De política y cosas peores

7/08/2018 – ¿Tú crees en las estadísticas, Armando? Yo sí, a condición de que me favorezcan. Algunos dudan de ellas, pero son muy útiles, al menos para los estadígrafos. Te lo pregunto porque pienso que alguien debería hacer una estadística que de seguro preocuparía a muchos hombres: ¿cuántas esposas engañan a sus maridos? Y otra cuestión más inquietante aún: ¿cuántas casadas, aunque no le hayan puesto el cuerno a su consorte, estarían dispuestas a cometer adulterio si les dieran la seguridad de que nadie se enteraría de su falta? Déjame presumirte mis lecturas. Hay una novela corta -o cuento largo- de un autor portugués, Eça de Queiroz, poco leído ahora al igual que Homero, Shakespeare, Cervantes y todos los demás autores que en el mundo han sido. Esa pequeña obra se llama «El mandarín». La lees en un par de horas y te da motivo para pensar toda tu vida, pues contiene una pregunta cuya respuesta te definirá. La historia trata de un pobre empleado de oficina que por misteriosas vías recibe un mensaje igualmente misterioso: si toca una campanilla que ha aparecido a su lado morirá en la lejana China un mandarín inmensamente rico, y él heredará toda su fortuna. Nadie sabrá jamás que él causó su muerte, y podrá disfrutar en paz esa opulencia. Codicioso, el hombre hace sonar la campanilla, y unas semanas después recibe a través de varios bancos aquella riqueza fabulosa. No te cuento lo demás del cuento porque sería echártelo a perder. «Spoiler», dicen los que reseñan películas o series. La inquietadora pregunta que el lector se hace después de leer la novelita es ésta: ¿tocaría yo la campanita? ¿Sería capaz de hacerle daño a alguien si tuviera la absoluta certidumbre de que nadie lo sabría? Y aquí entra lo de la estadística sobre el adulterio. ¿Cuántas esposas engañarían a sus maridos si supieran de seguro que nadie se enteraría? Tu tío Felipe, Armando, o sea yo, hizo su propia estadística al respecto. Andaría quizá por los 30 años, y estaba ya casado. Tenía un grupo de amigos que se juntaban todos los viernes por la noche a jugar póquer. Eran cinco, para efectos de la estadística que sigue. Me propuse visitar a sus esposas, solas en su casa mientras los señores jugaban su juego hasta la madrugada. A todas les propuse otro juego, el no inventado por el hombre sino por la naturaleza. A emprender esa aventura -esas cinco aventuras- me movió la enseñanza de mi abuelo, papá Chema, que siendo yo adolescente me recomendó: «A todas las mujeres a tu alcance trátalas de amores. Si de cada 10 una te corresponde habrás hecho una magnífica inversión». Aquí no eran 10; eran solamente cinco. Pero no fue una la que me corespondió: fueron dos. Dos de cinco, sobrino. El 40 por ciento. No está mal, ¿verdad? Claro que tampoco está bien, lo reconozco. De cinco que eran dos hicieron sonar la campanilla. Dos mataron junto conmigo al mandarín. Veo que sonríes. No lo hagas. Esto es algo de mucha seriedad. Pertenece a lo más hondo de la esencia humana: la elección que continuamente hemos de hacer entre el bien y el mal. Piensa en eso. Y dos cosas, Armando, espero de ti. La primera: no pienses que lo que te he dicho es un sermón moral. Ni a ti ni a mí nos gustan los sermones. La segunda: no vayas a decirme que mientras yo hacía mi estadística mi mujer también estaba sola en la casa pensando en lo que yo le había dicho: que iba a jugar póquer con mis amigos y no llegaría sino hasta en la madrugada. Te quiero mucho, Armando. Eres hijo de mi hermana; eres mi sobrino favorito. Pero si me dices eso, y añades que a lo mejor mi esposa fue también parte de alguna otra estadística, no volveré a dirigirte la palabra… FIN.

MIRADOR.

Historias del señor equis y de su
trágica lucha contra La Burocracia.
El Alto Funcionario hizo llamar al señor equis y le preguntó:
-Mi nuevo peinado se parece ¿al de quién?
Respondió con inquietud el señor equis:
-Al de don Benito Juárez.
Días después el Alto Funcionario hizo llamar de nuevo al señor equis y le preguntó:
-¿Al de quién se parece ahora mi nuevo peinado?
Respondió, tembloroso, el señor equis:
-Al de don Francisco I. Madero.
Pasaron unas semanas, y el Alto Funcionario hizo llamar otra vez al señor equis. Le preguntó:
-Mi nuevo peinado ¿al de quién se parece?
Respondió lleno angustia el señor equis:
-Al del general Lázaro Cárdenas.
Ahora, cuando nadie lo mira, el señor equis piensa: «Sería preferible que el peinado del Alto Funcionario no fuera de héroe o prócer, sino de gente común».
¡Hasta mañana!…

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