21/07/2018 – Don Calendárico, señor de edad madura, llegó a la casa de mala nota y le preguntó a la dueña: «¿Está Jobilia?». «No -respondió la mujer-. Este día descansa. Pero tengo a Frinesia, Taisiana y Mesalinia». Insistió el senescente caballero: «Yo quiero a Jobilia». Inquirió la madama: «¿Qué tiene ella que no tengan las demás?». Suspiró el veterano: «Paciencia»… El nuevo cura párroco del pueblo predicó un sermón en el que condenó el feo vicio de la bebida. Al terminar la misa el sacristán le informó que ahí había estado el hombre más rico del pueblo, el que más dinero daba a la parroquia, y precisamente su punto débil era el alcohol. El curita fue a ver al ricachón. Le dijo: «Entiendo que sin querer toqué en mi homilía un punto para usted sensible». «No se apure, padre -contestó el hombre-. Difícilmente podrá haber un sermón que no me pegue por algún lado»… Don Chinguetas llegó a su casa. Su esposa lo esperaba vestida únicamente con vaporoso negligé y con sendos martinis en las manos. Le preguntó, severo: «¿Significa esto, Macalota, que otra vez chocaste el coche?». Himenia Camafría, madura señorita soltera, le dijo a Solicia Sinpitier, célibe como ella: «No, amiga. Definitivamente no creo que si ponemos en la puerta de nuestras casas el letrero: Hombres , como en los baños de los restoranes, llegue a entrar alguno»… El galán logró llevar a la chica a su departamento, pero se topó con la absoluta indiferencia de ella. Le pidió, cortante: «Nivosa: ¿podrías sentarte unos segundos sobre la botella de champaña? Se me olvidó ponerla a helar». Pepito se resistía a que su padre lo besara. «No seas así -lo reprendió su mamá-. Deja que tu papi te dé un besito». «Está bien -se resignó el chiquillo-. Pero que sea del cuello para arriba, no como los besos que le da a la criada»… El padre Arsilio iba en el autobús. Le tocó viajar en el asiento de atrás, y quedó entre una chica de exuberantes formas y una matrona más que abundante en carnes. Cuando el camión tomaba una curva hacia la izquierda la muchacha quedaba reclinada sobre el padrecito, y éste no podía menos que sentir las mórbidas redondeces de la joven. Rezaba entonces con angustia: «¡No me dejes caer en tentación!». Pero luego el autobús giraba hacia la derecha, y era la gorda mujer la que caía sobre el bondadoso sacerdote. Entonces oraba el padre Arsilio más apurado aún: «¡Y líbrame del mal, amén!»… Doña Jodoncia salió hecha una furia de la exposición canina. Lucía una cinta de premiación sobre su abrigo de piel. Le dijo don Martiriano, su esposo: «¿Ya ves por qué no quería yo que viniéramos?». Después del amoroso trance, consumado en la habitación 210 del Motel Kamagua, el satisfecho galán le dijo a su dulcinea: «¡Estoy dispuesto a llegar por ti a la Luna! ¡Por ti estoy dispuesto a cruzar a nado el mar! ¡Estoy dispuesto a escalar el Everest para desde su cima gritar que te amo!». Le dijo la muchacha, que en el curso del evento le había hecho al tipo ofrenda de su doncellez: «No espero tanto, Libidiano. Simplemente dime si estás dispuesto a casarte conmigo». En igual forma Andrés Manuel López Obrador dijo en su campaña estar dispuesto a hacer esto, aquello y lo de más allá. Muchas de sus promesas eran desmedidas, tanto que ahora ha tenido que patrasearse -esa expresión usan en Tabasco para no decir «recular», que se oye retefeo- y declarar que sí las cumplirá, pero dentro de algunos años. No esperamos que haga todo lo que dijo que haría. Simplemente le pedimos que haga un buen gobierno apegado en todo a la Constitución. Aquella señora le puso un apodo a su marido: «El menudo blanco». Explicaba: «Es pura panza y nada de picante». (No le entendí)… FIN.
MIRADOR.
La vida enseña muchas cosas.
No hay en la vida una mejor maestra que la vida.
De ella he aprendido muchas cosas, pero a lo largo de la vida las he olvidado todas.
Y no me duele tal olvido, pues así puedo incurrir en más errores a fin de recibir más enseñanzas.
Una cosa sí sé con certidumbre: jamás un padre deja de ser padre. Aunque se vayan de la casa nuestros hijos siguen siendo nuestros hijos, y nos preocupan igual que cuando los llevábamos en brazos.
Quizá nunca dejamos de llevarlos en los brazos, y ciertamente jamás dejamos de llevarlos en el corazón.
He imaginado un letrero para ponerlo en todos los papás. Diría así ese letrero:
«Papá. Artículo para niños de 0 a 60 años».
¡Hasta mañana!…