De política y cosas peores

Armando Fuentes

21/05/2018

Por estos días leo a Macrobio, escritor latino del siglo IV de nuestra era (perdón por incluirme entre los propietarios de esa era). Muy conocido en la Edad Media por su nombre de Ambrosio Teodosio, Macrobio fue prefecto en España y procónsul en África, donde quizá nació. A él debemos el aprecio a Virgilio y la gran difusión de la obra del mantuano a partir del medioevo. Ya cercana su muerte Macrobio se convirtió al cristianismo. Años antes había publicado su obra Symposion Saturnalia, una deliciosa antología de textos sobre los más variados temas. Ignoro si de este libro hay traducción al español; yo la haría si tuviera tiempo y conocimientos suficientes. Encuentro en el Symposion de Macrobio un picaresco relato que debe figurar entre los más antiguos chistes en los anales del humorismo universal, pues tiene aproximadamente mil 600 años de edad. Según esa narración la esposa de Agripa, Julia, engañaba a su marido con un variadísimo surtido de amadores. Sin embargo todos los hijos de la mujer -eran seis- se parecían a su marido, de modo que no cabía duda sobre su paternidad. Algunos amigos de Julia que conocían sus adulterios se admiraban por eso y le preguntaban cómo hacía para que sus hijos se parecieran a su esposo, teniendo tantos amantes: «… Ait: Numquam enim nisi navi plena tollo vectorem …». Respondía: «Nunca tomo pasajeros sino cuando el barco está lleno»… ¿Qué les parece a mis cuatro lectores esta Julia? ¡Y luego dicen que en cuestiones de moral todo tiempo pasado fue mejor! Quienquiera que conozca la naturaleza humana sabe que en cosas de la cintura para abajo todo tiempo pasado fue igual. Recordemos la anigua copla oaxaqueña -de la época de la Colonia- por la cual su autor fue a dar ante los ceñudos jueces de la Inquisición. Dice esa copla, referida a los mandamientos de la ley de Dios: «Si el sexto no lo suprimen, / y el noveno no rebajan, / ya podrá Diosito bueno / llenar su Cielo con paja». Al terminar el trance de amor Dulcibella, recelosa, le preguntó a su galán: «Dime, Pitorro: ¿no tienes la enfermedad venérea llamada herpes?». (Eso debió preguntar antes de empezar el dicho trance). Respondió él: «Desde luego que no». «Qué bueno -se tranquilizó Dulcibella-. Sería el colmo que me lo contagiaran dos veces en la misma semana»… Casta, linda chulapa de Madrid, se topó en la calle de Alcalá con su amiga Susana. Después de un rato de conversación le preguntó: «¿Tienes novio, chica?». «Sí -respondió Susana-. Es otorrinolaringólogo». «Ya veo -comentó Casta-. Vasco»… Himenia Camafría y Celiberia Sinvarón, maduras señoritas solteras, visitaban el Museo de Antropología. El guiaba del grupo les informó: «Esta pieza de cerámica que ven ahora es un símbolo fálico». La señorita Himenia se inclinó sobre su amiga y le dijo al oído: «Será símbolo de lo que sea, pero francamente a mí me parece otra cosa»… Babalucas, el tonto mayor de la comarca, invitó a su novia Pirulina a salir esa noche. Cuando llegó por ella se encontró con que la muchacha tenía una fuerte laringitis, y no podía hablar. Le preguntó: «¿Qué quieres que hagamos?» -le pregunta. Ella tomó una libreta y dibujó una mesa y sobre ella un plato con viandas. «Ya entiendo» -dijo Babalucas. Y la llevó a un restorán. Al terminar la cena le preguntó: «Ahora ¿qué quieres que hagamos?». Ella, en la servilleta, dibujó una copa. «Entiendo» -volvió a decir Babalucas. Y la lleva a un bar a tomar una copa. Le preguntó luego: «Y ahora ¿qué quieres que hagamos?». Ella, con sonrisa insinuativa, dibujó una cama. «Entiendo -repitió el badulaque-. Pero creo que éstas no son horas de ir a ver muebles»… FIN.
MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
Conocí a Mark o Grady en la Universidad Interamericana, institución de gratísima memoria en mi ciudad, Saltillo. Mi amigo hacía su tesis sobre Washington Irving. Era feliz: cuando fumaba su pipa perdía la mirada en el vacío y le salía al rostro una plácida sonrisa de beatitud.
Cierto día, después de dos o tres whiskies -¿o fueron cuatro o cinco?- le pregunté el secreto de su felicidad.
-Soy un paranoico al revés -me contestó.
No entendí la respuesta. Me explicó:
-El paranoico piensa que todos le quieren hacer un mal. Yo pienso que todos me quieren hacer un bien. Imagino que aquellos con quienes trato tienen la intención de poner algo bueno en mi vida, y entonces procuro poner algo bueno en la vida de ellos. Me siento feliz actuando así. ¿Y sabes una cosa?: al final siempre recibo un bien de los demás.
Mark O´Grady… Paranoico al revés… ¡Qué paranoico tan feliz!
¡Hasta mañana!…

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