Armando Fuentes
08/02/18
Me sorprendió ver tan flaquito a Clinton en la foto de una cena en Guadalajara. A mí me habían dicho que estaba bien mamao. Don Pachito, señor de muchos años, casó con Pomponona, mujer en flor de edad y buenas carnes. Los hijos del provecto galán pensaron en los riesgos que el matrimonio podía traer consigo para su genitor, y acordaron que en la luna de miel los novios durmieran en habitaciones no sólo separadas, sino también alejadas entre sí. Para Pomponona reservaron en el hotel el cuarto 101, que estaba al principio del corredor, y para su padre el 150, que se hallaba al final. Al día siguiente de la noche de bodas tanto la flamante novia como el añoso desposado lucían una sonrisa de felicidad, si bien ella se veía ojerosa, y él un poco débil. Los hijos del recién matrimoniado le preguntaron a Pomponona qué había sucedido. Respondió ella: «Sucedió que su papá no me dejó dormir en toda la noche. Cuatro veces me visitó en mi cuarto, y las cuatro hizo obra de varón, igual que si tuviera 20 años. Iba por la quinta, pero no tuve fuerzas ya para recibirlo, y le pedí que me dejara descansar un poco». Uno de los hijos, preocupado, le comentó a su orgulloso padre: «Con razón te vez tan cansado, papá». Replicó don Pachito: «Eso no me cansa. Lo que me fatigó un poco fue el ir y venir por ese corredor tan largo». No sé si Andrés Manuel López Obrador sea un peligro para México, pero no cabe duda de que es un peligro para sí mismo. Sus recriminaciones al Grupo Reforma, el modo prepotente como respondió a una crítica del editorialista Jesús Silva Herzog-Márquez, evidencian una vez más su talante autocrático, y lo pintan de cuerpo entero como un iluminado que se siente por encima de todos y de todo y no admite que se le roce ni siquiera con el pétalo de un cuestionamiento. Esa actitud lleva a reflexionar: si así actúa ahora ¿cómo actuará en caso de ser electo Presidente? Los políticos con tendencias de autoritarismo se vuelven realmente autoritarios cuando llegan al poder, y AMLO da a ver ese talante cuando muestra tal susceptibilidad ante la crítica. Extraña paradoja: los yerros en que incurre López Obrador, sus desatinadas ocurrencias y mal pensados dichos se le resbalan sin hacerle daño, igual que si tuviera piel de paquidermo. En cambio reacciona con iracundia ante los señalamientos de la prensa, que ni el 5 por ciento de sus partidarios lee. Alguno de sus muchos consejeros debería sugerirle al dueño de Morena, siquiera sea cautelosamente para no enojarlo, que modere sus impulsos, no sea que por la boca muera otra vez el peje, y ahora ya sin posibilidades de resurrección. Aquel señor llegó a su casa en hora desusada y oyó en la alcoba ruidos igualmente desusados. Lo que en el aposento vio lo hizo concebir graves sospechas: su esposa se hallaba desnuda sobre el lecho, y un hombre en calzoncillos estaba tomándole el pulso. «¿Quién es usted y qué hace?» -le preguntó al sujeto. «Soy médico -respondió el tipo-, y estoy examinando a la señora». «¿En calzones?» -rebufó el marido. «Señor mío -replicó, solemne, el individuo-, cada doctor tiene su propia técnica para examinar». Doña Panoplia le comentó a su comadre Gules: «No sé qué pensar. Hallé en un bolsillo de mi esposo una pantaleta de mujer». «¡Ah! -exclamó la comadre-. ¡Entonces él fue el que se la llevó!». Florisela y Dulcibel se encontraron después de algún tiempo de no verse. La primera lucía ropa finísima, zapatos de lujo, bolsa de marca y accesorios caros. Dulcibel le preguntó: «¿Qué haces para tener todo eso?». Respondió Florisela: «Coso». Y dijo Dulcibel con fingida admiración: «¡Qué suavecito pronuncias la jota!». FIN. Me sorprendió ver tan flaquito a Clinton en la foto de una cena en Guadalajara. A mí me habían dicho que estaba bien mamao. Don Pachito, señor de muchos años, casó con Pomponona, mujer en flor de edad y buenas carnes. Los hijos del provecto galán pensaron en los riesgos que el matrimonio podía traer consigo para su genitor, y acordaron que en la luna de miel los novios durmieran en habitaciones