De política y cosas peores

11/05/2018 – Este día pondré una palabra altisonante en boca del Presidente de la República. No sé si Peña Nieto acostumbre usar esa clase de palabras. Supongo que sí, pues todos los mexicanos las usamos (y también muchas mexicanas), pero lo hago decir dicho vocablo como medio para ilustrar mi comentario político de hoy. Antes de incurrir en ese que puede parecer exceso retórico narraré algunos cuentecillos que dispongan el ánimo de mis cuatro lectores para oír la citada expresión. Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, yacía en una cama de hospital vendado de pies a cabeza igual que momia egipcia. Sus amigos fueron a a visitarlo. Le preguntó uno: «¿Qué te sucedió?». Con voz feble respondió Pitongo: «Un mal cálculo». «¿Renal?» -inquirió otro. «No -precisó el lacerado-. Calculé que el marido llegaría a las 12, y llegó a las 10 y media». Don Poseidón recibió en su casa al pretendiente de su hija, muchacha bastante bien dotada tanto en la parte correspondiente al busto como en la región de las caderas. El galancete le dijo al severo genitor: «Señor: vengo a pedirle la mano de Bucolina. No es precisamente la mano lo que quiero de ella, pero en fin, por algo se empieza». En la capilla funeraria donde se velaba a aquel señor un niño sollozaba lleno de aflicción: «¡Quiero irme con mi papá! ¡Quiero irme con mi papá!». Una bondadosa dama se acercó al pequeño y le dijo con ternura: «No llores, buen niño. Tú papá ya está en el Cielo. Además seguramente tu mami se las arreglará para conseguirte otro». «¡Mi papá no está en el Cielo! -gimoteó el chiquillo-. ¡Es el chofer de la carroza, y quiero irme con él!». Ya conocemos a don Chinguetas, marido tarambana. Su debilidad es el sexo débil. Doña Macalota, su esposa, comentaba: «Mi marido tiene muy mala memoria. Con frecuencia se le olvida que es casado». ¿Qué le dijo la tortillera al filósofo? «No hay masa ya». La abuelita de Susiflor le preguntó a la madre de la linda chica: «¿Todavía anda Susi de novia con aquel joven tan guapo, tan bien vestido siempre, tan fino de modales, tan pulcro y atildado?». «Ya no, mamá -respondió la señora-. Resultó que el muchacho es pederasta». «¡Mira! -se entristeció la abuelita-. ¡Tan bueno que se veía, y borracho!». Con una sola palabra Enrique Peña Nieto habría impulsado la campaña de José Antonio Meade. Más aún: quizá con esa palabra habría podido hacer que su candidato ganara la Presidencia, lo cual hoy por hoy se mira muy difícil. Esa palabra -con perdón sea dicha- es «Chíngame». En efecto, si el Presidente hubiera autorizado a Meade a atacarlo; a señalar los actos de corrupción habidos en su Gobierno; a prometer que castigaría a los responsables, sin excluirlo a él, habría evitado que quien es sin duda el mejor candidato en la campaña, y que ni siquiera pertenece al PRI, sea visto por la ciudadanía como un priista más que no sólo protegería a Peña Nieto desde la Presidencia (cosa que hará en su caso López Obrador), sino que dejaría que «la mafia en el poder» siga intocable (cosa que López Obrador hará en su caso). En cambio la defensa que el candidato del prigobierno ha hecho del Presidente actual ha disminuido aún más sus posibilidades de alcanzar el triunfo. Si Peña Nieto le hubiera dicho aquella palabra, las muchas cualidades personales de José Antonio Meade, su buena imagen y el temor de un vasto sector de electores a un cambio radical lo habrían puesto en mejor posición. Ahora, en las presentes circunstancias, un triunfo del PRI es impensable. La elección, ya se ha dicho, será entre dos. Y todo indica que Meade no estará entre ellos. FIN.

MIRADOR.

Me habría gustado conocer a este señor a quien todos en su familia llamaban tío Alberto.
Tenía un sobrino, niño de corta edad que con frecuencia iba a su casa. Era travieso el niño -la obligación de los niños es ésa: ser traviesos-, y un día hizo una travesura que irritó grandemente a la esposa del tío Alberto. Le ordenó la severa mujer a su marido:
-Lleva a este niño malo a tu despacho y pégale con el cinturón, a ver si así aprende a portarse bien.
El tío Alberto llevó a su pequeño sobrino al despacho; se quitó el cinturón y le pegó. al sillón. Luego llevó al chiquillo de regreso con su tía. Le dijo a la señora:
-Ya usé mi cinto. Seguramente Andresito aprendió la lección.
-Y la aprendí -narró muchos años después en su autobiografía Andrés Segovia, el gran guitarrista español-. Aprendí que la mejor lección es la que se imparte con amor.
Me habría gustado conocer al tío Alberto. Sabía que el amor perdona todas las travesuras.
¡Hasta mañana!…

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