Armando Fuentes
07/05/2018
Talito era el joto del pueblo. Sé bien que caigo en delito de incorrección política al usar ese voquible, «joto»; pero si dijera «gay» ccometería anacronismo, pues en el tiempo en que ocurre mi relato – mediados del pasado siglo- ese anglicismo no se conocía. Una vez llegó al lugar una compañía de teatro, y el director preguntó en la fonda si había ahí alguien que se dedicara al teatro, pues le hacía falta un actor para completar el elenco de la obra que se iba a representar, una alta comedia cuyo título era «Mancha que limpia» o «La virtud del pecado». El fondista respondió que el único artista en la comarca era Talito, que lo mismo bailaba flamenco que cantaba canciones de Luis Mariano y recitaba versos de Nervo y de Darío. Buscó el director al tal Talito -Atalo se llamaba- y lo invitó a participar en la obra. Le dijo que le pagaría 5 pesos por función. Su personaje sería el de mayordomo de la casa. En el tercer acto entraría llevando una charola con una misiva que entregaría al protagonista al tiempo que le decía: «Señor marqués: la carta ha llegado». Trabajo le costó al director que Talito dijera con propiedad esa sencilla frase, pues la decía con aflautada voz. «Hable como hombre» -le pedía. «¡Ay! -protestaba Talito-. ¿Por 5 pesos tengo que caracterizarme?». A tuertas y a derechas el director logró por fin que Talito recitara su frase en tono masculino. Llegó la noche de la función. Talito se presentó en el teatro pintado como coche, tanto que el maquillista tuvo que quitarle la profusión de polvos y coloretes que se había puesto. Hecho ese necesario arreglo Talito se colocó tras bambalinas ansioso por entrar a escena. «Todavía no -le indicó el traspunte-. Usted entra al final del tercer acto». No se movió de ahí Talito, antes bien a cada rato le preguntaba al encargado: «¿Ya entro? ¿Ya entro?». «Todavía no» -repetía el traspunte. Talito se desesperaba. No veía la hora de mostrarse ante el público local. «¿Ya me toca? ¿Ya me toca?». «Le digo que todavía no -se impacientaba el hombre-. Espere al tercer acto». Llegó por fin el momento anhelado por Talito. El traspunte le entregó la charola y la misiva y le dijo: «Ahora sí; entre». Salió a escena Talito y le dijo en tono grave al protagonista: «Señor marqués: la carta ha llegado». La tomó en sus manos el actor, y después de leerla dijo con dramático acento: «¡Demasiado tarde!». Con su aflautada voz exclamó enojado Talito: «¡Pos es que aquel viejo que está allá no me dejaban entrar!». La misma frase: «Demasiado tarde», puede aplicarse a la designación del muy conocido René Juárez como nuevo dirigente nacional del PRI. A menos, claro, que el prigobierno vaya a utilizar ese nombramiento para explicar manipuleos de última hora tendientes a poner a Meade en la recta final de la contienda, y eventualmente a proclamar su triunfo en la elección. Me inquieta que López Obrador llegue a la Presidencia, pero me inquieta más la posibilidad de que el régimen intente un «fraude patriótico» para impedir que llegue. Eso traería gravísimas consecuencias al país. Digámosle mejor al prigobierno la misma frase de mi relato de hoy: «¡Demasiado tarde!». Un sultán le comentó a otro: «Mis 30 esposas me salen muy caras». «Haz lo que yo -le sugirió el otro-. Tengo una esposa y 30 pelucas». Babalucas clamaba acongojado: «¡Señor, Señor! ¿Por qué nunca me saco la lotería?». Se oyó una majestuosa voz venida de la altura: «¡Porque nunca compras boleto, pendejo!». Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, hablaba con orgullo de su reciente viaje a Italia. Dijo: «Y fuimos a una ciudad que en italiano se llama Temeo». Su esposo la corrigió: «Torino, mujer; Torino». FIN.
MIRADOR.
En el Potrero se recuerda con afecto a doña Tasia.
Anastasia se llamaba. Tenía dos años de casada cuando su esposo se fue de bracero «al otro lado».
En un principio el hombre le escribía y le mandaba dólares. Poco tiempo después dejó de saber de él.
Pasaron algunos años. Varios pretendientes se le acercaron a Anastasia. Era guapa, y su huerta contaba entre las mejores de la sierra. A todos los despachó con viento fresco, más fresco aún que el de la sierra en el invierno. Cuando le decían que de seguro su esposo ya había muerto respondía: «¿Cómo sabes?».
Pasaron muchos años. Doña Tasia era ya anciana. Un día apareció en el rancho un hombre con traza de indigente. Le faltaba un brazo y caminaba penosamente con ayuda de un bastón. Llamó a la puerta de Anastasia. Abrió ella, vio al hombre y le preguntó: «¿Cómo te fue?».
Días después él trató de explicarle su ausencia. Doña Tasia no lo quiso oír: «Si me dices la verdad será muy triste, y si me dices una mentira será más triste aún».
A poco murió el hombre. Doña Tasia no lo lloró. Dijo: «Ya estaba muerto».
¡Hasta mañana!…