Nuestros Columnistas Nacionales
De política y cosas peores
16/07/2018 – Thaisia era un joven sexoservidora que cada noche ofrecía su cuerpo a los transeúntes que pasaban por su esquina. En cierta ocasión la abordó un individuo de siniestro aspecto. Aunque era verano llevaba gabardina, con cuyas solapas y con el ala del sombrero se cubría el rostro. Le preguntó sin más: «¿Cuánto cobras?». «Mil pesos -respondió Thaisia-. El pago es por adelantado» «Te daré 2 mil -ofreció el tipo-. Pero debo advertirte que encuentro placer sexual en golpear a mi pareja». Ella aceptó la condición -la crisis es cada día más grave-, y tras recibir el dinero condujo al individuo a un hotelucho cercano. Ahí, tan pronto empezó el trance el tipo empezó a darle fuertes golpes en los hemisferios glúteos. «¡Mano Poderosa! -gimió Thaisia con dolor y susto al sentir aquel rudo castigo-. ¿Hasta cuándo me seguirá usted dando esos tremendos golpes?». Respondió con tono feroz el individuo: «Hasta que me devuelvas esos 2 mil pesos».Ésta es la historia de aquel pilar de la comunidad, apellidado Jariles, que se quejaba amargamente. Decía para sí: «Soy un gran industrial. ¿Te dice la gente El Gran Industrial Jariles? No… Soy un gran filántropo. ¿Te dice la gente El Gran Filántropo Jariles? No… ¡Ah, pero que no te toque la desdicha de atropellar a un marrano en algún camino rural, porque de ahí en delante de Jariles el Matacochinos ya no te bajan!». Dos rancheritas fueron a trabajar de fámulas en la ciudad. En uno de sus descansos semanales se reunieron a cambiar sus experiencias. Preguntó una: «Ahora que estamos aquí ¿te ha tentado el diablo, como nos advirtió en el pueblo el padre Arsilio?». «El diablo no -respondió la otra rancherita-. Pero el señor de la casa cada día me tienta toda»… Don Blandino, caballero de edad madura y sin arrestos de entrepierna ya, veía en la sala de su casa un partido de la Copa del Mundo en compañía de doña Avidia, su esposa, exuberante mujer en buenas carnes y todavía con ímpetus de salacidad. Le dijo ella a su apagado esposo: «Me da grima verte en ese sillón; sin ánimo de nada; sin entusiasmo ya». En la pantalla un grupo de hinchas empezó a animar a su equipo gritando con energía: «¡Duro! ¡Duro!». Y comentó secamente doña Avidia: «Así quisiera verte a ti».Cantaba José Alfredo con dolorido acento: «Porque sé que de este golpe ya no voy a levantarme.». ¿Podrá levantarse el PRI después de su debacle en la elección reciente, seguramente el peor desastre que en su larga, larga historia ha resentido? Pienso que sí. Claro, eso en el caso de que López Obrador entregue algún día el poder, o se lo quiten los ciudadanos en igual forma que al PRI se lo quitaron. Siete décadas y más en el candelero dan una inercia que hará que el priismo siga vivo, así sea en estado de latencia, y regrese algún día por sus fueros. Según expertos politólogos eso podría suceder el año 2078, quizás a media tarde. Medrosio, tímido galán, le dijo en el automóvil a Florilia: «Quiero pedirte algo». «¿De qué se trata?» -preguntó ella, suspicaz. Reunió todas sus fuerzas el muchacho y le espetó: «Quiero que vayamos al asiento de atrás del coche». «¡Uf! -exclamó Florilia con alivio-. ¡Qué susto me diste! ¡Pensé que me ibas a pedir dinero prestado!»… El doctor Ken Hosanna auscultó prolijamente a Himenia Camafría, madura señorita soltera. Le preguntó: ¿Tiene usted el cuerpo cortado?». «No, doctor -se ruborizó la señorita Himenia-. Son las pompas». Don Valetu di Nario, señor de edad madura, cortejaba a una linda chica. Su amigo don Sinople le preguntó: «¿Cómo te ha ido con esa muchacha?». Respondió el lúbrico señor: «La traigo muerta». Sugirió don Sinople: «Prueba con Viagra». (No le entendí)… FIN.
MIRADOR.
Tengo al lado de mi casa un hotel, una clínica de maternidad, una guardería, un restaurante, una escuela de vuelo, un conservatorio de música y un museo de historia natural.
Quiero decir que al lado de mi casa hay un árbol. Es un huizache centenario de recio tronco y elevada fronda. Yo lo salvé hace tiempo del hacha municipal; por mis oficios siguió con vida el árbol. Y él me paga cada año ofreciéndome el gran concierto de la vida en la forma de un gárrulo simposio de aves que anidan en sus ramas, y ponen ahí sus huevecillos, y crían a sus polluelos, y los enseñan a volar, y cantan a la mañana y a la tarde.
Yo miro y oigo a esa alada muchedumbre y vislumbro el misterio de la vida: consiste en amarla aun sabiendo que alguna vez la vamos a perder; consiste en aceptar que habrá canciones cuando nosotros estemos ya en silencio.
¡Hasta mañana!…