Armando Fuentes
04/02/2018
Don Languidio Pitocáido, señor de muchos calendarios, se estaba aplicando en el rostro un sospechoso mejunje. Su esposa le preguntó, extrañada: «¿Qué es eso que te estás poniendo?». Contestó don Langudio: «Es una crema rejuvenecedora». «Ah, vaya -dijo la señora-. Entonces te la estás poniendo en el lugar equivocado». Himenia Camafría, madura señorita soltera, asistió a la junta semanal del club Flores de Otoño, formado por adultos mayores. Ahí entabló conversación con un solitario individuo que sin hablar con nadie bebía su vaso de limonada en un rincón. «Nunca lo había visto en el pueblo, señor.». «Ripper -completó el sujeto-. Soy de aquí, y he regresado después de mucho tiempo». Preguntó, untuosa, la señorita Himenia: «¿Por qué tan larga ausencia, si no es un gran secreto?». «No lo es -repuso el tipo-. Acabo de salir de la cárcel. Estuve ahí 20 años por haber asesinado a mi mujer. La maté con un hacha porque no me planchó bien una camisa. Primero le corté la cabeza; luego los brazos y las piernas; después hice pedazos el cuerpo y arrojé todo a un albañal». Con un mohín de coquetería dijo la señorita Himenia: «Ah, conque solterito ¿eh?». Don Cucoldo le reclamó enojado a su compadre Braguetino: «Me dijeron, compadre, que lo vieron salir del Hotel Ucho en compañía de mi esposa». Protestó con vehemencia Braguetino: «¡No es cierto, compadrito! ¡Se lo juro por la Biblia que estaba en el cajón del buró!». El padre Arsilio confesaba a un nuevo feligrés, extranjero a juzgar por su modo de hablar. El hombre se acusó de haberle dicho «atorrante» y «pelotudo» a su patrón. «Hiciste mal, hijo mío -lo amonestó el buen sacerdote-. Debes respetar a tus superiores». «Ya lo sé -admitió el individuo-. Pero hasta ahora no he encontrado a ninguno, che pibe». Lord Feebledick inscribió a su caballo en la carrera de Ascot. Grandes fueron su enojo y su mohína cuando el animal llegó a la meta en último lugar, 18 cuerpos atrás del que ocupó el penúltimo. Con acrimonia reprendió al jockey: «¡Pudiste haber llegado antes a la meta!». «Es cierto, milord -concedió el jinete-. Pero el reglamento me prohíbe bajarme del caballo». Por «anfibología» se entiende una manera de hablar que puede prestarse a equívocos. En anfibología incurrió aquella joven señora que lucía un próspero embarazo. Era dueña de un local comercial. Como disponía de más terreno en la parte posterior se propuso construir otro, y empezó la obra. Llegó un sujeto y le pidió que le alquilara el local del frente. Le dijo la muchacha: «Cuando salga de esta ampliación podré ofrecerle tanto el de adelante como el de atrás». El hijo mayor de don Chinguetas iba a comprar su primer coche. Le dijo su padre: «Antes de comprarlo recuerda que ahora son más grandes, y duran toda la vida». «No, papá -lo corrigió el muchacho-. Ahora los autos son más pequeños que antes, y no duran tanto». Precisó don Chinguetas: «Hablo de los pagos». Don Algón y su empleado Pitoncio fueron a jugar golf. Delante de ellos iban dos mujeres. Declaró Pitoncio: «Una de esas mujeres es mi esposa, y la otra mi amante». «Vaya, vaya -ponderó don Algón-. El mundo es un pañuelo. Estás despedido». Tres esposas intercambiaban información acerca de los métodos anticoncepcionales que empleaban. Una recurría a la píldora. Otra usaba el método natural, del ritmo. (Nota: cada año salía embarazada). Manifestó la tercera: «A mí me da muy buen resultado el método del plato». «¿Qué método es ése?» -preguntaron las otras, intrigadas. Explicó ella: «Supongamos que mi marido y yo estamos haciendo el amor. Cuando los ojos se le ponen como plato me doy el sacón». FIN.