Armando Fuentes
28/05/2018
¿Qué sucede si un adolescente se toma por equivocación dos pastillas de Viagra? Le pasa lo que al joven Manulito, que fue llevado al hospital con quemaduras de segundo grado en la entrepierna causadas por excesivo frotamiento. ¿Qué le dijo una pierna de vedette a la otra? «Si nos separáramos podríamos hacer mucho dinero entre las dos». Doña Frigidia, ya se sabe, es la mujer más fría del planeta. En cierta ocasión vio la película «Fuego de juventud», y su sola presencia en la sala cinematográfica bastó para marchitar la juventud y apagar el fuego. Pues bien: don Frustracio, el marido de la gélida señora, le comentó a un amigo: «Creo que mi esposa está empezando a darle un poco de importancia al sexo». Preguntó el otro: «¿Por qué lo piensas?». Explicó don Frustracio: «La otra noche le estaba haciendo el amor cuando sonó el teléfono. Quien llamaba era una amiga de Frigidia. Se pusieron las dos a platicar mientras yo seguía haciendo lo que estaba haciendo. A los 15 minutos mi mujer le dijo a su amiga: Y ahora discúlpame. Debo colgar porque estoy algo ocupada «. Leo un anuncio de Durango: «Venga a conocer la belleza de nuestros alacranes y el veneno de nuestras mujeres». Esa ingeniosa frase contiene una verdad. En efecto, el escorpión muestra en su perfecta geometría una misteriosa estética, y hay en la belleza de la mujer un tósigo que todos los hombres queremos apurar. Amo a Durango desde que lo descubrí bajo la guía de Olga Arias, poeta de fina sensibilidad, y de los talentosísimos hermanos Salas: Enrique, Chalío, Salvador, Conchita y Carmelita; ellos con la belleza de su música; ellas con la música de su belleza. Amo a Durango en su historia y sus leyendas; en su magna catedral a la que pone luz la sombra de una monja; en esa antigua hacienda donde brota como flor rara un gobelino más hermoso que los del museo de Nueva York. Amo a Durango en sus estudios de cine con escenarios tan mentirosos que son la pura verdad; en el recuerdo de Dolores del Río y de Ramón Novarro; de Ricardo Castro y los hermanos Revueltas, genios todos ellos y ella. Amo a Durango porque en Durango comenzó su carrera de bandido aquel hombre tormenta, Pancho Villa, a quien querré siempre porque veneró a Madero, y cuando el apóstol sin mancha fue asesinado lloró como llora un niño la muerte de su padre. He aquí que mañana a la una de la tarde estaré en Durango, en el Museo Francisco Villa, invitado por su director, Óscar Gilberto Jiménez Carrillo, que tanto amor y dedicación pone en su tarea; por el Instituto de Cultura y por Artes Gráficas La Impresora. En mi charla contaré «Por qué escribo lo que escribo». Y aunque voy de pisa y corre -más de corre que de pisa- sentiré otra vez el alma de Durango y gozaré una vez más la belleza misteriosa de sus alacranes y el veneno sutil de sus mujeres. Allá nos vemos. Reaparece aquí el desgraciadísimo Capronio. Le dijo a su esposa: «Cuando yo era joven me prometí a mí mismo que no me casaría sino hasta hallar una mujer que fuera hermosa, inteligente, culta, amorosa y comprensiva». Preguntó emocionada la señora: «¿Y yo fui esa mujer?». Respondió Capronio: «No. Me cansé de esperar». (Maldito. Merece que el Bronco le moche algo). Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, sospechó que su marido la engañaba. Contrató a un detective para que lo siguiera. Al día siguiente el investigador rindió su informe: «El señor fue anoche a un bar de mala muerte, y luego a un motel de segunda». Inquirió doña Panoplia: «¿Por qué fue a esos lugares?». Contestó el detective: «La estaba siguiendo a usted». FIN.
MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
Charlan en la cocina del Potrero don Abundio y don Valente Gáuna. (Así se pronuncia por acá el apellido Gaona).
Yo estoy también ahí, pero no participo en la conversación. Tengo menos años que ellos y debo callar cuando hablan mis mayores, a menos que me pregunten algo o soliciten mi opinión.
El viejo reloj de péndulo suena las 12 de la noche. Las mujeres se han ido ya a dormir, y la plática se hace masculina.
-Abundio: ¿qué fue para ti lo mejor de la vida?
La respuesta es concisa y maciza:
-El mezcal.
Declara don Valente:
-Para mí lo mejor fueron las mujeres.
Don Abundio sacude la ceniza de su cigarro y hace una precisión:
-Dijiste «lo mejor». No dijiste «lo más mejor».
Y don Valente:
-Ah, güeno.
Se oye el acompasado tic tac del reloj y el desacompasado crepitar de la leña en el fogón. No se oye nada más. Todo está dicho.
¡Hasta mañana!…