De política y cosas peores
23/06/2018
Don Carmelino Patané, senescente caballero, cortejaba con discreción a Himenia Camafría, madura señorita soltera. La visitaba todos los jueves en la tarde, y la enamoraba recitándole versos de Amado Nervo y Manuel Gutiérrez Nájera y tocándole en su tuba melodías como “Las verdolagas”, minué; “Soy colibrí que liba de tus mieles”, chotis, y “Libélulas en el jardín”, vals lento. La señorita Himenia se desesperaba, pues eso era lo único que don Carmelino le tocaba. Usualmente le ofrecía al buen señor una copita de vermú, rompope o rosolí, pero esa tarde decidió darle algo de más sustancia y entidad, a ver si se animaba. Le sirvió un caballito de tequila. El visitante dijo: “Tendrá que perdonarme, amiga mía, pero no acostumbro tomar esta clase de bebidas. La ingestión de licores aborígenes -tequila, mezcal, sotol, tesgüino, bacanora, colonche, marrascapache o chínguere- me subleva los rijos de la carne. Estamos solos; la ocasión se presta, y temo atentar contra su castidad. Disculpe por lo tanto que me abstenga de disfrutar ese caballito de tequila que me sirve”. “Tal cosa me ha dicho -se alegró la señorita Himenia-. Le serviré entonces un vaso jaibolero”. “No tengo amigos pendejos -solía decir Poncho Galán, inolvidable amigo- porque eso se pega”. Ninguno de los cercanos colaboradores de Melanie Trump -a ellos, no a la señora, va dirigida esta invectiva- se atrevió a decirle que era un supino error llevar una prenda de vestir con la leyenda “I really don t care. Do U?” (“A mí realmente no me importa. ¿Te importa a ti?”) cuando se va a visitar un centro donde están recluidos niños migrantes que han sido separados de sus padres.
A la crueldad y estupidez de Trump se añade la inconsciencia de quienes lo rodean. El yerro enorme de haberse puesto una prenda así ese día, y de que nadie le haya advertido a la señora los riesgos de llevarla, es una evidencia más que muestra la baja calidad moral e intelectual del régimen encabezada por ese hombre indigno no sólo de ser Presidente de su país, sino incluso de ser. Esto que acabo de decir es una desmesura. Nadie debería juzgar acerca de la existencia de otro, sea quien sea ese otro. Pero incluso la idiotez y la maldad han de tener un límite. En este caso, y en todos los de Trump, no se advierte tal limitación. El toro semental de don Poseidón había visto pasar sus días mejores, y las vacas del establo extrañaban sus antiguos bríos, su empuje y su vigor. Sobre todo su empuje. Así, el granjero decidió comprar un nuevo toro, y adquirió uno que estaba en plena juventud. Tan pronto entró al corral, el recién llegado hizo una cabal demostración de su capacidad en tres o cuatro vacas. Al ver eso el viejo semental empezó a rascar el suelo con las patas delanteras, a bufar, bramar y baladrar, al tiempo que rascaba furiosamente el suelo con las patas delanteras. Le preguntó una de las vaquillas: “¿Para qué haces eso? No puedes contra ese toro joven”. “Ya lo sé -respondió el veterano-. Pero quiero que vea que no soy una vaca”. Pepito le contó a su mamá: “Ahora que no estabas en la casa mi papi entró en el cuarto de la criada. Me asomé por la cerradura y vi que le estaba haciendo.”. “Ya no sigas -lo interrumpió la señora-.
Continuarás la historia en la cena, cuando esté tu padre”. Esa noche la mujer, viendo con sonrisa siniestra a su marido, le preguntó al chiquillo: “¿Cómo era esa historia que me estabas contando hoy en la mañana?”. Respondió Pepito: “Vi a mi papi entrar en el cuarto de la criada y hacerle lo mismo que te hace a ti el vecino cuando él no está en la casa”. FIN.
Agencias