Nuestros Columnistas Nacionales
De política y cosas peores
18/08/2018 – CIUDAD DE MÉXICO .-La esposa de don Languidio Pitocáido, señor de edad madura, le dijo a su vecina en tono de queja: «Hace dos semana que mi marido no me toca». Opinó la vecina: «Dos semanas no es mucho». Precisó la señora: «Dos semanas santas». Declaró don Astasio: «Las minorías merecen respeto». «Qué bueno que pienses eso -se alegró su esposa Facilisa-, porque leí que el 92 por ciento de las mujeres de mi edad les son fieles a sus maridos, y yo estoy en la minoría». Susiflor le contó a Rosibel, su compañera de cuarto: «Anoche salí con Lovigildo. Al principio se portó como un caballero, pero luego estuvo maravilloso». Mi abuela Liberata -mamá Lata- era mujer sabia. Carecía de saber, pero era dueña de sabiduría. El saber se adquiere en libros; la sabiduría sólo la dan los años bien vividos. A sus hijos en trance de buscar esposa les decía: «Hijos: la mujer por lo que valga, no por la nalga». Y les aconsejaba: «Búsquense una muchacha de buen fondo». Mi tío Rubén, quien sería padre del inolvidable Profesor Jirafales, objetaba: «Pero, mamá: el fondo ¿quién se los ve?». (Esa prenda, el fondo, en otros lugares es refajo y en el sureste se llama fustán). A sus hijas en edad de merecer mamá Lata les recomendaba: «Antes de casarse abran muy bien los ojos. Después ciérrenlos un poquito». Pues bien: pienso que en el matrimonio entre los empresarios y López Obrador los señores de la iniciativa privada están cerrando los ojos un poquito. Alfonso Romo, quien fungió de Cupido en esa unión que se antoja un tanto morganática -vale decir irregular-, ha dicho que la luna de miel había entre los señores del capital y el Presidente electo, se ha convertido ahora en matrimonio con todas las de la ley. Creo que el tal casorio no dejará contentos ni a los partidarios de la libre empresa, que verán en ese acercamiento con AMLO un peligroso abandono de la actitud crítica y vigilante que los empresarios deben tener como personas libres, sin ataduras con el poder estatal, y tampoco satisfará a los izquierdistas, que percibirán en la melosa relación entre el representante de los pobres y los señores del dinero una claudicación por parte de su adalid de los principios del intervencionismo estatal que ha postulado. Desde luego es deseable una buena relación entre el empresariado y el gobierno, pero esa relación debe servir para que los empresarios, en vez de cerrar los ojos, ayuden a que los abra López Obrador, y lo orienten con todo el herramental técnico de que disponen en asuntos que no parecen ir bien encaminados, como ése de someter a consulta popular lo del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, cuestión de altísima complejidad que no puede ser resuelta por votación de pueblo, o lo del Tren Maya, que más que un proyecto viable y bien planeado parece una ocurrencia más del tabasqueño. Yo tengo para mí que el matrimonio entre los empresarios y AMLO acabará en divorcio, pero no adelanto vísperas ni quiero presagiar catástrofes, antes bien deseo vivamente equivocarme, y que tanto los señores de la iniciativa privada como el nuevo Presidente trabajen juntos y en armonía por el bien de México. Don Arsilio sorprendió a su sacristán Cerelio sustrayendo el dinero de la limosna. «¡Bribón! -le reclamó enojado-. ¿Cómo te atreves a robarle su dinero al Señor?». «No se lo estaba robando, señor cura -contestó el rapavelas-. Como soy tan viejo pensé en llevárselo personalmente». El joven esposo le estaba haciendo el amor a su mujercita. En el deliquio de la sensual pasión le dijo en arrebato erótico: «¡Mi amor! ¡En estos momentos no me cambiaría ni por Luis Miguel!». «¡Ay! -respondió ella-. ¡Qué malo eres!». FIN.
MIRADOR.
«. Cantando la cigarra pasó el verano entero.».
No se le debe reprochar: había trabajado toda la primavera; tenía pues derecho al canto, que es lo que le gustaba hacer después de trabajar.
La primavera de la vida, en efecto, es para eso: para trabajar. Pero después del trabajo viene la canción, vale decir, el descanso, el placer. Y el placer y el descanso lo encontraba la cigarra en cantar.
Después vendría el otoño, que es para el reposo.
Y luego el invierno, que es para el recuerdo.
Trabajemos, pues, en primavera, como la cigarra.
Cantemos luego en el verano, igual que ella. Reposemos después nuestras fatigas. Y al final recordemos el pasado.
No hagamos como la hormiga, que trabaja en la primavera, trabaja en el verano, trabaja en el otoño y trabaja en el invierno.
Eso, quizás, es saber trabajar.
Pero no es saber vivir.
¡Hasta mañana!…