De política y cosas peores

13/03/2018 – Muchos golpes en el corazón he recibido, Armando, pero te confieso que me han dolido más los golpes a mi vanidad. Júzgame mal si quieres, pero eso que te digo es la verdad. El corazón perdona ¿sabes?; la vanidad jamás. Anoche alguien me propinó un golpe que me hirió al mismo tiempo la vanidad y el corazón. Por eso te busqué hoy, para que sepas que tu tío Felipe, o sea yo, no es tan listo como piensas. Otras veces, sobrino, te he contado los golpes que yo di. Ahora te hablaré de éste que me dieron. Ayer iba ya a salir de la oficina -había mucho trabajo, por eso quise irme más temprano- cuando mi secretaria me anunció a alguien que pedía verme. «Es un señor que dice que es el Tepe». De inmediato me vino a la memoria. Así le llamábamos a sus espaldas a aquel amigo mío: el Tepe. Tú eres joven, y por tanto no conoces una expresión que se usó mucho en mi tiempo para significar que algo o alguien tenía mucha calidad. Decíamos: «Tres piedras». «Fulanita de Tal está tres piedras». Eso quería decir que era muy guapa. «La película estuvo tres piedras». O sea que estuvo muy buena. La frase es de origen taurino. En una corrida de toros salieron cuatro de bandera, esto es decir excelentes. Tres eran de la ganadería Piedras Negras, el otro de Tepeyahualco. Al día siguiente un periódico taurino puso en su titular: «¡Tres Piedras y un Tepeyahualco!». De ahí nació aquel dicho: estar tres piedras. A aquel antiguo amigo que me buscó ayer le decíamos el Tepe -abreviatura de Tepeyahualco- para no decirle toro, o sea cornudo. Y es que su esposa le ponía los cuernos. Al menos eso creíamos entonces. Anoche, con una botella de mezcal en medio, me contó la verdad, y al hacerlo me asestó el doble golpe que te dije, al corazón y a la vanidad. Oye su historia: «Cuando regresé al pueblo después de años de ausencia los invité a ustedes, mis amigos, a mi casa y les presenté a mi esposa. Era bellísima. Tú mejor que nadie la debes recordar, porque te enamoraste de ella a primera vista. Aquella noche les dije que se habían acabado las cervezas y salí a comprar más. Ella les contó que yo no ganaba lo suficiente para darle la vida que le gustaba. Eso fue como abrirles la puerta para que la cortejaran. Cada uno lo hizo por su lado, menos tú, que me apreciabas y a ella la querías con amor juvenil. Empezó a recibir a los otros uno a uno cuando yo no estaba. Le daban dinero, buen dinero, y ella les daba servicio, buen servicio. Fue entonces cuando me pusieron aquel mote, el Tepe. La verdad, estimado Felipe, es que la muchacha no era mi esposa. Era una putita que saqué de un congal para hacer con ella, y con mis supuestos amigos, buen negocio. Les cobraba diez veces más de lo que cobraba en el burdel, y nos repartíamos las ganancias. Al placer de estar con ella añadían la vanidad de ponerle el cuerno a un amigo. El amigo y supuesto cornudo era yo, que en realidad estaba haciendo negocio a su costa. Tú nunca fuiste con ella porque la querías. Siento mucho decepcionarte ahora, Felipe. Te enamoraste de una prostituta. A ti es al único que siento haber engañado. De los otros me río, pero por ti siento tristeza, y algo de remordimiento. Por eso vine a pedirte que me perdones, aunque ya sea tarde». Eso me contó el Tepe, que ahora sé que no era Tepe. Me dolió ver herida la memoria de aquel amor de juventud, y se resintió mi vanidad de hombre, pues entre todos fui el único que no gozó la belleza de aquélla que para mí era intocable. Ahora me apena haberme enamorado de ella. Y más me apena, Armando, que me apene aquel amor. Nunca te avergüences tú de amar, aunque tu amor esté equivocado. Cuando se ama de verdad, sobrino, el amor nunca se equivoca. FIN.

MIRADOR.

Llegó cuando no lo esperaba y me dijo:
-Soy el buen entendedor.
No le entendí. Seguramente notó mi desconcierto, pues explicó en seguida:
-Habrá oído usted el refrán que dice: «Al buen entendedor pocas palabras». Yo soy el buen entendedor. Pero sucede que a mí me gustan mucho las palabras, y sufro porque me dan muy pocas. Preferiría ser mal entendedor.
Le dije:
-Ya.
Sólo eso le dije.
Me miró con actitud de quien espera más, pero callé.
Se fue muy triste. Si hubiera sido el mal entendedor le habría dicho más palabras. Pero era el buen entendedor.
Y al buen entendedor.
¡Hasta mañana!…

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