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De política y cosas peores


14/06/2018 – -Usiflor, muchacha bien portada, le dijo a Pirulina, amiga suya que tenía bastantes kilómetros recorridos: «Jamás le permito a un hombre que me dé el beso de las buenas noches». «Yo tampoco -declaró Pirulina-. Por eso hago que se queden conmigo hasta que ya es de día»… Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, sacó a pasear a su perrita poodle. Había entrado en celo el animalito, de modo que bien pronto convocó a una turba de babeantes chuchos. La empingorotada señora se angustió y llamó al policía del parque. «Por favor, señor gendarme -le rogó-. Disperse a esos canes callejeros. No quiero que ninguno de ellos se acerque a mi perrita». «Señora -respondió el guardia-, es muy difícil oponerse a la naturaleza. Estoy seguro de que a su perrita no le gustaría que los dispersara». Tenía razón el hombre: en ese mismo instante la perrita admitió las atenciones de uno de los perros. «Ni modo -suspiró resignada doña Panoplia-. Policía: deténgame a la perrita mientras yo me volteo al otro lado»… Libidio, galán concupiscente, ansiaba que Dulcilí, joven ingenua, le hiciera dación de la preciosa gala de su doncellez. Le dijo: «¡Por ti cruzaría el mar a nado! ¡Por ti llegaría volando a la Luna! ¡Por ti movería montañas y haría florecer desiertos! ¡Por ti haría que se detuviera el Sol!». Replicó, humilde, Dulcilí: «Lo único que quiero es que te cases conmigo». «¡Joder! -exclamó Libidio exasperado-. ¡No me pidas imposibles!»… Decía Salvador Díaz Mirón, gran poeta y hombre atrabiliario: «Al que me insulta le pego, y al que me pega lo mato». Salvas todas las diferencias así debería actuar nuestro país ante las constantes ofensas y amenazas de que Trump nos hace objeto. México no es una republiquita bananera a la que se pueda humillar impunemente. Tiene capacidad de respuesta, como lo demostró al imponer aranceles a mercancías norteamericanas luego de que el nefasto presidente yanqui los impuso a productos nuestros. Por encima de posibles represalias nuestro Gobierno debe tratar de tú a tú con la administración de Trump. Apocarse ante ella -achicopalarse, diría la expresión de pueblo- es exponerse a más y mayores malos tratos. La golfista novata hizo un tiro. La pelotita salió con fuerza y golpeó a un jugador que iba delante. El tipo, con un grito de dolor, se llevó ambas manos a la entrepierna. Corrió solícita la dama, y muy apenada se disculpó con el sujeto. «Perdóneme -le dijo-. Estoy aprendiendo apenas a dirigir el tiro». «Pues vaya que me lo dirigió» -gime el dolorido señor sin quitarse las manos de donde las tenía. Ofreció la dama: «Soy experta en masajes terapéuticos. Permítame darle el masaje llamado de Cederschiöld, que consiste en aplicar presiones rítmicas sobre la parte traumatizada a fin de producir un efecto anestésico. Tiéndase en el césped, por favor». Obedeció el golfista; la señora le bajó el cierre del pantalón y empezó a maniobrar en la correspondiente parte. Después de un buen rato de manipulación (Handhabung en lenguaje técnico) la mujer le preguntó al sujeto: «¿Se siente mejor?». «Mucho mejor -contestó el tipo respirando con agitación-. Sígale por favor, no importa que el dedo me duela todavía»… Babalucas marcó el número telefónico de una empresa de mensajería. Le contestó una voz: «Estafeta». «Salúdela de mi parte -dijo el badulaque-, pero con el que quiero hablar es con el gerente»… En la clase de Biología la maestra le pidió a Juanito: «Pasa al pizarrón y dibuja un huevo». El pequeño fue a la pizarra y tomó el gis. Luego empezó a dibujar al tiempo que se metía una mano en el bolsillo del pantalón. «¡Éjele! -gritó Pepito-. ¡Está copiando!»… FIN.

MIRADOR.

El país entero suda y se acongoja. La República sufre bochornos igual que señora en climaterio. Andamos acalorados como si viviéramos en las proximidades del infierno, y la temperatura es el tema principal de las conversaciones.
A todas partes voy de este país. Acabo de estar en Durango, Tampico y León. Calor, calor en todas partes, y en todas partes quejas porque el clima ya no es como era antes, ni llueve como llovía en aquellos tiempos.
Regreso a Saltillo, mi ciudad y encuentro ahí también esas temperaturas altas. Pero viene la noche, y baja de la sierra un aire montañés que nos alivia. El jardín de la casa se embalsama con aromas de madreselva; agita sus ramas el nogal como abanico rumoroso.
Se olvida el cuerpo de sí mismo y sale el alma a caminar por la frescura de la noche.
Mañana hará calor otra vez, seguramente.
Pero mañana será otro día.
¡Hasta mañana!…

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