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De política y cosas peores


13/06/2018 – En el solitario paraje llamado El Ensalivadero el tímido muchacho le dijo a su ardiente y voluptuosa acompañante cuando ambos estaban ya en el asiento de atrás del automóvil: «Hotilia: tengo tantas ganas de besarte que hasta me tiemblan los labios». «Eso no es nada, Timoracio -respondió ella respirando agitadamente-. A mí me están temblando los muslos». Casó Meñico Maldotado, infeliz joven con quien la naturaleza se mostró avara en la parte correspondiente a la entrepierna. Al comenzar la noche de las bodas el flamante novio se despojó de su atavío y se mostró corito, o sea sin ropa, a los ojos de su flamante mujercita. Lo miró ella y exclamó luego consternada: «¡Caramba! ¿También en esto hay crisis?». Por indicación del veterinario del zoológico, que consideraba inconveniente el apareamiento del canguro y su hembra, el director del establecimiento ordenó que los dos animalitos fueran separados, y entre ellos hizo levantar una cerca de alambre de 3 metros. Por la mañana el canguro amaneció con su compañera. La cerca fue elevada hasta alcanzar 5 metros. El siguiente día el canguro estaba de nuevo con la hembra. El director mandó que la cerca midiera 7 metros. Igual que las veces anteriores, al siguiente día el canguro estaba muy amartelado con su dama. «Hagan la cerca de 10 metros de alto»-ordenó el director. Esa noche, reunidos otra vez amorosamente el canguro y su hembra, le preguntó ella a su amador: «¿Qué altura crees que llegará a alcanzar la cerca?». «Aproximadamente un kilómetro -respondió el canguro-, a menos que alguien te encuentre antes en la bolsa la llave de la puerta». La rica pero ignorante dama contó en la fiesta que había visto en la tele una película muy vieja, pero muy interesante. Le preguntaron: «¿Qué película es esa?». Respondió: «Se llama La huella de la vaca . En los títulos aparece como La huella delatora , pero claro que no está bien escrito». Un hombre obeso en grado sumo estaba entregado a eróticos deliquios con una muchacha de constitución frágil, más frágil aún que la de México. En el arrebato de la pasión le pidió que se moviera. Advirtió sorprendido que la chica abría y cerraba los ojos una y otra vez. Le preguntó: «¿Por qué mueves así los párpados?». Respondió ella: «Es lo único que puedo mover»… «México no es Venezuela», dicen quienes creen que los males del caudillismo populista no pueden abatirse sobre nuestro país. No piensan que antes de Chávez y Maduro, su secuaz, Venezuela era otra Venezuela. Ahora esa nación hermana, otrora próspera y boyante, sufre carencias que sus habitantes nunca imaginaron. Ningún país está libre de la amenaza populista. En todos puede florecer esa mala hierba llamada demagogia. Todos pueden sufrir los graves riesgos que derivan del autoritarismo mesiánico y personalista. Miremos los extremos a que está llegando Trump en la nación más democrática de América, y no digamos que de esa agua no beberemos. Lord Highrump, rico señor rural, sorprendió a Jock McCock, el encargado de la finca, haciéndole el amor en el granero a Guinivére, su única hija. Después de hacer que la muchacha se retirara don Poseidón ató McCock al poste central que sostenía el techo. Pero no lo ató por las manos, aunque éstas se las amarró en modo que fácilmente pudiera desatárselas: lo ató al poste por una parte muy sensible de su cuerpo, precisamente por do más pecado había, como dice el antiguo romance del Rey Rodrigo. Luego puso un serrucho recargado en el poste. Le preguntó McCock, temblando: «¿Va usted a cortarme eso?» «No -respondió lord Highrump-. El que te lo va a cortar eres tú. Yo lo único que voy a hacer es prenderle fuego al granero»… FIN.

MIRADOR.

Jean Cusset, ateo con excepción de la vez que escuchó el Stabat Mater, de Rossini, dio un sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siempre-, y prosiguió:
-Hay quienes coleccionan riquezas, que es la mejor forma de empobrecerse. Algunos coleccionan mariposas. Otros, que se parecen a éstos, coleccionan amores. Yo, que quiero ser rico, colecciono amigos.
-A veces he pensado -siguió diciendo Jean Cusset-, que no hay amigos: sólo hay ratos de amistad. Pero en horas difíciles, cuando a la vida llegan los heraldos negros que decía Vallejo, he sentido el tibio calor de la amistad, y la compañía de mis amigos ha sido bálsamo y consuelo.
-No debo ser tan malo -concluyó Cusset-, si tengo amigos buenos. Amigos de ésos que son, dice la copla aragonesa, como la sangre, que acude siempre a la herida sin esperar que la llamen.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini. Con dos aceitunas, como siempre,

¡Hasta mañana!…

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