Armando Fuentes
15/02/18
«Mi marido hace el amor de perrito» -declaró doña Macalota en la merienda de los jueves. «¡Mira! -se asombró una de las asistentes-. ¡Tan morigerado él!». «Tampoco es para que lo insultes» -se atufó doña Macalota-. Aclaró la otra: «Decirle morigerado no es ofenderlo. Ese adjetivo se aplica a quien es de costumbres moderadas, temperado». Intervino una tercera, deseosa de profundizar en la interesante declaración inicial de doña Macalota. Le preguntó: «¿Cómo hace tu marido el amor de perrito?». Explicó ella: «Cuando le pido sexo se tira de espaldas en la cama y se hace el muertito». Astatrasio Garrajarra, briago profesional, llegó a su casa anoche en horas de la madrugada. Su esposa no quería abrirle la puerta. «Ábreme, viejita -suplicó el beodo-. Traigo un ramo de flores para la mujer más hermosa del mundo». Movida por esa galantería la señora abrió. Garrajarra estaba con las manos vacías. Se molestó la esposa: «¿Dónde está el ramo de flores?». Replicó Astatrasio: «¿Y dónde está la mujer más hermosa del mundo?». Quiero mucho a Monterrey y siento gran admiración por los regiomontanos. Si no hubiera nacido yo en Saltillo me habría gustado venir al mundo en esa generosa ciudad. De niño pasaba ahí mis vacaciones, en el lindo chalet donde vivían mi tía Conchita, hermana de mi padre, y su esposo, mi tío Refugio, por la calle de Modesto Arreola. En el cine «Araceli» vi «Oliver Twist», con Alec Guinness, lo cual me llevó a leer el libro y a convertirme a edad temprana en lector devotísimo de Dickens luego de haberlo sido de Dumas, Salgari y Verne. Tal fue el primer regalo que Monterrey me hizo. A ése siguieron el del pan y la amistad. No me alcanzaría la vida para decir la gratitud que guardo a la capital nuevoleonesa y a los que en ella habitan. Por eso me alegró la noticia que «El Norte» publicó ayer en el sentido de que se construirá en Monterrey una elevada torre -227 metros de alto- por la avenida Constitución. Se sumará esa edificación a otras de similar altura que han transformado el «sky line» de Monterrey, ciudad a la que uno de sus gobernadores (Alfonso Martínez Domínguez) calificó una vez de «plana». Es impresionante la laboriosidad de los empresarios regios, y la forma en que demuestran con audaces inversiones el amor y orgullo que les inspira su solar nativo. Hay quienes se preocupan -y con razón- por el agravamiento que esas construcciones traerán consigo a las condiciones de vialidad en la metrópoli, ya de por sí difíciles. Transitar a determinadas horas por algunas de sus avenidas es un verdadero calvario. Si el sector privado muestra esa gran capacidad de emprendimiento, el sector público debe corresponder previendo los problemas de circulación que traerá consigo la proliferación de tales edificios, con el consiguiente aumento en el tráfico de vehículos. La misma audacia que tienen los particulares para construir deben tener las autoridades para prever ese problema y buscarle oportunamente solución antes de que asuma proporciones de catástrofe. Ayer, día de los enamorados, un sujeto llegó a la tienda departamental y le dijo a una de las encargadas: «Quiero un regalo caro para dama». Inquirió la dependienta. «¿Tiene usted algo en mente?». «Claro que tengo algo en mente -contestó el individuo-. Para eso quiero el regalo caro». Don Algón le preguntó al joven que pedía empleo: «A más de su experiencia en computación ¿tiene usted otras habilidades?». «Sí, señor -respondió el solicitante-. En mi último empleo embaracé a cuatro de mis compañeras». Don Algón tosió, confuso. «Me refiero a habilidades en el trabajo» -aclaró. «Precisamente -replicó el tipo-. Eso lo hice en horas de trabajo». FIN.»Mi marido hace el amor de perrito» -declaró doña Macalota en la merienda de los jueves. «¡Mira! -se asombró una de las asistentes-. ¡Tan morigerado él!». «Tampoco es para que lo insultes» -se atufó doña Macalota-. Aclaró la otra: «Decirle morigerado no es ofenderlo. Ese adjetivo se aplica a quien es de costumbres moderadas, temperado». Intervino una tercera, deseosa de profundizar en la interesante declaración inicial de doña Macalota. Le preguntó: «¿Cómo hace tu marido