De política y cosas peores

Armando Fuentes

06/03/18

Dos cosas reales hay en esta vida: el cine y la literatura. La vida también es bastante real, pero no tanto como las películas y los libros. Millones de hombres vivieron cuando vivió Chaplin. Muchos han desaparecido; Chaplin vive aún. La vida de Cervantes se acabó; don Quijote sigue cabalgando, y a su lado Sancho. Los personajes viven más que las personas, y tienen realidad mayor. Pensemos, por ejemplo, en Rita Hayworth. Este año se celebra el centenario de su nacimiento. Su nombre verdadero era Margarita Carmen Cansino. Su padre, español, era sevillano, lo cual equivale a decir que era dos veces español. Muy joven, casi niña, Margarita trabajó como bailarina en centros nocturnos y bares de Tijuana. Según la leyenda, el coctel margarita fue bautizado así en homenaje a ella. Su belleza y su talento la llevaron al cine. Muchas películas hizo, pero una la inmortalizó: «Gilda». En ese film usó un vestido de escote tan pronunciado que sólo por milagro no se le cayó durante el rodaje. Alguien quiso saber cómo lo había sostenido. Respondió: «Con dos cosas». Gilda llegó a tener más realidad que Rita Hayworth. Decía la actriz que los hombres no se enamoraban de ella, sino de Gilda. Y añadía: «Se acuestan con Gilda y se despiertan conmigo». Uno de los que se enamoró de Gilda -no de Rita- fue Orson Welles. Tres años después ella pidió el divorcio. Explicó: «Puedo aguantar su genialidad, pero no su genio». En los años finales de su vida se le anubló la razón a Rita Hayworth. Cuando alguien le preguntaba su nombre respondía: «Me llamo Gilda». La persona se fue; siguió viviendo el personaje. Tal es la magia del cine. Si se habla de «pueblos mágicos» no cabe duda de que el más mágico de todos los pueblos sigue siendo Hollywood. La ceremonia de entrega de los Óscares crea en el mundo más suspenso que cuando se espera el humo blanco anunciador de que hay un nuevo Papa. Lo vimos el domingo pasado. Lo hemos visto siempre. Magia. Pura magia. David Niven ganó el Óscar al mejor actor por su actuación en «Mesas separadas», película en la cual sólo aparece 16 minutos. Gran personaje el suyo, y gran persona él: cuando murió, la ofrenda floral más grande de las que llegaron a la funeraria la enviaron los maleteros del aeropuerto londinense Heathrow. Decía el listón: «Al más fino caballero que pasó por nuestras salas. Hacía que un maletero se sintiera un rey». Eso es lo que debe hacer toda persona, así sea un personaje: tratar a los demás de tal manera que cada uno se sienta como un rey. Otra buena persona fue Jack Gilford, uno de aquellos deliciosos viejos que figuran en la película Cocoon. Fue él quien popularizó una de las más emblemáticas frases de Hollywood: «El asesino es el mayordomo». Eso le dijo en voz baja el acomodador de un cine de Los Ángeles al hombre que no le dio propina cuando lo llevó a su asiento. Magia es el cine. Y sin embargo todos los que en él salen tendrán que decir lo mismo que Lee Marvin dijo: «¡Ah, la fama! Ponen una estrella con tu nombre en la acera del Boulevard Hollywood. Llegas a verla, orgulloso y feliz, y encuentras sobre ella una caca de perro. Ésa es la historia, amigo. A fin de cuentas ésa es toda la historia». Y tal historia no sólo pertenece al cine: pertenece también a la vida. A fin de cuentas en la vida también ésa es la historia. Toda la historia. Lo dice el Eclesiastés con otras palabras donde no aparece la palabra «caca», pero que sin ser dicha está presente: «Vanidad de vanidades; todo es vanidad». Y aquí pongo otra palabra que tampoco viene en el Eclesiastés: «¡Uta!». FIN.Dos cosas reales hay en esta vida: el cine y la literatura. La vida también es bastante real, pero no tanto como las películas y los libros. Millones de hombres vivieron cuando vivió Chaplin. Muchos han desaparecido; Chaplin vive aún. La vida de Cervantes se acabó; don Quijote sigue cabalgando, y a su lado Sancho. Los personajes viven más que las personas, y tienen realidad mayor. Pensemos, por