De política y cosas peores

15/06/2018 – Aquel pobre señor de nombre don Molato no tenía dientes. Uno a uno los había ido perdiendo en el largo camino de la vida. Sufría mucho el infeliz, pues no podía comer sino papillas, gachas, migas, sopas, hojuelas y otros alimentos sin consistencia ni sustancia. Además al hablar parecía viejo papandujo: las palabras se le volvían farfulla, tartajeo, y a todos espurría con la saliva que le escapaba de los labios. Sus compañeros de trabajo, compadecidos, hicieron una colecta, y un odontólogo le puso una dentadura postiza que le quedó muy bien, a la medida. Llegó a su casa el hombre con el flamante aditamento, y para darle la sorpresa a su mujer se le acercó por la espalda y después de taparle los ojos con las manos hizo sonar la placa dental con un castañeteo semejante al de los crótalos o castañuelas que pulsaba con suprema habilidad Carmen Amaya, La Capitana. Empezó por siguiriyas, siguió por peteneras, continuó por soleares y dio remate y cima por malagueñas a su dental concierto. Le dijo la mujer: «Quítate, no estés jugando, que ya no tarda en llegar el chimuelo»… El Padre Arsilio, cura párroco del pueblo, llamó por teléfono a don Volterio, el presidente municipal, que era librepensador y jacobino. «Señor alcalde -le dijo-, hay un burro muerto frente al templo parroquial. Ya tiene ahí todo el día, y nadie ha venido a recogerlo». «Vaya, vaya -replicó el alcalde, irónico-. Pensé que ustedes los curas tienen obligación de cumplir la obra de misericordia de enterrar a los muertos». «Así es -respondió el padre Arsilio-. Pero primero debemos avisar a los familiares»… El banco fue asaltado. Una vez que los asaltantes se retiraron el gerente le dijo a su linda secretaria: «Señorita Duciflor: ¿sería usted tan amable de acompañarme al baño? Ya me anda de hacer pipí, y los de la policía me dijeron que no toque nada hasta que ellos lleguen». En mis andanzas por todo el país oigo opiniones en el sentido de que ninguno de los candidatos a la Presidencia es bueno, pues todos en mayor o menor medida tienen defectos que, a juicio de quienes así opinan, los inhabilitan para el desempeño de la máxima magistratura, en estos últimos sexenios tan minimizada. Los que dicen eso declaran que no irán a votar, o que anularán su voto. No comparto esa postura. Por principio de cuentas no hay candidato perfecto, ni aquí ni en ninguna otra nación del universo. Luego, eso de abstenerse de votar, o de anular el voto, en nada contribuye al ejercicio democrático. Debemos escoger al candidato que según nuestro leal entender puede hacer el mayor bien a México. Si nuestro punto de vista es pesimista escojamos entonces a quien pensemos que le hará el menor daño. Pero votar es una obligación, al mismo tiempo que un derecho. Si no emitimos nuestro voto, o lo anulamos deliberadamente, nos estaremos poniendo al margen de la vida política, y eso a nadie favorece. El día de la elección vayamos a votar y hagamos válido nuestro sufragio. Es por el bien de México. Aquella señora tenía ya varios años de casada y no había encargado familia. Con la esperanza ya perdida, un buen día, ¡oh, sorpresa!, su vientre comenzó a dilatarse, dando evidentes señas de embarazo. ¡Qué alegría! La señora andaba loca de gusto, y a todo mundo le mostraba con orgullo su incipiente barriga, que día a día crecía más. Pero en una de las visitas al ginecólogo éste notó algo raro, y después de un detenido examen comunicó a la señora: «Lo siento mucho, señora. No se trata de un embarazo. Lo que trae usted es puro aire». La decepción de la señora, por supuesto, fue muy grande. Llegó a su casa y le dijo a su marido: «Eolio: parece que nada más sirves para inflar globos». FIN.

MIRADOR.

Me gustaría haber conocido a ese hombre. En el cerro llamado del Judío, que señorea sobre Real del Monte, se encuentra el viejo cementerio donde descansan los ingleses venidos en busca de la plata. Están ahí esas tumbas del pasado siglo cuyas lápidas ostentan los nombres de los aventureros que cambiaron las brumas de su país natal por la neblina que se hace hilos en El Hiloche, hermoso bosque umbrío entre las minas.
Todas las tumbas están orientadas hacia la misma dirección: miran a Inglaterra. Todas, menos una. Sucede que llegó un payaso inglés a Real del Monte. Venía en el circo de Ricardo Bell. Ahí contrajo unas calenturas perniciosas. Ya en la agonía de la muerte pidió con débil voz que lo enterraran en el Panteón de los Ingleses.
-Pero no quiero -dijo- que mi tumba se oriente hacia Inglaterra. Quiero que apunte hacia la dirección contraria.
-¿Por qué? -le preguntaron los presentes, imaginando alguna historia trágica. Y respondió él con su última sonrisa:
-Por payaso.
Me habría gustado conocer a ese hombre. Sabía él que incluso en la presencia de la muerte se puede sonreír.

¡Hasta mañana!…

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