cívica de México. Pienso que la señora Tatiana actuó con acierto cuando declinó el nombramiento que en su persona hizo López Obrador, de subsecretaria de Gobernación, a fin de poder dedicar tiempo a su familia, que vive en Monterrey. En vez de aceptar ese importante cargo ocupará su curul de diputada, lo cual le permitirá participar en la vida nacional sin demérito de sus tareas de esposa y madre. O sea que rechazó una elevada posición en la política con tal de no alejarse de los suyos. La decisión que hubo de tomar, y que merece aplauso, ilustra claramente lo difícil que es para la mujer conciliar sus aspiraciones personales con sus deberes de familia; cumplir su plan de vida sin mengua de las funciones derivadas de su hogar. Eso, generalmente, no representa ningún problema para el hombre. Alabo la determinación de Tatiana Clouthier, y sé que desde la función legislativa seguirá buscando lo mismo que buscó su padre: el bien de México. Un individuo apellidado Jackoff le comentó a un amigo: «Para nosotros los solteros se ha vuelto sumamente complicado eso de hacer el amor. En primer lugar sale muy caro. Luego, tienes que dedicarle mucho tiempo. Y por último está el riesgo de contraer alguna enfermedad venérea. He optado entonces por recurrir al método norteamericano». Preguntó el amigo: «¿Qué método es ése?». «Do it yourself -replicó Jackoff-. Hágalo usted mismo». FIN.
MIRADOR.
Variaciones opus 33 sobre el tema de Don Juan.
En la literatura -ese retrato de la vida- no ha existido seductor más grande que el español Don Juan.
Tampoco en la vida -ese retrato de la literatura- ha habido seductor que se le iguale.
Comparados con él, Bradomín, Mañara o Casanova son meros aprendices.
Un cierto mozo aspiraba a ser seductor. Ignoraba que los seductores, como los poetas, no se hacen: nacen.
Así, le preguntó a Don Juan:
-Maestro: ¿cómo pudiste seducir a tantas mujeres?
-Fue muy fácil -respondió con una sonrisa el sevillano-. Siempre dejé que ellas me sedujeran.
¡Hasta mañana!…