9/06/2018 – CIUDAD DE MÉXICO 08-Jun-2018 .-El joven Leovigildo anhelaba saborear las caricias de la linda Dulcibel, pero era tímido y no se atrevía a tomar la iniciativa. Cierto día, sin embargo, leyó un libro de superación personal cuyo autor exhortaba a sus lectores a ser águila y no gallina y a repetir 100 veces todas las mañanas frente al espejo del baño: «Soy un triunfador; soy un triunfador.». Esa noche, pues, al dejar en su casa a la muchacha la abrazó por vez primera. Ella no opuso resistencia. Entonces Leovigildo dio el siguiente paso: la besó. Dulcibel correspondió al beso. Animado por tal correspondencia el galán tomó la mano de la chica y la puso en su entrepierna. Eso indignó a la chica. «¡Eres un grosero! -le dijo-. Sólo tengo una palabras para ti: ¡lárgate!». Replicó Leovigildo: «Yo también tengo una sola palabra para ti». Preguntó, recelosa, Dulcibel: «¿Cuál es?». Le dijo Leovigildo: «Suéltame». Doña Pasita iba muy despacio por la carretera, y la detuvo un patrullero. «Va usted manejando a 20 kilómetros por hora -le dijo-. Eso es muy peligroso». «Discúlpeme, oficial -se apenó doña Pasita-. Es que llevo prisa».Según las estadísticas hay muchas más viudas que viudos, tantas que a cada hombre de 80 años le tocan 10 mujeres. Lástima que sea tan tarde. Una de las mayores sinrazones de la irracional contienda por la Presidencia aparece en la forma de una paradoja: la fuerza de López Obrador se finca en buena parte en la irritación de los ciudadanos por las corrupciones del régimen actual, y sin embargo AMLO es el único candidato que expresamente ha ofrecido a los culpables de la corrupción amor y paz; perdón y olvido; concordia y reconciliación. Eso no sería de extrañar en un miembro de «la mafia del poder», pero sí llama la atención en quien se ha ostentado como adalid de la honestidad valiente y de la lucha contra la corrupción. En cambio el panista Ricardo Anaya, que ha manifestado su intención de meter a la cárcel al mismísimo Presidente si se comprueba que incurrió en ilícitos, va en un lejano segundo lugar en las encuestas, y debe resentir los ataques tanto del régimen como de los partidarios de López Obrador. La supuesta alianza, llamada Primor, entre el PRI y Morena no parece inverosímil si se considera que Peña Nieto y AMLO comparten el mismo ADN priista. Extremando tal genética alguien podría decir que la llegada de López Obrador al poder no sería más que el cambio de un priismo por otro. Si la dominación del viejo PRI -nunca ha habido uno nuevo- duró 70 años, habría que preguntar cuánto duraría el dominio de AMLO. No soy de los que piensan que el tabasqueño buscaría perpetuarse en el poder a la manera de Chávez o Maduro, pero sí creo que procuraría hacerlo a través de interpósita persona, creando una especie de maximato como hizo el fundador del PRI. López Obrador no es de los que llegan y luego se van. Es de los que llegan y se quedan ya; de los que agarran y no sueltan. Su capital político es tan grande, y se acrecentaría en tal manera con el uso del poder, que de seguro no querría dejarlo librado a ese ente tan riesgoso e impredecible que se llama democracia. Así como hubo una era priista podría haber una era lopezobradorista que en caso de instaurarse duraría una buena parte de este siglo. ¿Especulación? Quién sabe… Una mujer de 60 años experimentó ciertos síntomas que la preocuparon: náuseas mañaneras, mareos súbitos, antojos. Acudió a la consulta de su médico y éste, después de los exámenes correspondientes, le dio la increíble noticia: «Está usted embarazada». Hecha una furia la mujer tomó el teléfono y llamó a su marido: «¡Desgraciado! ¡Me embarazaste!». Respondió el hombre: «Perdón ¿quién habla?». FIN.
MIRADOR.
Arde el bosque en la sierra de Arteaga de mi natal Coahuila.
El fuego ha hecho suyo el hermoso cañón que llaman de la Carbonera. Desde lejos se mira la columna de humo gris, y la noche se enrojece con el fulgor ominoso de las llamas.
Yo tengo ahí memorias de las que no se van. Estaba de vacaciones de Semana Santa en Pino Gacho, el rancho antiguo de don Jesús Santos Cepeda, cuando llegó la noticia de que Pedro Infante había muerto. Miré llorar a las mujeres y bebí con los hombres en silencio mis primeras copas de mezcal.
Ardió el bosque porque el bosque ardía. Cuando el monte está seco basta la chispa de un vehículo que pasa, o un rayo de sol que se filtra por el cristal de una botella, para encender la hierba. Ya nadie puede entonces apagar la lumbre. Después del fuego quedan sólo espectros de árboles. Se va la vida, y pasa medio siglo o más para que vuelva.
No sé si regresaré a la Carbonera. No quiero mirar negro lo que sigue verde en el recuerdo.
¡Hasta mañana!…