De política y cosas peores

5/05/2018 – Abustina tenía chichis grandes. Nadie diga que esa palabra, chichi o chiche, es vulgarismo. Viene del náhuatl, y es apócope de «chichihualli», la teta o mama de la hembra. Ya no se usa la palabra, como tampoco se emplea el término «chichigua», con el cual se nombraba a las nodrizas o amas de cría. Sobrevive el vocablo sólo en frases también ya poco usadas, como aquélla que dice: «Habrá vacas más chichonas, pero no que den más leche», aplicada a la mujer de busto breve pero hacendosa y productiva. Advierto, sin embargo, que me he apartado de un relato que ni siquiera he comenzado aún. Vuelvo a mi historia. Abustina tenía chichis grandes. Cuando los ancianos del Potrero ven una prominencia pectoral así exclaman en tono admirativo: «¡Con ese pecho yo canto hasta el Alabado viejo!». Aluden a un antiguo himno religioso difícil de cantar. Hermoso encanto es el del busto femenino. Grande o pequeño constituye irresistible imán para el varón, quizá por atávicas reminiscencias maternales, diría Freud. Pero otra vez me he ido por los cerros de Úbeda. Empiezo nuevamente. Abustina tenía chichis grandes. Eso la mortificaba mucho, pues no podía hacer cosas como, por ejemplo, tocar la guitarra: su profuso tetamen le impedía alcanzar el instrumento. Por la misma razón tampoco podía escribir en el teclado de su computadora. En cierta ocasión fue con un cirujano plástico y le pidió que le redujera el busto. El facultativo, embelesado con aquella espléndida profusión mamaria, le propuso mejor alargarle los brazos. Los apuros de Abustina eran continuos por causa de su excedencia pectoral. Cuando iba al cine ocupaba al mismo tiempo dos butacas: la suya y la de adelante. Su novio no sabía si sentarse a su lado o acomodarse junto a la butaca delantera, bastante más disfrutable. La mamá de Abustina la consolaba: «Piensa, hija mía, que cuando estés bailando tu pareja nunca podrá pisarte». Se casó Abustina, y al regreso de la luna de miel su señora madre le preguntó con ansiedad si venía ya en estado de buena esperanza, o sea embarazada. «No, mami -respondió ella-. Mamulito (tal era el nombre de su flamante esposo) apenas va a la mitad de la bubis derecha». Ahora bien: ¿a qué viene este largo relato que tiene como protagonista a la pechugona joven Abustina? Lo traigo a colación porque algunos de los candidatos a la Presidencia, principalmente López Obrador y Anaya, parecen proponer un Estado nodriza que dé la teta o chichi a vastos sectores de la población: personas de la tercera edad; madres solteras; trabajadores desempleados; estudiantes sin recursos; campesinos sin campo; mujeres y hombres en pobreza extrema, y una serie de etcéteras tan larga que llenaría varias páginas de este prestigiado diario. Ni siquiera juntando el presupuesto de Estados Unidos con el de todos los países de la Unión Europea bastaría para cumplir ni siquiera la mitad de esos ofrecimientos. ¿Volveremos a un Estado paternalista como el de los pasados tiempos? Más que otorgar dádivas o entregar limosnas un buen gobierno propicia la creación de empleos. El trabajo dignifica, en tanto que la caridad pública degrada y anula la iniciativa personal de quienes la reciben. En los actuales tiempos no necesitamos un Estado nodriza, un paternalismo providente. Requerimos un Estado moderno que finque en la educación y en el trabajo el futuro de la Nación. Pirulina llamó por teléfono a Pitoncio. «¿Recuerdas que te dije que no quería verte más? Estaba equivocada: quiero verte». Preguntó, ufano, Pitoncio: «¿Qué te hizo cambiar de opinión?». Replicó Pirulina: «La prueba de embarazo». FIN.

MIRADOR.
La estampa tiene nombre. Se llama «El niño carpintero».
En ella aparece la Sagrada Familia -Jesús, María y José- en el taller del castísimo esposo. Él está trabajando; la Virgen hila en la rueca
Jesús ha terminado su primer trabajo de carpintería y lo muestra, orgulloso, a sus padres. Es una pequeña cruz de madera. José y María contemplan a su hijo y su obra con infinito gesto de tristeza.
A mí también me ha entristecido ese relato sin palabras que un amable lector me hizo llegar con motivo del artículo que escribí el día de la Cruz. Sin embargo mi tristeza se disipó al ver en la catedral de Tampico una de las grandes y bellas pinturas de su Via Crucis. Los sayones le presentan la cruz al Redentor y él abre los brazos como ansioso de recibirla. Sabe que su amoroso sacrificio pondrá a los hombres en el camino de la salvación.
La fe que de mis padres heredé es generosa. Junto a cada tristeza pone una alegría. Tras de la pesadumbre cuaresmal nos llega el gozo de la Pascua. Luego de la Pasión la Navidad vendrá. Hermosa fe es ésta en que la vida triunfa al final sobre la muerte, y la esperanza sobre la desesperación.
¡Hasta mañana!…

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