el amor de perrito?». Explicó ella: «Cuando le pido sexo se tira de espaldas en la cama y se hace el muertito». Astatrasio Garrajarra, briago profesional, llegó a su casa anoche en horas de la madrugada. Su esposa no quería abrirle la puerta. «Ábreme, viejita -suplicó el beodo-. Traigo un ramo de flores para la mujer más hermosa del mundo». Movida por esa galantería la señora abrió. Garrajarra estaba con las manos vacías. Se molestó la esposa: «¿Dónde está el ramo de flores?». Replicó Astatrasio: «¿Y dónde está la mujer más hermosa del mundo?». Quiero mucho a Monterrey y siento gran admiración por los regiomontanos. Si no hubiera nacido yo en Saltillo me habría gustado venir al mundo en esa generosa ciudad. De niño pasaba ahí mis vacaciones, en el lindo chalet donde vivían mi tía Conchita, hermana de mi padre, y su esposo, mi tío Refugio, por la calle de Modesto Arreola. En el cine «Araceli» vi «Oliver Twist», con Alec Guinness, lo cual me llevó a leer el libro y a convertirme a edad temprana en lector devotísimo de Dickens luego de haberlo sido de Dumas, Salgari y Verne. Tal fue el primer regalo que Monterrey me hizo. A ése siguieron el del pan y la amistad. No me alcanzaría la vida para decir la gratitud que guardo a la capital nuevoleonesa y a los que en ella habitan. Por eso me alegró la noticia que «El Norte» publicó ayer en el sentido de que se construirá en Monterrey una elevada torre -227 metros de alto- por la avenida Constitución. Se sumará esa edificación a otras de similar altura que han transformado el «sky line» de Monterrey, ciudad a la que uno de sus gobernadores (Alfonso Martínez Domínguez) calificó una vez de «plana». Es impresionante la laboriosidad de los empresarios regios, y la forma en que demuestran con audaces inversiones el amor y orgullo que les inspira su solar nativo. Hay quienes se preocupan -y con razón- por el agravamiento que esas construcciones traerán consigo a las condiciones de vialidad en la metrópoli, ya de por sí difíciles. Transitar a determinadas horas por algunas de sus avenidas es un verdadero calvario. Si el sector privado muestra esa gran capacidad de emprendimiento, el sector público debe corresponder previendo los problemas de circulación que traerá consigo la proliferación de tales edificios, con el consiguiente aumento en el tráfico de vehículos. La misma audacia que tienen los particulares para construir deben tener las autoridades para prever ese problema y buscarle oportunamente solución antes de que asuma proporciones de catástrofe. Ayer, día de los enamorados, un sujeto llegó a la tienda departamental y le dijo a una de las encargadas: «Quiero un regalo caro para dama». Inquirió la dependienta. «¿Tiene usted algo en mente?». «Claro que tengo algo en mente -contestó el individuo-. Para eso quiero el regalo caro». Don Algón le preguntó al joven que pedía empleo: «A más de su experiencia en computación ¿tiene usted otras habilidades?». «Sí, señor -respondió el solicitante-. En mi último empleo embaracé a cuatro de mis compañeras». Don Algón tosió, confuso. «Me refiero a habilidades en el trabajo» -aclaró. «Precisamente -replicó el tipo-. Eso lo hice en horas de trabajo». FIN. MIRADOR. Por Armando FUENTES AGUIRRE. Este músico soñó que había escrito una canción tan bella que hizo llorar a Dios. Su letra era un poema inefable, y su música superaba a las más hermosas melodías de Mozart y de Schubert. Trató de recordar esa canción. Por más que se esforzó no pudo traerla a la memoria. Pero esa noche la soñó otra vez, y lo mismo las siguientes noches. Aún así al despertar la había olvidado. Vivió los años de su vida atormentado por la belleza de esa canción que en sueños escuchaba y que en la vigilia huía de él. Un día el músico durmió el último sueño. Llegó entonces con su canción al cielo. Se la entregó al Señor, y éste lloró al oírla. El músico ya no olvidó su canción. Tampoco la olvidaría el Señor. Los coros celestiales la cantan para la eternidad, y a sus acordes se conmueven los ángeles y arcángeles. Alguna vez los hombres serán buenos, y la canción se escuchará en el mundo. No sé cuándo sucederá eso. Pero sucederá. ¡Hasta mañana!…