25/08/2018 – «Mi esposa se fugó con mi mejor amigo». Así le dijo un tipo a otro en el conocido bar Ahúnda. «¡Qué canallada!» -se indignó el otro-. ¿Quién es tu mejor amigo?». Respondió el tipo: «No lo sé. Ignoro con quién se fugó mi esposa». La caravana de pioneros que iban al Lejano Oeste puso en círculo sus carros, pues los rodeó una numerosa banda de indios belicosos. Tan pronto se ocultó el sol empezaron a sonar los tambores de los pieles rojas. El guía de la caravana le dijo lleno de preocupación al jefe de los pioneros: «No me gusta nada el sonido de esos tambores». Se oyó la voz de uno de los aborígenes: «Es que hoy no vino nuestro percusionista titular». Doña Gules P. di Gree, señora de la alta sociedad, fue a confesarse. Lo hizo a la hora de la misa, para que la gente viera que cumplía las prescripciones de la Santa Madre Iglesia. Le dijo al confesor: «Acúsome, padre, de que todas las noches dejo que suba a mi cama un pastor alemán». Repuso el sacerdote: «Costumbre no muy higiénica es ésa de dormir con un perro, pero tal acto, si bien poco recomendable, no figura en la lista de las 114,875 acciones que constituyen pecado según el Padre Raboteux, canónigo penitenciario de la catedral de Saut-de-Loup». «No me entendió usted bien, señor cura -aclaró doña Gules-. Acúsome de que todas las noches dejo que suba a mi cama un predicador germano». La que fue ayer aplanadora se mira hoy aplanada. El otrora poderoso PRI; el «partidazo» que decían algunos; la granítica organización política de la cual salían desde el Presidente de la República hasta el regidor suplente de interino sustituto provisional de Cuitlatzintli, se mira ahora reducido a su mínima expresión, y es parte de esa que se nombra «chiquillada», prácticamente con igual dimensión que el PES o el PT, ambos en trance de perder su registro para falta de sufragios. ¡Quién hubiera dicho que el partido tricolor se vería alguna vez descolorido! Los que vivimos la mayor parte de nuestra vida bajo el dominio del llamado partido de la Revolución pensamos que le era aplicable la frase que los romanos usaban para aludir a lo que no podía cambiar: «Sic semper erat; sic semper erit». Así ha sido siempre; así siempre será. Ahora sabemos que al PRI le convenía más bien la admonición contenida en aquel dicho de pueblo: «Te veré en el baratillo, sarape de Saltillo», según el cual hasta la más lujosa prenda -lujosísima es un sarape saltillero- llegaría a verse alguna vez en situación aflictiva, lo mismo que el más rico magnate podía caer en la miseria y el más encumbrado hombre podía quedar reducido a la más baja condición. «Aprendan, flores, de mí.». Y aprendan todos del PRI. Don Hamponio, delincuente consuetudinario, llevó una noche a su mujer a pasear por el centro de la ciudad. La señora vio en el escaparate de una joyería un fino collar de perlas y le dijo a su marido: «Me gustaría tenerlo». Don Hamponio tomó una piedra, con ella quebró el vidrio del aparador y le entregó el collar a su mujer. Poco después la señora vio en otra tienda un reloj caro, y le dijo a su marido que le gustaba mucho. Don Hamponio tomó otra piedra, rompió el cristal y le dio el reloj a su consorte. Luego fue un bolso lo que le gustó a la señora. «Bueno, mujer -se irritó don Hamponio-. ¿Tú crees que las piedras se dan en árboles?». Florilí, joven soltera, no hallaba cómo decirle a su novio Fecundino que creía estar embarazada. Por fin se decidió y le comunicó tímidamente: «Nino: hace dos meses que no me enfermo». El tal Nino le dio una gran palmada en la espalda y le dijo alegremente: «¡Así me gustan! ¡Sanotas!». FIN.
MIRADOR.
Yo creo en los milagros.
Todos los días veo por lo menos uno.
El último se me presentó ayer en el portal de la vieja casona del Potrero de Ábrego.
Estaba yo leyendo en mi equipal. La mañana era clara. El sol brillaba sobre el picacho de Las Ánimas. Un vientecillo fresco bajaba del alto monte llamado el Coahuilón. Se oían a lo lejos las voces de los niños de la escuela que recitaban las tablas de multiplicar, y se escuchaba la canción del agua en la cercana acequia.
Y he aquí que de pronto llegó un colibrí y se puso a volar frente a mí, a no más de medio metro de mi cara. Me pareció que me examinaba con curiosidad, como a criatura extraña. Pude ver el brillo de sus ojitos diminutos y el iris de sus plumas verde azules. Después de contemplarme por un minuto que me pareció una hora el pajarillo se dio por satisfecho y continuó su vuelo por el mundo.
Me quedé extático. Si me hubiera visitado el Papa no habría sentido esa emoción. Los milagros existen, eso es cierto, pero no todos los días llegan a tu casa.
¡Hasta mañana!…