De Política y Cosas Peores

28/04/2018 – Casó Uglicia, joven mujer a quien natura le regateó sus gracias. Tan fea era la pobre que los invitados a la boda besaban al novio en vez de besarla a ella. La noche nupcial la desposada le pidió a su flamante maridito que hicieran el amor con la luz apagada, pues era tímida y estaba algo nerviosa. Él no quería obsequiar ese deseo. Argumentó: «¿Entonces para qué inventó Edison el foco?». Pese a su nerviosismo Uglicia se desvistió. La vio el galán y dijo: «Pensándolo bien tienes razón. Edison o no Edison, vamos a hacerlo con la luz apagada». Babalucas es el hombre más tonto del condado. Una preciosa chica a quien había cortejado en vano durante largo tiempo accedió por fin a brindarle sus encantos. Y en el momento de la amorosa acción el badulaque se puso a fantasear que estaba con su esposa. Onanito le comentó a un amigo: «Perdí mi inocencia en una playa. Y la experiencia habría sido aún más memorable si no hubiera estado solo». Comentó don Martiriano, marido sujeto a su fiera consorte, doña Jodoncia: «Me considero un marido inteligente. Pienso dos veces las cosas antes de no decirle nada a mi mujer». La soberbia es el mayor -y el peor- de los pecados capitales. Comparados con él los otros son meras provincias. En la soberbia tienen su raíz todos los demás pecados. Quienes en ella caen indefectiblemente caen. Pienso que fue la soberbia lo que causó el tropiezo de López Obrador en el primer debate por la Presidencia. Tan fuerte se sintió, y tan débiles creyó a sus adversarios, que ni siquiera se preparó para el encuentro, y en vez de velar sus armas se la pasó con su hijo pegando estampitas en un álbum de futbol. En el pecado llevó la penitencia: sus adversarios le pegaron, como se dice en la jerga del boxeo, hasta con la cubeta, y él no supo defenderse de sus acometidas. Es cierto: le echaron montón. Pero no puede quejarse ni hacerse la víctima: eso es lo que debe esperar quien va punteando en las encuestas. Si esa debacle se repite en el segundo debate quizá hasta las inconmovibles huestes de AMLO resentirán los efectos de una nueva derrota. La humildad siempre es buena consejera. López Obrador debería escucharla y prepararse mejor la próxima vez. Un jovenzuelo de cabello hirsuto, morral de ixtle, huaraches de tres agujeros y camiseta con el rostro de John Lennon abordó en la calle a don Chinguetas y le dijo: «Haz el amor, no la guerra». Replicó él sin detener el paso: «Hago las dos cosas. Soy casado». Eglogio, el hijo mayor de don Poseidón, contrajo matrimonio con una muchacha del lugar. Los novios decidieron pasar la noche de bodas en la casa de los padres de él. Apenas don Poseidón y su esposa doña Holofernes habían apagado la luz de su habitación cuando empezaron a oír murmullos y risitas en la habitación que ocupaban los recién casados. Bien pronto esos leves ruidos se convirtieron en apasionados, tanto que la novia gritó en medio del arrebato pasional: «¡Contente, Eglogio, que me vas a matar!». Doña Holofernes se acercó, mimosa a su marido y le dijo con insinuante voz: «¿Oíste?». Don Poseidón tuvo que hacer con su esposa obra de varón. Pasó media hora, y volvieron a escucharse los ruidos y la voz de la muchacha: «¡Contente, Eglogio, que me vas a matar!». «¿Oiste?» -repitió doña Holofernes acercándose otra vez a su marido. Y de nuevo el maduro señor tuvo que cumplir el débito conyugal. A poco volvieron a oírse acezos y jadeos en la habitación vecina y doña Holofernes se acercó a su marido. La cosa se repitió por vez tercera. Y ya iba a suceder la cuarta cuando don Poseidón saltó de la cama, dio grandes golpes en la pared y gritó: «¡Contente, Eglogio, que vas a matar a tu papá!». FIN.

MIRADOR.

Terry, amado perro mío: ¿recuerdas cuando una súbita ráfaga de aire le arrebató la gorra a mi nieto pequeñito, y la hizo caer en medio del estanque? Ya iba a llorar el niño cuando saltaste al agua, nadaste con tu elegancia de cocker spaniel y se la trajiste.
Desde entonces se estableció entre él y tú una corriente de simpatía que ninguna ráfaga de aire les pudo nunca arrebatar. Cuando él venía a casa te alegrabas tú; cuando íbamos a la suya él se ponía feliz.
¿Qué extraña y honda comunicación existe entre los perros y los niños? No lo sé. Cuando tu vida se acabó todos nos entristecimos, pero mi nieto te lloró hasta que se quedó dormido, cansado de llorar.
Los años han pasado, Terry, pero él aún te recuerda, y eso que ahora es ya un muchacho. Hace unos días fuimos por el campo y llegamos al estanque. Él se detuvo al borde; quedó en silencio un rato contemplando el agua y luego se volvió a hacia mí y me dijo:
-¿Te acuerdas, abuelo?
Me acuerdo, claro. ¿Cómo olvidar aquello, Terry? Si un golpe de aire me arrebatara la memoria tú vendrías otra vez y me la traerías.

¡Hasta mañana!…

Share Button