De política y cosas peores

22/06/2018 – «Tengamos sexo». Esa descarada invitación le hizo Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, a Dulciflor, linda muchacha. «No puedo -opuso ella-. Soy virgen». «Tengamos sexo -insistió el lascivo galán-, y en los siguientes días te rezaré una novena». Don Chinguetas y su esposa doña Macalota fueron a una agencia de viajes. Ella le dijo al encargado: «Mi marido y yo queremos hacer un viaje en las vacaciones de verano». Don Chinguetas se apresuró a decir: «Continentes separados, por favor»… Pirulina llegó a medianoche al departamento que compartía con su amiga Rosibel. Lucía una gran sonrisa de satisfacción. Le comentó: «Recuerdas que te dije que mi novio Libidiano tenía un no sé qué. ¡Pues esta noche supe que tiene un ya sé qué». De sobra está decir que el Instituto Nacional Electoral tiene ante sí, con la elección presidencial del primer día de julio, el desafío más grande de su historia. De cara a ella -a la elección y a la historia- no puede mostrar las claudicaciones, ambigüedades y vacilaciones que en otros procesos ha mostrado. El reto que afronta es enorme. Se trata, como nunca, de una elección crucial. Las campañas han sido ásperas y tanto los partidos como los candidatos llegan encrespados y llenos de recelos a la elección presidencial. Si bien todo evidencia que López Obrador tiene una amplísima ventaja sobre los otros contendientes, hay indicios que muestran que tanto Anaya como Meade esperan todavía que algún milagro les dé el triunfo. El primero confía en el llamado voto útil; el segundo pone su esperanza en la estructura del PRI y en los amplísimos recursos que el Gobierno puede poner en ejercicio para no entregar el poder que ahora detenta. Yo espero que si AMLO obtiene la victoria -sus posibilidades de alzarse con ella se ven mucho mayores que las de sus adversarios- sea por un margen tan amplio que no dé lugar a impugnaciones. Espero, sobre todo, que no vaya a intentar el prigobierno torcer la voluntad de los ciudadanos según se manifieste en las urnas. Expreso esa inquietud porque últimamente han aparecido en las redes sociales mensajes insistentes que llaman a no sorprenderse si José Antonio Meade obtiene el triunfo en la elección. Las tendencias a favor del candidato de Morena son tan marcadas que ciertamente su derrota sería tan sorpresiva que sus huestes de ningún modo creerían en ella. Eso daría lugar a muestras de irritación que llevarían al país a un conflicto de graves proporciones. De ahí la enorme responsabilidad que tiene el INE, sobre todo cuando en la Presidencia no está alguien como Zedillo, sino alguien como Peña Nieto. El árbitro electoral debe mostrar entonces en sus actuaciones transparencia, claridad y contundencia, a más de absoluta legalidad e imparcialidad. Si no lo hace eso sí será un verdadero peligro para México. Las desventuras conyugales de don Cornulio no tienen final. Le reclamó a su esposa: «Nuestro décimo hijo no se parece nada a los otros nueve. Dime la verdad: ¿quién es el padre?». Respondió sin vacilar doña Ligeria: «Tú». La secretaria de don Nalgón cerró con seguro la puerta de la oficina de su jefe y luego fue hacia él con movimientos voluptuosos. Le dijo el maduro ejecutivo: «En esta ocasión tendrá que perdonarme, señorita Pompisdá. Todavía no me repongo del aumento de sueldo que le di la semana pasada». En la habitación 210 del Motel Kamagua la linda chica se sorprendió bastante al ver que su galán tenía tatuada en la alusiva parte una cigüeña en vuelo llevando un bebé. «No hagas caso -le dijo él-. Es una idea de mi esposa para asustar a mis amigas». FIN.

MIRADOR.

Me habría gustado conocer a Ed Wynn.
Actor de cine, apareció en «El diario de Ana Frank», entre otras películas. Hizo la voz del sombrerero en «Alicia en el País de las Maravillas», de Walt Disney. Fue padre de Keenan Wynn, también extraordinario actor.
En su juventud Ed Wynn actuó en teatros de vodevil con Jack Lewis, gran amigo suyo. La pareja se presentaba con un ingenioso nombre derivado de sus apellidos: «Win and Lose». Eso quiere decir algo así como «Gana y pierde».
Ed Wynn vivió una vida intensa. Supo del comer, el beber y la mujer. En sus últimos años -vivió 80- sus aficiones fueron la lectura, el ajedrez y la contemplación de la naturaleza.
Poco antes de morir escribió el epitafio que debía llevar su tumba. La lápida decía:
«Dear God: thank you».
«Gracias, Señor».
Me habría gustado conocer a Ed Wynn.
En presencia de la muerte supo agradecer el regalo de la vida.

¡Hasta mañana!…

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