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De política y cosas peores
9/08/2018 – La linda secretaria habló con su jefe: «Le tengo dos noticias, don Algón: una buena y una mala». «¿Cuál es la buena?» -inquirió el ejecutivo. Le informó la muchacha: «No es usted estéril como creía». Konfurio, campeón municipal de karate, casó con una chica de exuberantes prendas corporales. La noche de las bodas el karateca se puso junto al tálamo nupcial en posición de ataque; gritó: «¡¡¡Yaaaa!!!», y luego se lanzó sobre su dulcinea. Un minuto después ella le preguntó con tono desolado: «¿Ya?». Un joven soldado regresó a su casa después de un año de servicios en el extranjero. Al día siguiente de su llegada les contó a sus amigos en el bar: «Cuando llegué lo primero que hicimos mi mujer y yo fue follar, follar y follar. Luego recogí mis maletas y entramos en la casa». Andrés Manuel López Obrador tiene cualidades que pueden hacer de él un buen Presidente. Andrés Manuel López Obrador tiene defectos que pueden hacer de él un mal Presidente. Posee experiencia de gobierno; conoce como nadie el país y las necesidades de sus habitantes, especialmente de los pobres; da imagen de honestidad y austeridad republicanas; demuestra amor a México y preocupación por mejorar la situación del pueblo. Pero es autoritario; mesiánico; populista; excesivamente ambicioso de poder y absolutista. Se advierten desde ahora en él indicios de que eventualmente podría buscar perpetuarse en el poder, ya por sí, ya a través de interpósita persona, y que intentaría establecer un maximato que anularía los avances democráticos y nos haría regresar a los tiempos de la dominación priista, y en un extremo nos llevaría a un régimen semejante a los que ahora sufren Venezuela y Nicaragua. Lo que digo no es caer en meras especulaciones ni hacer oscuros vaticinios de catástrofes. Es observar la realidad de un político fuera de serie que tiene todos los visos de un caudillo y que llega a la Presidencia investido de un poder incontrastable, sin frenos ni contrapesos frente a él, y dueño de un auténtico apoyo popular que ningún político ha tenido desde los tiempos de Lázaro Cárdenas. Aun a riesgo de ser tildado de quimerista, fantasioso o alarmista, el escribidor enciende un pequeño foco de alarma para advertir que tanta concentración de poder en una sola persona puede acarrear daños de consideración a México. El apego a las vigentes formas constitucionales y a las prácticas democráticas recientemente conquistadas será lo mejor que le podrá suceder a la República. Y será también lo mejor que le podrá suceder a López Obrador. Don Astasio llegó a su casa después de su jornada de diez horas de trabajo en la Compañía Jabonera La Espumosa, S.A. de C.V-. Colgó en la percha su saco, su sombrero y la bufanda que usaba aun en los días de calor canicular y seguidamente se dirigió a su alcoba a fin de reposar unos minutos antes de la cena. Lo que ahí vio le quitó el apetito. He aquí que su esposa Facilisa estaba entrepernada con un sujeto en quien el cuclillo reconoció al técnico de la televisión. «¡Ah, joven noneco! -clamó don Astasio dirigiéndose al mancebo-. ¡Por eso no has arreglado el aparato después de cuatro meses de venir todos los días a la casa! ¡Eso de la refacción que tardaba en llegar de Rusia era una vil mentira! Pondré el caso en conocimiento de la Profeco». Dicho eso fue al chifonier donde guardaba una libreta en la cual solía anotar palabras denostosas para banir a su mujer con ellas. A su regreso le espetó a la pecatriz las últimas que había registrado: «¡Quillotra! ¡Trestiga! ¡Marranchona!». «¡Ay, Astasio! -replicó doña Facilisa con tono quejumbroso-. ¡Tienes un mal día en la oficina y vienes a desquitarte conmigo!». FIN.
MIRADOR.
Esta manzana color de grana y oro tiene nombre de mujer.
Se llama Celia.
Algunos dicen que es la primera que se cultivó en la Sierra de Arteaga, de Coahuila, antes de que llegaran las variedades de Estados Unidos con sus sonoros nombre: Golden; Red Delicious. No sabría decirlo. Sí sé que desde niño ya conocía yo las manzanas Celia, lo mismo que las manzanitas sanjuaneras, así llamadas porque maduran a fines de junio, y las comemos en la fiesta de San Juan.
No verás las manzanas Celia en los supermercados. Pero son lujo y gala de las mesas campesinas. Tienen «la carne de luz de los perones cristalinos» que cantó López Velarde, y su sabor evoca añejas tradiciones. Don Florencio, el más anciano anciano del Potrero -por los 100 años anda ya- dice que oyó decir que en la antigua hacienda había 5 mil árboles de manzana Celia, y que algunos daban hasta 30 cajas de la fruta.
No sabría decirlo. Sí sé que cuando muerdo este precioso fruto potrereño la boca se me llena de dulzor y el alma de recuerdos.
¡Hasta mañana!…