Armando Fuentes
29/07/2018
Noche de bodas. Simplicio, el joven desposado que del mundo sólo sabía que era algo redondo, tomó por los hombros a Sabilia, su flamante mujercita, y le preguntó con acento inquisitivo: «Dime, mujer: ¿conservas todavía la joya de tu virginidad?». «Ya no -respondió ella-. Pero está a tu disposición el estuchito en que venía». (Razón tenían los latinos al decir: «Amor et melle et felle fecundissimus est». El amor abunda al mismo tiempo en miel y hiel). El antropófago sorprendió a su esposa yogando con el explorador blanco. Antes de que el caníbal pudiera articular palabra le dijo ella: «No pienses mal, marido. Te estoy calentando la comida». (Razón tenían los latinos al decir: «Mulier est hominis confusio». La mujer es la confusión del hombre). La señorita Peripalda, catequista, fue a la tienda de abarrotes de don Acisclo y le pidió: «Deme una veladora, y si tiene huevos una docena». El abarrotero fue a la trastienda y regresó con 13 veladoras. (Razón tenían los latinos al decir que debemos cuidar nuestra expresión «verbatim et literatim», palabra por palabra y letra por letra). Don Eglogio, campesino acomodado, le pidió al maestro de la escuela que reprendiera a Pepito, pues le había dicho burro. «Yo no le dije así -se defendió el chiquillo-. Lo vi venir montado en su jumento, y lo único que dije fue: ¡Ah! ¡Un burro de dos pisos! «. (Razón tenían los latinos al decir: «Asinus ad lyram», un asno tocando la lira, para motejar a quien desempeñaba un cargo para el cual no estaba preparado). El general Ote, veterano de la Revolución, acudió aquella tarde a la tertulia semanal de la señorita Himenia Camafría, madura señorita soltera. A esa reunión asistían mujeres en busca de marido y maridos en busca de mujeres. Se cantaban canciones de Guty y Palmerín («Un rayito de sol» y «Peregrina»); se recitaban versos de Darío y Nervo («Sonatina» y «Gratia plena»); se decían adivinanzas («Para bailar me pongo la capa. Para bailar me quito la capa. Porque sin la capa no puedo bailar. Porque con la capa no puedo bailar». El trompo), y se jugaban juegos de prendas («Ahí va un navío cargado cargado de.). La anfitriona le pidió al viejo soldado que narrara alguna anécdota de su vida militar. «Tendrá que disculparme, Himenita -se azaró el general-, pero no estoy hecho a los usos sociales de la sociedad. Mi existencia transcurrió en el vivac y los cuarteles. Plebeyo es mi vocabulario, y temo ofender a las damas presentes si en el curso del relato se me escapa alguna mala razón o expresión vulgar». «Vamos, vamos, general -lo animó la señorita Himenia-. Cuéntenos algo. Si tiene que usar alguna palabra inconveniente disimúlela diciendo una metáfora». «Siendo así -replicó el veterano-, ahí va el relato. Era yo militar joven; apenas había participado en ocho revoluciones y 16 asonadas. En el baile con que se festejó la toma de Hediondilla conocí a una hermosísima mujer. Tenía senos opulentos, y aun así enhiestos, firmes y que se adivinaban duros al tacto varonil. Era dueña de una cimbreante cintura que habría yo podido ceñir con índice y pulgar. Poseía una grupa de yegua en celo que en sus ondulantes movimientos prometía ignorados paraísos, y unas piernas que parecían torneadas en marfil y cuyos muslos eran puerta a inefables placeres orientales.». Hizo una pausa el general Ote, se enjugó el sudor con un paliacate y dijo muy apenado: «Perdonen las damas presentes, pero con sólo recordar los encantos de aquella sensual mujer ya estoy sintiendo no sé qué en la metáfora». (Razón tenían los latinos al decir: «Vulpes pilum mutat, non mores». El zorro cambia su pelaje, no sus costumbres»). FIN.
MIRADOR
Historias de la creación del mundo.
La serpiente se quejó con el Señor:
-Tu libro me ha dado mala fama. Después de lo que sucedió con Adán y Eva -aquello de la manzana, tú te acuerdas- los hombres me consideran nefasto saurio, encarnación del espíritu del mal. Me identifican con el demonio; me llaman «sierpe venenosa», «víbora rastrera», «traidor reptil». Me odian y me temen a un tiempo. Me injurian y vilipendian; me hacen objeto de consejas mentirosas. Se apartan de mí como de algo sucio, despreciable y vil.
Eso le dijo la serpiente a Dios. Concluyó luego:
-Y yo lo único que hice, Señor, fue seguir tus instrucciones.
¡Hasta mañana!…