Armando Fuentes
25/06/2018
El periódico «Zócalo», de mi ciudad natal, puso esta nota en su primera plana bajo el título: «Dedica su discurso a Catón». «Andrés Manuel López Obrador dedicó su discurso pronunciado en Saltillo al periodista Armando Fuentes Aguirre, así como al obispo Raúl Vera López. El cierre de campaña ocurrió en la Plaza de Armas». Agradezco sinceramente las palabras que AMLO tuvo para mí en su mitin. Más allá de cualquier connotación política las recibo como un gesto de buena voluntad. Gracias. Don Beodio se salía todas las noches de su casa. Le decía a su mujer: «Voy a la cantina a tomarme una cervecita. Vuelvo enseguidita». Ni en seguidita ni en seguida regresaba el gran bellaco, sino hasta que el Sol asomaba el nalgatorio por los balcones del Oriente. Harta de tales extravíos la señora se propuso darle una lección. Cierta noche don Beodio le dijo, como de costumbre: «Voy a la cantina a tomarme una cervecita. Vuelvo en seguidita». Ella le respondió, melosa, con sonrisa aviesa: «¿Mi amorcito quiere una cervecita? Venga conmigo. Aquí le tengo todas las que quiera». Así diciendo abrió la puerta del refrigerador, y el temulento pudo ver una cincuentena de botellas de cerveza de todas marcas, tipos y procedencias: pilsen, pale ale, porter, Munich, lager, stout… «Gracias, viejita -vaciló don Beodio-, pero no acostumbro tomar la cerveza a pico de botella, como muchos hacen. En la cantina me la sirven en un tarro bien frío». Sin decir palabra la señora abrió el congelador y sacó un bock perfectamente helado. (Esta palabra, bock, a más de dar nombre a un tarro designa también a un tipo especial de cerveza más pesada, oscura y de sabor más intenso que la cerveza común. Proviene del nombre de la ciudad alemana donde se producía esa cerveza: Einbeck. Se confundió esa voz con ein Bock, palabras que en alemán significan «una cabra». Por eso el dibujo de ese animal aparece en varias marcas de cerveza oscura). Don Beodio, confuso, farfulló: «Gracias, viejita, pero ¿sabes?, en la cantina me dan unas botanas muy sabrosas». Fue la señora y trajo dos charolas repletas de exquisitas viandas: caviar, angulas, camarones, anchoas, arenques, mejillones, ostiones ahumados, quesos de diferentes variedades y -lo mejor de todo- chicharrón de aldilla, delicia indescriptible que sólo en mi ciudad, Saltillo se produce; insigne creación de los señores Alanís, a quienes Dios ha de premiar por darnos ese gozo palatino, bocado más de pontífices que de cardenales. Quien no ha probado el chicharrón de aldilla de Saltillo se ha perdido de disfrutar una delicia celestial. Don Beodio, con ansias de irse ya a su acostumbrada bebentina, esgrimió como último argumento: «Todo eso está muy bien, viejita, pero me hace falta el ambiente de la cantina: las maldiciones, las palabras gruesas». Replicó entonces la señora hecha una furia: «¡Si eso es lo que te hace falta, méndigo cabrón pendejo, te chingas, pero de aquí no sales!». Jamás hasta donde recuerdo la política mexicana había alcanzado el extremo de bajura en que la vemos hoy. Los políticos andan a la altura del betún, como dicen en Tabasco para significar que algo anda por los suelos. (La expresión alude al betún que se usa para dar lustre a los zapatos). Injurias, denuncias electoreras, insultos plebeos, difamación, calumnias, son hoy por hoy arma corriente de los candidatos. ¿Eso es lo que entendemos ahora por democracia?… La esposa de don Languidio Pitocáido, señor de edad madura, le comentó a una amiga: «En la cama mi marido es como un león». «¿Una fiera al hacer el amor?» -se sorprendió la amiga. «No -precisó la señora-. Es como un león porque moja las sábanas para marcar su territorio»… FIN.
MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
Me habría gustado conocer a don Federico Gamboa, el celebrado autor de la novela «Santa».
Decía ser «… un amador perpetuo de esa dulce pasta que llaman carne los teólogos…». Manuel Gutiérrez Nájera, que lo conocía bien, contaba que «El pajarito» -tal era el apodo que al escritor daban sus amigos- dirigía a las mujeres «miradas trepadoras».
«… He sido siempre débil con la mujer, a un grado extremo -confesó en sus memorias don Federico-, y mi mayor deseo consiste en que nunca me abandone esta debilidad; que ilumine mi vejez, si es que la alcanzo, y me acompañe dondequiera que esté…».
Me habría gustado conocer a don Federico Gamboa. Sabía que la suprema ciencia del amor consiste en amar en una mujer a todas las mujeres; en amar en todas las mujeres a una sola mujer.
¡Hasta mañana!…