no sólo separadas, sino también alejadas entre sí. Para Pomponona reservaron en el hotel el cuarto 101, que estaba al principio del corredor, y para su padre el 150, que se hallaba al final. Al día siguiente de la noche de bodas tanto la flamante novia como el añoso desposado lucían una sonrisa de felicidad, si bien ella se veía ojerosa, y él un poco débil. Los hijos del recién matrimoniado le preguntaron a Pomponona qué había sucedido. Respondió ella: «Sucedió que su papá no me dejó dormir en toda la noche. Cuatro veces me visitó en mi cuarto, y las cuatro hizo obra de varón, igual que si tuviera 20 años. Iba por la quinta, pero no tuve fuerzas ya para recibirlo, y le pedí que me dejara descansar un poco». Uno de los hijos, preocupado, le comentó a su orgulloso padre: «Con razón te vez tan cansado, papá». Replicó don Pachito: «Eso no me cansa. Lo que me fatigó un poco fue el ir y venir por ese corredor tan largo». No sé si Andrés Manuel López Obrador sea un peligro para México, pero no cabe duda de que es un peligro para sí mismo. Sus recriminaciones al Grupo Reforma, el modo prepotente como respondió a una crítica del editorialista Jesús Silva Herzog-Márquez, evidencian una vez más su talante autocrático, y lo pintan de cuerpo entero como un iluminado que se siente por encima de todos y de todo y no admite que se le roce ni siquiera con el pétalo de un cuestionamiento. Esa actitud lleva a reflexionar: si así actúa ahora ¿cómo actuará en caso de ser electo Presidente? Los políticos con tendencias de autoritarismo se vuelven realmente autoritarios cuando llegan al poder, y AMLO da a ver ese talante cuando muestra tal susceptibilidad ante la crítica. Extraña paradoja: los yerros en que incurre López Obrador, sus desatinadas ocurrencias y mal pensados dichos se le resbalan sin hacerle daño, igual que si tuviera piel de paquidermo. En cambio reacciona con iracundia ante los señalamientos de la prensa, que ni el 5 por ciento de sus partidarios lee. Alguno de sus muchos consejeros debería sugerirle al dueño de Morena, siquiera sea cautelosamente para no enojarlo, que modere sus impulsos, no sea que por la boca muera otra vez el peje, y ahora ya sin posibilidades de resurrección. Aquel señor llegó a su casa en hora desusada y oyó en la alcoba ruidos igualmente desusados. Lo que en el aposento vio lo hizo concebir graves sospechas: su esposa se hallaba desnuda sobre el lecho, y un hombre en calzoncillos estaba tomándole el pulso. «¿Quién es usted y qué hace?» -le preguntó al sujeto. «Soy médico -respondió el tipo-, y estoy examinando a la señora». «¿En calzones?» -rebufó el marido. «Señor mío -replicó, solemne, el individuo-, cada doctor tiene su propia técnica para examinar». Doña Panoplia le comentó a su comadre Gules: «No sé qué pensar. Hallé en un bolsillo de mi esposo una pantaleta de mujer». «¡Ah! -exclamó la comadre-. ¡Entonces él fue el que se la llevó!». Florisela y Dulcibel se encontraron después de algún tiempo de no verse. La primera lucía ropa finísima, zapatos de lujo, bolsa de marca y accesorios caros. Dulcibel le preguntó: «¿Qué haces para tener todo eso?». Respondió Florisela: «Coso». Y dijo Dulcibel con fingida admiración: «¡Qué suavecito pronuncias la jota!». FIN. MIRADOR. Por Armando FUENTES AGUIRRE. Dice un refrán antiguo: «Febrero y las mujeres, mil pareceres». Tintes de misógino tiene ese dicho, pues atribuye a la mujer carácter veleidoso y tornadizo. Desde luego tal estereotipo es falso. Hay señoras de carácter firme -en mi casa tengo una-, y hombres vacilantes e indecisos. (En su casa tiene uno mi mujer). Pero este febrero sí que está resultando voluble. El día amanece gris, nublado, con un frío polar. Antes de salir a la calle te echas encima toda la ropa de abrigo que tienes en el clóset. Una par de horas después brilla esplendente el sol y sientes un calor de infierno. Luego, en la tarde, vuelve otra vez el frío y te congela. No diré que febrero tiene caprichos de mujer. Diré, sí que a este mes no hay quien lo entienda. (Y a la mujer tampoco). ¡Hasta mañana!…