De política y cosas peores

20/04/2018 – Pepito se dio un leve golpe en la frente, y la mucama le dio un besito ahí. Le dijo que con eso se le quitaría el dolor. Poco después el chiquillo se lastimó un dedo, y la muchacha le dio otro besito en la parte dolorida. Luego de un rato acudió de nuevo con la curvilínea chica. Le dijo sin dar muestra alguna de dolor: «Ahora me pegué en mi cosita». «Ay, Pepito -respondió la mucama meneando la cabeza-. Cada día te pareces más a tu papá». El reverendo Rocko Fages, pastor de la Iglesia de la Quinta Venida (no confundir con la Iglesia de la Quinta Avenida, que permite el adulterio a sus feligreses a condición de que no lo cometan el día del Señor), le dijo a la hermana Doremila, organista de la congregación: «Los médicos me detectaron una rara enfermedad. Piensan que se debe a la retención del líquido genésico. Dicen que sólo teniendo trato con mujer evitaré que ese mal conduzca a otros mayores que me apartarían de mi predicación». Tras darle a conocer a la hermana ese diagnóstico y la respectiva terapéutica el pastor Fages le pidió que fuera su medicamento. Ella accedió -«por el bien de la iglesia» dijo-, pero puso dos condiciones. La primera: que lo que iban a hacer no lo hicieran de pie, pues si alguien los veía iba a pensar que estaban bailando, y el baile es un invento del demonio para llevar a las almas al infierno. La segunda: que lo hicieran en la posición del misionero en memoria de los que habían ido a China y África a difundir la buena nueva de la existencia del pecado. El reverendo aceptó ambas condiciones, e ipso facto procedieron los dos a la administración de la primera dosis del remedio. En eso estaban cuando el pastor Fages, poseído por un indigno arrebato pasional, le pidió a Doremila entre jadeos: «¡Dame un beso, mamacita!». «¡De ninguna manera! -protestó ella con vehemencia-. ¡Medicina sí; lujuria no!». Mal hicieron los señores de la iniciativa privada al invitar a López Obrador a dialogar con ellos sobre el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México. Al hacer eso dieron la impresión de que lo consideraban ya Presidente. Tarde se dieron cuenta los invitadores de que AMLO no sabe dialogar, y cancelaron el encuentro, aunque tardíamente. Su equivocación contribuyó a darle relevancia al dueño de Morena, y lo fortaleció frente a sus adversarios. Pese a sus errores López Obrador avanza con paso firme hacia la Presidencia caminando sobre los errores de los demás. Sor Bette, superiora del convento de la Reverberación, iba manejando por la carretera a 20 kilómetros por hora. La detuvo un patrullero que le dijo: «Maneja usted muy despacio. Eso es peligroso». Objetó la reverenda: «Voy a la velocidad que indica la señal que acabo de pasar». Replicó el oficial: «Esa señal no indica la velocidad: es el número de la carretera». «¡Santo Cielo! -profirió sor Bette, demudada-. ¡Acabo de manejar tres horas por la 210!». El joven Onanito era motivo de preocupación para sus padres, pues a más de no tener novia pasaba mucho tiempo secluso en su habitación, y luego salía de ella en un estado de visible languidez. Se alegraron bastante, por lo tanto, cuando el muchacho les anunció que iba a casarse. Y en efecto, contrajo matrimonio. La noche de las nupcias su flamante mujercita entró en el baño a fin de acicalarse para la ocasión. Onanito se recostó en la cama cubierto sólo por una bata de cretona azul adornada con corazoncitos rojos, regalo de su madre como símbolo -dijo la señora- de ilusión y amor. Pasaron 15 minutos, y la muchacha no salía. Media hora transcurrió sin que apareciera. A través de la puerta le dijo entonces Onanito: «Dulciflor: si no sales pronto comenzaré sin ti». FIN.

MIRADOR.

Cuando mi padre murió tenía 73 años de edad.
Ya he vivido yo más que él. Si nos encontráramos quizá no me reconocería.
Mi padre fue un buen hombre. Mejor: fue un hombre bueno. Su vivir transcurrió sin estridencias. Tuvo penas del alma y dolores del cuerpo, y ambos los sufrió serenamente, sin quejarse nunca. En tiempos de dificultad decía siempre: «Mañana será otro día». Una vez choqué en mi automóvil nuevo. Me consoló: «Hijo: todo pare en hojalata».
Mi padre gustaba de los crucigramas y del ajedrez. Amaba el campo. Creía en Dios. Conservó siempre los modos aprendidos en su casa y en el colegio de jesuitas. Una sola palabra disonante le escuché en la vida. Fue la noche que le presenté a mi novia. Ansioso por conocer su opinión le pregunté después qué le había parecido. Me contestó: «Serás pendejo si dejas ir a esa muchacha». Un apercibimiento así no es para desoírse. Todavía no la dejo ir.
Ayer se cumplió un aniversario más de que don Mariano Fuentes se fue del mundo, calladamente, como vivió. Mis hermanos y yo unimos nuestras manos para recordarlo. En la memoria mi padre vuelve a ser mi padre. Ahora estoy triste y él me dice: «Mañana será otro día».

¡Hasta mañana!…

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