3/05/2018 – Recordarán ustedes a Tarzan, que vivía en la selva con su esposa Jane y un chimpancé llamado Chita. Cierto día llegó a su cabaña y encontró a Jane desmelenada y con las ropas en desorden. «Malas noticias, Tarzan -le dijo ella-. No era Chita: era Chito». Error grave sería que Anaya, Meade y Margarita se unieran públicamente en un frente común para derrotar a López Obrador. Eso daría la razón al tabasqueño, que los ha acusado de echarle montón, y lo haría aparecer como víctima del «compló» que desde tiempo inmemorial ha venido denunciando. Algún maquiavélico estratega diría que cualquier arreglo que se hiciera en tal sentido debería hacerse por abajo de la mesa, como parece haber sucedido cuando el prigobierno maniobró para favorecer a Calderón y ayudarlo a vencer a AMLO «haiga sido como haiga sido». La unión de los tres candidatos opositores, hecha sin publicitarla, tendría una posibilidad, siquiera sea remota, de superar a López Obrador, pero la participación aislada de cada uno hará que la victoria de cualquiera de ellos sea un verdadero milagro. Y en política, arte de realidades, los milagros rara vez suceden. El régimen y su partido temen a López Obrador. Quizá su temor es infundado, pues AMLO es en verdad el único priista que está participando en la contienda; pero si tanto miedo le tienen hagan que los votos útiles de sus militantes favorezcan a quien más posibilidades tiene de vencer al tabasqueño. En todo caso la señora Zavala ha de reconocer la contundencia de los hechos y sumarse a la candidatura más viable de frente a López Obrador. Todo esto que digo no es modo alguno un consejo. Es la expresión del deseo de muchos mexicanos. Don Chinguetas, marido tarambana, decía a sus amigos: «Como adulto disfruto el adulterio más que como infante disfruté la infancia». Cosa muy extraña es el adulterio: si les sucede a los demás es cómico; si te sucede a ti es trágico. Caso ejemplar es el de don Cornulio. Cuando su esposa se va a confesar el sacerdote le pregunta: «¿Le eres fiel a tu marido?». Responde ella: «Frecuentemente, padre». Una mañana el infeliz llegó a su domicilio y sorprendió a doña Daifa, su mujer, en irregular connubio con un desconocido. Desconocido para don Cornulio, digo, pues ella incitaba a su mancebo con expresiones como ésta: «¡Dale más aprisa, negro santo!». Ese tuteo mostraba claramente que entre los dos había conocimiento previo. Al ver a su esposa en tan ilícita copulación don Cornulio prorrumpió en enérgicos dicterios contra ella. Entre otras cosas la llamó vulpeja y zorra, siendo que zorra y vulpeja son el mismo animal (también raposa). Ella se defendió con dignidad: «Ay, Cornulio -le recordó-. ¿No dices siempre que en la variedad está el gusto?». Replicó el señor: «Al decir eso me refería a la comida, no a las relaciones amorosas, que deben estar presididas siempre por el respeto mutuo y la fidelidad». Al oír ese razonamiento doña Daifa recordó las enseñanzas recibidas de las monjas en el Instituto Reverberación, y se avergonzó bastante. «Tienes razón -le dijo llena de contrición a su marido-. Soy una pecadora. Perdóname». «Te perdono -concedió, magnánimo, el esposo-. Yo tampoco estoy libre de culpa: suelo comer galletas en la cama, y la lleno de migajas; dedico mucho tiempo a mi colección de estampillas de correo, y cuando no estás en la casa veo películas de Tinto Brass. Perdóname tú también a mí». «Estás perdonado -le dijo doña Daifa con la misma magnanimidad-. Nadie es perfecto, y tú menos». En eso intervino el querindongo de la señora. «Muy bien -le dijo a ésta-. Ahora que ya todo está felizmente arreglado ¿podemos continuar?». FIN.
MIRADOR.
Variaciones opus 33 sobre el tema de Don Juan.
El joven aprendiz de seductor le dijo al sevillano:
-Eres el amante más afortunado que ha existido sobre la faz de la tierra. Desde una princesa real a la hija de un pescador pudo recorrer tu amor toda la escala social. Una noche poseíste a la reina de Aquitania en el mismo lecho donde roncaba el rey. En otra ocasión hiciste tuya a la amante de un cardenal dentro del confesonario de la capilla donde el purpurado oficiaba en ese momento la misa de alba. Aún se recuerda la vez que sedujiste a la viuda de aquel rico banquero mientras le estaban dando al señor cristiana sepultura. Luego de todos esos triunfos amorosos ¿hay algo que desees todavía?
-Sí -respondió Don Juan-. Desearía que fuera verdad al menos una cuarta parte de todo lo que de mí se cuenta.
¡Hasta mañana!…