1/05/2018 – «Aquí tienes tu rosa blanca de todos los domingos, chula. Nunca he dejado de dártela, ¿verdad? Me pregunto si el libro de Guinness tendrá algún récord acerca de maridos que les llevan a sus esposas rosas blancas. Si lo tiene, ese récord seguramente es mío. Desde aquel domingo en que nos conocimos y te di la primera, siempre te he entregado una cada semana a lo largo de todos estos años. Esa vez tus amigas me preguntaron por qué te daba una rosa blanca, y no una roja. Les contesté que las rosas rojas hablan de pasión, y la pasión suele durar muy poco. La rosa blanca, en cambio, simboliza la eternidad. Y así es mi amor por Ana -les dije-. Eterno . Todas rieron la exageración. Tú no. Me miraste con esa mirada tuya que deja ver tu alma. Entonces supe que estaríamos juntos toda la vida, como lo estamos ahora, como lo estaremos siempre. ¿Sabes cuántas rosas te he traído a lo largo de todo este tiempo? El otro día saqué la cuenta. Nos vimos por primera vez en mayo de 1960. O sea que estamos cumpliendo 58 años de habernos encontrado. Pongámosle a cada año 52 semanas. Son otros tantos domingos. 58 por 52 son 3016. ¡Tres mil dieciséis rosas! ¿Puedes creerlo? Todo un jardín. Cuando hice la suma me quedé asombrado. No es por presumir, pero pienso que ningún novio le ha dado tantas rosas a su novia. Porque tú sigues siendo mi novia, aunque tengamos 56 años de casados, cuatro hijos y 14 nietos. Qué rápido se fue la vida, ¿verdad, chula? Mejor ya no hago números. Nuestros hijos son cincuentones, y no tardarán los nietos en empezar a casarse. Eduardito tiene 24 años; Anita 23. Vamos que volamos para bisabuelos. Seré el primero de mis amigos que lo sea. Antes ellos se reían de lo de la rosa blanca, y no faltaba alguno que me llamara cursi. Ahora ya no se ríen, y ninguno me acusa de cursilería. Lo que nunca les gustó es que sus esposas me pusieran de ejemplo. Les decían: «¿Por qué tú nunca hiciste algo como eso?». Y entonces yo me reía de ellos. ¡Qué hermosa está la tarde, mi amor! Se puso fresquecita por la lluvia de hoy en la mañana. Llovió con sol. ¿Cómo decía tu mamá cuando llovía con sol? Decía: Está llorando la Virgen . A mí esa frase me conmovía mucho, no sé por qué. El Güero Chano -así le digo al Weather Channel- pronostica que lloverá toda la semana. Los aguaceros de mayo. ¿Te acuerdas de aquella canción? La oíamos con Los Bribones en la radiola de La Guacamaya , el café que estaba frente a la Alameda. También oíamos Cerezo rosa y Tango azul . A ti te gustaba Cariñito azucarado , con Virginia López. ¡Qué tiempos aquéllos! Sé que he llegado a la tercera edad porque no pasa día sin que me acuerde de algo que entonces sucedió. Ahí, en los recuerdos, estás tú siempre, claro. Está la tarde aquella en que te pedí que fueras mi novia. Está la noche en que te di el primer beso. Está el día de nuestra boda, el más feliz. Está. Está todo. La vida. Nuestra vida. Hemos reído juntos, y juntos también hemos llorado. Creo que en eso consiste el amor: en reír y llorar juntos. Siempre estaremos juntos, Ana mía. Y mientras Dios me conserve la vida y la salud nunca te faltará tu rosa blanca de cada domingo. Te lo dije al darte la primera: esta rosa representa la eternidad de mi amor por ti. Lo mismo te digo hoy que te traigo la de esta semana. Y ahora me voy, chula. Empieza a oscurecer y siento frío. Soy viejo, ya lo sabes; no como tú, que sigues siendo la muchacha que conocí de joven. Vendré el próximo domingo y te traeré tu rosa. Espérame aquí. Y también espérame allá. No tardaré en llegar». El anciano puso la rosa blanca en el jarrón de mármol y luego, con pasos lentos, salió del cementerio. FIN.
OJO: Favor de no poner en el recuadro nada que deje adivina el final. Gracias.
MIRADOR.
El guajolote, pavo real del gallinero, pasea con aire de aristócrata entre el proletariado de patos y gallinas.
Lo miro, hinchado de sí mismo, y me pregunto por qué es tan vanidoso. En sus alardes de la primavera ni siquiera piensa que algún día llegará la Navidad.
El guajolote o pavo tiene muchos nombres. Se llama también cócono, pípilo, totol, chumpe o chumpipe, mulito, concho. Esos nombres los he recogido en mis andanzas por la República. Seguramente hay otros que no conozco aún. Quizá tener tantos y tan variados nombres es lo que ha hecho soberbio al guajolote, cócono, pípilo, totol, etcétera.
Dice un dicho del Potrero: «Aunque te llames pavo, guajolote, acabarás en mole». La sentencia se aplica a quienes son alzados y hacen jactancia de su buena fortuna sin pensar que algún día pueden caer.
Va y viene por el corral el guajolote con su majestad a cuestas. Despliega el abanico de la cola, arrastra las alas por el suelo como un manto real y dice su estentóreo grito como para que el mundo sepa que aquí está.
«Aunque te llames pavo.».
¡Hasta mañana!…