28/06/2018 – Los cuentos que aparecen hoy aquí son todos de color subido. El amanuense que los saca a luz aprovechó la ausencia de doña Tebaida Tridua, censora de la pública moral, quien hizo un largo viaje para visitar el santuario de San Corbiniano. Escasamente conocido es ese santo. Vivió en el siglo octavo, y al decir de uno de sus biógrafos «alternó el espíritu del giróvago con la vida eremítica». Ese sonoro término, «giróvago», se aplicaba al monje itinerante que hoy estaba en un monasterio, mañana en otro. Vagabundo es también quien esto escribe, juglar de todos los caminos, pero de vez en cuando hace un alto en el camino, ya para agradecer los dones de la vida, ya para observar algún suceso inusitado. Ayer, por ejemplo, fue día de silencio en México. Primero por la derrota del equipo nacional en la Copa del Mundo; luego porque a la medianoche se acalló -¡por fin!- la ruidosa, machacona y con frecuencia imbécil propaganda de los partidos y sus candidatos, a la cual ha seguido ahora un silencio estrepitoso. Nada hay más amenazante que el silencio de una mujer, excepción hecha del silencio de un país. Y México está callado en vísperas de la elección presidencial. Si es cierto aquello de que después de la tempestad viene la calma, no menos cierto ha de ser que después de la calma podrá venir la tempestad. Eso sucederá si el Gobierno y su partido intentan en cualquier modo manipular la jornada electoral y desvirtuar la voluntad de los electores. Cosa imposible se antoja ésa, pero todo se puede esperar de los actuales detentadores del poder, según se ha visto en otras elecciones para ellos importantes. Si ha de ganar López Obrador -y todo apunta en esa dirección- lo mejor que puede suceder es que su triunfo sea por un margen tan amplio que no dé sitio a ningún manipuleo o añagaza posteriores a la votación, y que el régimen y sus hierofantes admitan sin regateos la derrota. Y ya no digo más, porque no sé qué significa la palabra «hierofantes». Vienen ahora los cuentos subidos de color que anuncié arriba. Las personas que no gusten de leer cuentos subidos de color suspendan la lectura donde dice «hierofantes». Pepito le pidió a su padre: «Amarra a mi mamá». «¿Por qué?» -se sorprendió el señor. Explicó el chiquillo: «Porque cuando estabas de viaje oí que empezó a gritar en su recámara: ¡Me voy, me voy! . Y se habría ido de no ser porque el vecino estaba encima de ella». La linda Dulciflor, muchacha ingenua, le preguntó al doctor Ken Hosanna, que le tenía puesta la mano en su más íntimo encanto: «¿De veras la ciencia médica acaba de descubrir que ése es el mejor lugar para tomarle el pulso a una paciente?». En la habitación 210 del popular Motel Kamagua aquella pareja se entregó a los más arrebatados deliquios de pasión que imaginar se pueda. En el foreplay -preliminares del acto del amor- pusieron en ejercicio toda suerte de caricias de manos y de boca, y en el performance propiamente dicho recorrieron de principio a fin el catálogo de posiciones descritas en el Kama Sutra, con otras inéditas y originales que en el momento descubrieron o inventaron. Tras de llegar al culmen de la entrega los amantes quedaron ahítos, de espaldas en el lecho. Le preguntó él a ella: «Y a propósito: ¿cómo te llamas?». En estos días se ha puesto muy de moda el tema del tamaño del atributo masculino. Jactancio y Elatino, sujetos presuntuosos, se dispusieron en la oscuridad de la noche a desahogar una necesidad menor desde lo alto del puente, para lo cual desplegaron sus alusivas partes. Exclamó Jactancio: «¡Qué frío está el río!». Y Elatino comentó: «Olvídate de lo frío: ¡qué hondo está!». FIN.
MIRADOR.
Los oyentes de Radio Concierto, la emisora cultural que junto con mi familia he sostenido en mi ciudad, Saltillo, durante ya 20 años -¡oh milagro!- nos hacen regalos prodigiosos.
Hace tiempo nos llegó uno de ellos. Es la copia de uno de aquellos antiguos «rollos cortos» que en los cines se exhibían antes de la película principal. En él se muestran paisajes de Japón, y escenas de su vida urbana. El documental, hecho en 1933 por una empresa cinematográfica norteamericana, describía a los japoneses, en el melifluo e hiperbólico lenguaje de esos documentales, como un pueblo culto, educado y laborioso. Ocho años después, luego de Pearl Harbor, ese pueblo se convirtió, según las películas de Hollywood, en uno de bárbaros salvajes.
Eso no es, sin embargo, lo interesante del documental. Un amable amigo de Radio Concierto nos lo envió porque la música que acompaña a la filmación es de una mexicana: María Grever.
Si la gran compositora le hubiera puesto letra a esa preciosa música, ahora tendríamos una más de sus bellísimas canciones. No lo hizo, pero nada importa: el legado que nos dejó es más que suficiente.
¡Hasta mañana!…