De política y cosas peores

16/06/2018 – Doña Icilia se fue a confesar. Le preguntó el padre Arsilio: «¿Vas a misa los domingos?». Respondió ella, apenada: «En eso ando muy mal, padre. Casi nunca». «¿Rezas tus oraciones por la noche y al levantarte en la mañana?». «También en eso ando muy mal, señor cura. Casi nunca». «¿Das limosna a los pobres?». «También en eso ando muy mal, padre. Casi nunca». Inquirió el sacerdote: «¿Le eres fiel a tu marido?». «¡En eso sí ando muy bien, padrecito!» -respondió alegremente la señora-. ¡Casi siempre!». Otro del padre Arsilio. Cada mañana oía la oración que farfullaba Astatrasio, el borrachín del pueblo, ante el altar de San Judas Tadeo: «Necesito con urgencia mil pesos, San Juditas. Mándamelos, por favor». El bondadoso sacerdote, conmovido por la fe del temulento, lo esperó un día y le dijo: «San Judas escuchó tus oraciones, hijo mío, y por mi conducto te manda estos 500 pesos». Y es que no había podido reunir toda la cantidad. Al día siguiente don Arsilio vio que el borrachito llegaba llega otra vez ante la imagen de San Judas. Con curiosidad se aproximó y oyó que el ebrio le decía al santo: «Gracias, San Juditas, por el dinero que me enviaste. Pero la próxima vez, por favor, no me lo mandes con el cura. El muy canijo se quedó con la mitad»… Una gallinita comentó: «Qué aironazo tan fuerte sopló ayer. Cometí el error de colocarme de espaldas al viento, y tuve que poner el mismo huevo siete veces». En sus primeros años de matrimonio don Martiriano le dijo por teléfono, temblando, a su tremenda mujer, doña Jodoncia: «Si me lo permites llevaré a mi amigo Celibio a cenar esta noche en la casa». «¡Estás loco, mentecato! -respondió con voz tonante la mujer-. ¡Bien sabes que se me fue la sirvienta; la casa está hecha un asco; los niños tienen sarampión, al bebé le están saliendo los dientes y llora todo el tiempo; a mi me duele la cabeza; no tengo nada que ponerme, y además el refrigerador está vacío, pues le di a mi mamá parte del dinero de la quincena! ¿Y así quieres traer a la casa a tu amigo?». «Precisamente -se atrevió a responder don Martiriano-. El pobre quiere casarse, y debo sacarlo de su error»… El calentamiento global está fuera de duda, por más que algunos lo nieguen todavía. Tanto los científicos como la gente común observan una creciente elevación de la temperatura. En muchas ciudades mexicanas he oído decir: «Nunca había hecho aquí tanto calor como ahora». El planeta está en riesgo, y no hacemos nada para protegerlo. Bien dijo Romano Guardini: «El hombre tiene mucho poder, pero no tiene ningún poder sobre su poder». Un individuo de nombre Benny Hoganio contrajo matrimonio. La noche de sus bodas, cuando la pareja se disponía ya a ir al tálamo nupcial, Hoganio le dijo a su flamante mujercita: «Antes de consumar nuestro matrimonio quiero que sepas algo de mí que no te dije nunca por temor a perderte». Preguntó ella con inquietud: «¿Qué es lo que tienes que decirme». Respondió Hoganio: «Estoy loco por el golf. No puedo pasar un solo día sin jugar por lo menos 9 hoyos. Sólo hablo de golf; sólo leo acerca de golf; nada me importa más que el golf; mi vida toda es el golf. Después de eso que te acabo de decir ¿todavía quieres que llevemos a caba nuestra unión?». «Claro que sí -respondió ella-. Además yo también tengo mi secreto. Debes saber que antes de conocerte me dediqué a la vida galante». «¡Magnífico! -se alegró Benny-. ¡Ésa es la clase de vida que nos gusta a los golfistas!». Don Frustracio, el esposo de doña Frigidia, le comentó a un amigo: «Pienso que mi mujer me engaña». ¿Por qué supones eso?» -preguntó el otro. Explicó don Frustracio: «Todos los días le dice al lechero que le duele la cabeza». FIN.

MIRADOR.
¿Héroes? Se habla de Napoleón, de Aníbal, de Alejandro.
Yo hablo de aquel mayordomo inglés, anónimo, a quien conoció Somerset Maugham en un navío que llevaba a Inglaterra a ciudadanos británicos sorprendidos por la Segunda Guerra en territorios ocupados por el Eje.
Pese a los inconvenientes del viaje -el navío era un buque de carga, y los pasajeros debían comer y dormir en el suelo- el mayordomo no dejaba de cumplir sus funciones con su ama, una estirada lady. Cierta tarde un submarino alemán lanzó torpedos al barco, que a su vez respondió con cargas de profundidad. El estallido de las bombas sacudía el barco; todo era pánico, gritos y carreras. El mayordomo se acercó a la señora, y con una reverencia le preguntó impávido:
-¿Desea milady tomar ahora su té, o prefiere esperar a que termine toda esta confusión?
En medio del peligro aquel hombre conservaba no sólo la serenidad sino también el apego a las formas, y cumplía igual que siempre su deber.
Para mí es un héroe de la misma talla que Aníbal, Alejandro o Napoleón. Y aún más grande.
¡Hasta mañana!….

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