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De política y cosas peores
14/07/2018 – Tabu Larrasa era una chica muy linda, pero muy flaca. Su región pectoral semejaba una planicie sin relieves, y su caderamen era prácticamente inexistente. Acudió a la consulta del doctor Ken Hossana y le dijo que quería engordar. Pese a su indigencia cárnica Tabu tenía un no sé qué, como decía Corín Tellado, que la hacía atractiva a los ojos varoniles. Los del doctor Hosanna no fueron la excepción, y la muchacha supo leer sus claras intenciones oscuras. «Doctor -le advirtió al facultativo-. Le dije que quiero engordar. Pero parejo ¿eh?»… Cierto empresario formó con otros una sociedad que al poco tiempo se disolvió. Le preguntó alguien: «¿Cómo te fue en ese negocio?». Contestó: «Ni bien ni mal. Obtuve lo mismo que puse». Poco después la esposa del empresario dio a luz. El flamante papá interrogó al obstetra: «¿Cuánto pesó el bebé?». Respondió el médico: «Poco: un kilo 200 gramos». «No está mal -dijo el empresario atusándose los bigotes-. Me fue igual que en aquella inversión». (No le entendí)… La austeridad propuesta por López Obrador es encomiable, pero las medidas que ha anunciado para llevarla a cabo más parecen efectistas que efectivas. No será mucho lo que se ahorre disminuyendo el número de consultores y asesores, y el de los choferes y guardaespaldas de los funcionarios de alto nivel, o rebajando los gastos que derivan de la atención médica privada para ellos, y de otros gajes y canonjías. Tampoco representará un gran ahorro suprimir las pensiones de los ex Presidentes o recortar el personal que los atiende a ellos y a sus esposas. Menos aún impactará significativamente al presupuesto la reducción de salarios anunciada por el futuro Presidente. Todo eso más parece cosa de imagen que de economía real. No olvidemos, sin embargo, la repetida frase de don Jesús Reyes Heroles en el sentido de que en política la forma es fondo. En ese sentido se ha de reconocer la voluntad de AMLO -ésta sí real- de poner límite al excesivo gasto oficial en cuestiones que más tienden al beneficio del mandatario en turno que de la comunidad. Es grotesca la cifra, por ejemplo, que Peña Nieto ha destinado a la promoción de su imagen. Desde ese punto de vista las propuestas de López Obrador pueden ser indicio verdadero de que las cosas van a cambiar. En el aeropuerto una joven pareja se despedía. Ella lo besaba una y otra vez y se abrazaba a él con los ojos llenos de lágrimas. Se oyó en los altavoces el último aviso de abordaje. La chica, sollozando, se dirigió a tomar su avión. Una señora le vio el anillo de casada y le dijo: «Te entiendo, hija. Siempre es penoso separarte de tu marido». «En mi caso no tanto -respondió la muchacha enjugándose las lágrimas-. Ahora voy a reunirme con él». El recién casado se veía agotado, exangüe, laso, débil, exánime, desfalleciente, flaco, ojeroso, cansado y sin ilusiones. Un compañero de oficina se alarmó: «¿Qué te sucede? ¿Estás enfermo?». «No -respondió el otro con apagada voz-. Lo que pasa es que me casé con una profesora, y todas las noches me pide que repita la tarea». Himenia Camafría, madura señorita soltera, invitó a cenar en su casa a don Añilio, provecto caballero también célibe. Le anticipó que ella misma prepararía la cena. Llegó puntual el invitado, y al entrar le dijo a su anfitriona: «Estoy ansioso, amiga mía, por disfrutar de sus habilidades culinarias». La señorita Himenia, ruborosa, sugirió: «¿Qué le parece si primero cenamos?». Dos chicas estaban platicando. Dijo una: «Traigo muy seca la garganta». Comentó la otra: «Cuando a mí me pasa eso chupo un Salvavidas». Pidió la primera: «¿Podrías presentármelo?». (Tampoco le entendí). FIN.
MIRADOR.
Sé de un actor que antes de entrar en escena sentía siempre temblores en las piernas, le sudaban las manos y se le aceleraban los latidos del corazón.
Sé de un pintor que nunca estaba seguro de la calidad de su trabajo. Cuando terminaba un cuadro preguntaba con ansiedad al que tuviera cerca si la pintura era buena; qué le parecía, qué fallas le encontraba.
Sé de una mujer que dudaba de su belleza: se sentía desmañada, poco interesante, incapaz de atraer a los demás.
El actor se llamaba Laurence Olivier. El nombre del pintor era Picasso. La mujer insegura era Kim Novak.
Si personas como ésas dudaban de sí mismas, ¿por qué habrán de preocuparnos los sentimientos de inseguridad que a veces nos afligen? Malo sería dejarnos dominar por ellos y abatirnos, en vez de usar esa ansiedad -como el arco usa la tensión- para lanzarnos a la acción con mayor ímpetu.
Todos tenemos derecho a dudar de nosotros mismos alguna vez. Nadie tiene derecho a convertirse en una eterna duda.
¡Hasta mañana!