ejemplo, en Rita Hayworth. Este año se celebra el centenario de su nacimiento. Su nombre verdadero era Margarita Carmen Cansino. Su padre, español, era sevillano, lo cual equivale a decir que era dos veces español. Muy joven, casi niña, Margarita trabajó como bailarina en centros nocturnos y bares de Tijuana. Según la leyenda, el coctel margarita fue bautizado así en homenaje a ella. Su belleza y su talento la llevaron al cine. Muchas películas hizo, pero una la inmortalizó: «Gilda». En ese film usó un vestido de escote tan pronunciado que sólo por milagro no se le cayó durante el rodaje. Alguien quiso saber cómo lo había sostenido. Respondió: «Con dos cosas». Gilda llegó a tener más realidad que Rita Hayworth. Decía la actriz que los hombres no se enamoraban de ella, sino de Gilda. Y añadía: «Se acuestan con Gilda y se despiertan conmigo». Uno de los que se enamoró de Gilda -no de Rita- fue Orson Welles. Tres años después ella pidió el divorcio. Explicó: «Puedo aguantar su genialidad, pero no su genio». En los años finales de su vida se le anubló la razón a Rita Hayworth. Cuando alguien le preguntaba su nombre respondía: «Me llamo Gilda». La persona se fue; siguió viviendo el personaje. Tal es la magia del cine. Si se habla de «pueblos mágicos» no cabe duda de que el más mágico de todos los pueblos sigue siendo Hollywood. La ceremonia de entrega de los Óscares crea en el mundo más suspenso que cuando se espera el humo blanco anunciador de que hay un nuevo Papa. Lo vimos el domingo pasado. Lo hemos visto siempre. Magia. Pura magia. David Niven ganó el Óscar al mejor actor por su actuación en «Mesas separadas», película en la cual sólo aparece 16 minutos. Gran personaje el suyo, y gran persona él: cuando murió, la ofrenda floral más grande de las que llegaron a la funeraria la enviaron los maleteros del aeropuerto londinense Heathrow. Decía el listón: «Al más fino caballero que pasó por nuestras salas. Hacía que un maletero se sintiera un rey». Eso es lo que debe hacer toda persona, así sea un personaje: tratar a los demás de tal manera que cada uno se sienta como un rey. Otra buena persona fue Jack Gilford, uno de aquellos deliciosos viejos que figuran en la película Cocoon. Fue él quien popularizó una de las más emblemáticas frases de Hollywood: «El asesino es el mayordomo». Eso le dijo en voz baja el acomodador de un cine de Los Ángeles al hombre que no le dio propina cuando lo llevó a su asiento. Magia es el cine. Y sin embargo todos los que en él salen tendrán que decir lo mismo que Lee Marvin dijo: «¡Ah, la fama! Ponen una estrella con tu nombre en la acera del Boulevard Hollywood. Llegas a verla, orgulloso y feliz, y encuentras sobre ella una caca de perro. Ésa es la historia, amigo. A fin de cuentas ésa es toda la historia». Y tal historia no sólo pertenece al cine: pertenece también a la vida. A fin de cuentas en la vida también ésa es la historia. Toda la historia. Lo dice el Eclesiastés con otras palabras donde no aparece la palabra «caca», pero que sin ser dicha está presente: «Vanidad de vanidades; todo es vanidad». Y aquí pongo otra palabra que tampoco viene en el Eclesiastés: «¡Uta!». FIN. MIRADOR. Por Armando FUENTES AGUIRRE. Historias del señor equis y de su trágica lucha contra La Burocracia. El Funcionario del Estado hizo llamar al señor equis y le preguntó: -¿Cuál es tu color favorito? Respondió, nervioso, el señor equis: -El rojo. -Bien -decretó el Funcionario del Estado-. En adelante pagarás un Impuesto por cada cosa de color rojo que tengas o uses. El señor equis se angustió: -Ya pago demasiados Impuestos. -No los suficientes -se dignó responder el Funcionario-. Por eso también pagarás un Impuesto por cada cosa verde, azul, amarilla, anaranjada, café, color de rosa, lila. Esto que digo sucedió hace meses. El Funcionario del Estado aún no acaba de enunciar todos los colores por los cuales el señor equis deberá pagar un Impuesto. ¡Hasta mañana!…

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