20/06/2018 – Las desventuras domésticas de don Cornulio no tienen final. Ayer llegó a su casa en hora desusada y sorprendió a su esposa en el lecho conyugal acompañada no por un sujeto, como de costumbre, sino esta vez por dos, entre los cuales se hallaba la señora feliz de la vida al verse en aquel ménage à trois. No es la primera en participar en un consorcio así: mujeres bastante más famosas que ella se han visto envueltas en semejantes triángulos: Emma Hamilton, por ejemplo, esposa de sir William, embajador de Su Majestad Británica en Nápoles, recibía en su cama al mismo tiempo a su marido y a su amante, el famoso marino lord Horatio Nelson. No cito este histórico caso para justificar la irregular conducta de la esposa de don Cornulio. Lejos de mí tan temeraria idea. En cuestiones de fornicio soy partidario de la morigeración, y repruebo los ménage à trois pues me preocupa la resistencia de las camas. El caso es que el mitrado señor quedó confuso al ver a su consorte en medio de aquellos individuos. Repuesto de su asombro le preguntó, severo: «Dime la verdad, Ligeria: ¿con cuál de los dos me engañas?»… Y cuando despertamos las campañas políticas todavía estaban ahí. Después del jubiloso paréntesis del triunfo sobre Alemania, y a pesar de la Copa del Mundo, debemos seguir apurando el amargo cáliz de este proceso electoral, convertido en zahúrda o cochinero por las acusaciones y denuncias que unos a otros se lanzan a la cara los candidatos a la Presidencia. Hasta Ricardo Anaya, tan educado él, ha descendido ya a ese fangal de imputaciones, y para colmo en forma desmañada, al cuarto para las 12 y con mayor perjuicio para él que para sus adversarios. Queremos ya despertar de este mal sueño, aunque eventualmente pueda sucederlo otro peor. Y es que estamos hasta la madre de política, si me es permitido ese culteranismo, y dispuestos a ver incluso el partido de Timbuctú contra las Islas de la Sonda si eso nos aparta siquiera un breve rato del constante acoso de estas campañas pedestres y bajunas. Sé muy bien que pedirles civilidad a algunos políticos es como pedirles doncellez a las daifas de una ramería, pero quienes buscan gobernar deberían primero gobernarse a sí mismos, y no incurrir en golpes bajos y otras bajezas, como hemos visto hacer a los cuatro candidatos presidenciales por igual. En tal contexto el escribidor suda y se acongoja: no sabe si pedir que llegue ya el primero de julio o suplicar que no llegue jamás. La curvilínea paciente salió del consultorio del doctor Ken Hossana. Asomó éste y le dijo a su recepcionista: «La cuenta de la señorita es de mil pesos. Págueselos». Los escoceses tienen fama de ser muy cuidadosos con el dinero. Una noche cierto escocés fue con su esposa a cenar en restorán. Estaban ya en los postres cuando un pesado candil se desprendió del techo y le cayó encima a la señora. De inmediato el escocés llamó al mesero y le pidió: «Cuentas separadas, por favor». En el campo nudista la linda chica le dijo al azorado socio: «¡Caramba, don Ereccio! ¡Creo que está teniendo usted malos pensamientos!». Las monjitas del convento de la Reverberación se compraron una vaca a fin de tener leche para el desayuno. Por desgracia la mencionada res salió de mal carácter. Cada vez que sor Bette, la encargada del animal, se disponía a ordeñarla la vaca se encrespaba; mugía en forma tal que se adivinaba que estaba maldiciendo; tiraba coces y daba furiosos coletazos. Cansada de ese proceder sor Bette le dijo a la inurbana res: «¡Mala bestia! Si no te gusta que te agarren las tetas ¿por qué no te metiste a monja?». FIN.
MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
Tekakwitha se llamaba. Su nombre significa «la ordenadora». Ordenadora no en el sentido de ordenar o mandar, sino de poner las cosas en orden.
Pertenecía a la tribu de los mohawk. Eran los tiempos de la evangelización por los jesuitas de los territorios indios del norte de Estados Unidos y sur del Canadá. Con la Palabra les llegó a los aborígenes la viruela. A los cuatro años Tekakwitha fue víctima del mal, y quedó con el rostro marcado para siempre.
Convertida al cristianismo, se volvió ángel guardián para los niños. «Son mis hijos», decía; ella, que había hecho voto de virginidad perpetua. Los cuidaba con celo maternal; jugaba con ellos; les decía que la naturaleza -los bosques, los lagos, las montañas- eran en la tierra el reflejo del Dios que está en el cielo.
El Miércoles Santo de 1680 murió Tekakwitha. En el momento de su muerte su rostro quedó limpio de cicatrices, según testimonios de la época.
Tres siglos después el Papa Juan Pablo Segundo la beatificó. El viajero ha estado en el santuario de Auriesville, en Nueva York, donde la memoria de la doncella india es venerada.
¡Hasta mañana!…