De política y cosas peores

29/06/2018 – Junto con el tema de las medidas inguinales del varón se ha puesto muy de moda últimamente el verbo chingar, difundido hace décadas por Paz y ahora por el Chicharito. El uso general de esa palabra me autoriza a emplearla en mi comentario de hoy. Antes daré salida a algunos lenes chascarrillos a fin de preparar el ánimo de la República para admitir aquel voquible. Meñico Maldotado, infeliz joven con quien natura se mostró avarienta en la parte de abajo arriba mencionada, casó con Pirulina, muchacha que sabía más que la Güera Rodríguez en lo atinente a los atributos de los másculos. Tendida ya en el lecho la recién casada, desnuda e invitadora como la Maja de Goya, el flamante marido se puso junto al lecho; con actitud de Casanova dejó caer la bata de cretona azul con pingüinitos verdes que su mamá le había dispuesto para la ocasión y se mostró por primera vez al natural ante su sabidora mujercita. La vio Pirulina -no hablo de la bata de cretona azul con pingüinitos verdes- y le dijo a Meñico: «¿Qué te parece si mejor buscamos en la tele algún partido de la Copa?». Don Algón y don Moneto, ejecutivos de empresa, estaban comiendo en el restorán «El optimismo de Leopardi», famoso por su cocina de fusión, entre cuyos platillos principales destacan las Verdolagas a la Strasbourg con Sugerencias de Huauzontle, Atribuciones de Chile Colorado y Esfumino de Créme Polidor (87 gramos). En eso llegaron al lugar dos señoras elegantemente vestidas. Le dijo en voz baja don Algón a su amigo: «A ver si no me veo en apuros. Acaban de entrar mi esposa y mi amante». Volvió l vista don Moneto y comentó: «Qué coincidencia». «De veras -replicó don Algón-. Es una coincidencia que hayan venido juntas ahora que estoy aquí, siendo que rara vez se ven». «No -acotó don Moneto-. Qué coincidencia. También son mi esposa y mi amante». Muchos se preguntan, algunos con asombro, otros con alarma, por qué López Obrador llegó a estar tan arriba en las encuestas, hasta el punto en que casi seguramente obtendrá el triunfo en la elección del próximo domingo. Sin ser un sesudo analista político tengo una explicación que en seguida propondré, aunque para eso deba recurrir a la coprolalia (del griego kópros, estiércol, y laléo, hablar), o sea al uso de palabras malsonantes. He aquí mi teoría. Si AMLO llega a la Presidencia eso se deberá a que se chingó durante 18 años, y a que durante 18 años el PRI y el PAN nos chingaron a nosotros con tres sexenios, el primero malo, el segundo peor y el más reciente pésimo. ¿Por qué digo que López Obrador se chingó todo ese tiempo? Porque anduvo en campaña por todo el territorio nacional, y visitó hasta los más remotos y pequeños municipios poniendo en ejercicio las tres eses con las cuales se debe hacer una campaña: suela, saliva y sudor. Está recogiendo ahora el fruto de de ese largo empeño que comenzó hace casi dos décadas y terminó apenas antier en el Estadio Azteca. También está López Obrador donde está -y donde muy seguramente estará- porque supo recoger el hartazgo de la gente a la que chingaron tres sexenios de ineficiencia y corrupción, y atrajo a millones de votantes con la promesa de acabar con esos vicios. Contrariamente a lo que dijo Meade la historia no juzgará a quienes voten por López Obrador. En primer lugar esa señora tiene muchos juicios pendientes -apenas está terminando de juzgar a Atila-, y en segundo nadie debe ser juzgado por votar conforme a su conciencia. En cambio la historia sí juzgará a aquellos que con sus malos gobiernos propiciaron el engrandecimiento de AMLO y lo pusieron donde ahora está para asombro de unos y alarma de otros. FIN.

MIRADOR.

El carrusel daba vueltas y vueltas en torno de sí mismo -igual hacen muchos hombres-, y los niños gritaban y reían jubilosos trepados en los caballitos y en las demás figuras de la calesita: el camello, la cebra, el elefante.
De pronto algo sucedió y el carrusel se detuvo. Los pequeños se miraron unos a otros, desolados. San Virila pasaba por ahí y los vio, desolado también. Alzó la mano, pero lo detuvo una voz venida de lo alto:
-No se te ocurra hacer el milagro de que vuelva a girar la calesita. El poder de hacer milagros no es para eso.
San Virila practica siempre la santa virtud de la obediencia, tanto más santa cuanto más difícil es obedecer. No hizo entonces que volviera a girar el carrusel. Pero hizo que todas las cosas: la gente, los árboles, las casas- empezaran a dar vueltas alrededor de la calesita. Los niños pensaron que el carrusel era el que se movía y volvieron a gritar y a reír, felices y contentos.
-¡Ay, Virila! -se volvió a escuchar la voz-. ¡Tú no tienes remedio!
-Señor -replicó humilde San Virila-. ¿Vas a reprocharme esto que hice por amor a tus criaturas?
-No te lo reprocharé -dijo entonces la voz-. Tú y yo no tenemos remedio.

¡Hasta mañana!…

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