Nuestros Columnistas Nacionales
De política y cosas peores
Armando Fuentes
02/07/2018
«Me da un méndigo condón». Así dijo un majadero tipo ante el mostrador de la Farmacia Cosme y Damián. La dependienta protestó enojada: «Oiga: aquí estoy yo». Replicó el individuo: «Ah, entonces deme dos». La vecina de doña Jodoncia le contó: «Mi marido es un ángel». «Qué suerte tienes -respondió Jodoncia-. El mío todavía vive». Lord Highrump era vehemente defensor de las costumbres de Inglaterra. Pensaba que eran creación de Dios, y miraba con desdén los usos de «la otra parte del mundo». Solía decir: «Si el Señor hubiera preferido el sistema decimal al duodecimal habría tenido 10 apóstoles, no 12». La madura enfermera, mujer poco agraciada, le dijo a su ayudante, linda chica escasa en años y abundosa en curvas: «En el cuarto 101 está un marinero canadiense que tiene un tatuaje en su atributo de varón». «¿De veras?» -se interesó la muchacha. «Sí -confirmó la otra-. Se hizo tatuar ahí la palabra swan , que significa cisne «. «Tengo que ver eso» – dijo la enfermera joven. Y así diciendo se apresuró a ir a la habitación donde el marino estaba. Regresó después de media hora con una sonrisa de satisfacción. Su jefa le preguntó, curiosa: «¿Viste el tatuaje del marinero?». «Sí -replicó la guapa chica-. Pero la palabra que tiene tatuada ahí no es Swan. Es el nombre de su lugar de origen: Saskatchewan». (No le entendí). Soy hombre de poco dormir, lo he dicho antes. Con cinco horas de sueño tengo lo suficiente para funcionar bien todo el día sin necesidad de siesta. Y esto no es cosa de la edad: ya en la adolescencia dormía yo muy poco, aunque soñaba mucho. Tan pronto ponía la cabeza en la almohada me quedaba dormido -lo mismo me sucede ahora-, y despertaba antes del amanecer, cuando toda la casa estaba aún en silencio. Ese extrañísimo reloj biológico, que antes asombraba mucho a los doctores y ahora ya no tanto, me permitió leer todos los libros de la biblioteca familiar. Leía desordenadamente, que es la mejor manera de leer, pues no debe haber en los deleites orden. Leía, por ejemplo, «Flor de fango» -no sé quién llevaría ese libro a la casa- y en seguida la Imitación de Cristo -tampoco sé quién llevaría a la casa ese libro-. A lo que voy es a decir que ayer domingo me desperté más temprano que de costumbre. Era día de votar, o sea de participar en el diseño del futuro de mi país, y quería dejar escritas mis columnas antes de ir a depositar mi voto, a fin de concentrarme después en seguir el curso de los acontecimientos. Acudí a la casilla que me corresponde, y fui de los primeros en votar. Antes que yo votó un querido amigo, Raúl Weber, compañero mío de la primaria en el invicto y triunfante Colegio Ignacio Zaragoza, prestigiado plantel lasallista. Raúl se las ha arreglado para no tener panza, a diferencia mía, que la tengo de feliz canónigo. Pues bien: cuando mis cuatro lectores lean esta columneja ya se sabrá el resultado de votación, y se habrá cumplido una vez más el ordenamiento constitucional que conduce a la renovación de poderes. Ojalá ese ejercicio democrático se siga cumpliendo en el debido tiempo y la debida forma. «Sero venientes, male sedentes». Los que llegan tarde no alcanzan buen lugar. Eso le sucedió a doña Macalota, que llegó a la merienda de los jueves cuando los mejores sitios estaban ya ocupados, de modo que debió resignarse a quedar en un rincón. No oyó bien, por lo tanto, lo que doña Gules relató. Fue a una isla del Caribe donde las frutas que se vendían en el mercado eran enormes. «Los plátanos eran de este tamaño -dijo la dinerosa dama señalando con las manos-, y las naranjas así». Doña Macalota se apresuró a acercarse y preguntó con ansiedad: «¿Quién? ¿Quién?». FIN.
MIRADOR
Mis nietos mayores dice que la gata que ha hecho su casa en la cochera de la mía es «putilinga».
Sucede que con alarmante frecuencia trae al mundo una nueva camada de gatitos, todos de distinto pelaje, como hijos que son de diferentes padres. Los cuida con celo de abnegada madre, pero tan pronto los desteta vuelve a las andadas para hacer una nueva edición del mismo libro.
Yo no creo que la minina sea eso que mis nietos dicen. Lo que hace es cumplir con el más sagrado rito de la vida, que es su perpetuación. Al milagro de vivir se corresponde con el milagro de dar vida. Hay más de sagrado en una cuna que en un templo.
Si yo pudiera le haría una gran fiesta a la gatita cada vez que volviera a ser mamá. Le pediría a un fara fara -así se llaman los conjuntos de música norteña- que le tocara el emotivo chotis llamado «Amor de madre», y le recitaría «El brindis del bohemio». La gatita no es una «putilinga». Es una representante de la vida. Es decir una representante del buen Dios.
¡Hasta mañana!…