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De política y cosas peores


Armando Fuentes

01/02/18

La gallinita puso un huevo. En eso se le acercó su «lascivo esposo vigilante, doméstico es del Sol, nuncio canoro que, de coral barbado, no de oro ciñe sino de púrpura turbante». (Esa gongorina descripción del gallo pertenece a Góngora). La apurada gallina vio venir a su marido, y mostrándole el huevo que acababa de poner le dijo en voz baja: «Aquí no, Pisancio. Nos puede ver el niño».Aquel marido llegó a su casa cuando no se le esperaba, y al entrar oyó voces y ruidos provenientes de la alcoba. Los ruidos eran parecidos a éste: «Chaca chaca», como de cama que se agita. Las voces eran: «¡Mamashita! ¡Negro santo! ¿De qué chon? ¡Dale más aprisa!». Irrumpió en la habitación el lacerado y lo que vio lo dejó mudo. He aquí que su mujer estaba concuasando su honra en compañía de un desconocido. «¡Ah! -rugió con furia ignívoma el mitrado esposo dirigiéndose al abarraganado-. ¡Esto me lo va a pagar usted muy caro!». «Lo entiendo, señor -respondió con mansedumbre el individuo-. Todo ha subido mucho últimamente. Don Algón, salaz ejecutivo, fue con la linda Rosibel al solitario paraje llamado El Ensalivadero. En el cielo brillaba la luna. (Mejor lugar no pudo haber hallado para brillar). Exclamó Rosibel: «¡Cómo me pone romántica la lana! Perdón, la luna». De Rodrigo Díaz de Vivar, llamado el Cid, dijo el anónimo juglar: «¡Qué buen vasallo si tuviera buen señor!». Cosa semejante ha de decirse de José Antonio Meade. Estoy convencido de que sería el mejor Presidente de México entre todos los que aspiran al cargo, pero difícilmente el abanderado del PRI ganará la elección precisamente por eso: por ser el abanderado del PRI. Eso hace que ya desde ahora cargue Meade con todos los pasivos priistas, y además con los de la actual administración, pues desde que Peña Nieto eliminó aquella «sana distancia» que en buena hora estableció Zedillo entre el partido  y el gobierno, uno y otro son la misma cosa. Eso explica por qué un elemento de tanta calidad como Meade va hoy por hoy en tercer lugar en la carrera por la Presidencia. Es como si estuviera corriente atado con grilletes y arrastrando un yunque. Todo indica que la competencia final será entre Ricardo Anaya y López Obrador. ¿Y el PRI? Con tantas oscuridades ni sus luces.Don Pachichi, señor de edad provecta, llegó al pueblo a recibir la herencia que le dejó su tía Marula. Grande fue su desencanto cuando el notario le informó que la tal herencia consistía únicamente en una suscripción de por vida a la revista semestral «Flores y espigas», órgano de la Cofradía de la Reverberación. El desilusionado señor se consoló recordando un refrán de Sancho Panza: «Desnudo nací; desnudo me hallo. Ni pierdo ni gano». Otro consuelo halló: la señorita Himenia Camafría, amiga de doña Marula, lo invitó a merendar en su casa. Al principio la conversación giró en torno de la finadita -«¡Tan buena que era!». ¡Tan sabrosas que le salían las albóndigas en salsa de chilpotle!»-, pero luego Himenia hizo recaer la charla en cuestiones de mayor interés, al menos para ella. «Y dígame, amigo mío: ¿es usted soltero, casado, viudo o divorciado?». «Soltero soy, querida señorita. Los lazos de Himeneo no han conseguido aún aprisionarme». «¿Se puede saber por qué?». «Es por mi mala suerte; ese destino aciago que me persigue desde el sexenio de don Adolfo». «¿Ruiz Cortines o López Mateos?». «De la Huerta. No se ha cruzado por mi senda la mujer a la cual entregaré mi corazón. Y ni siquiera puedo hallar en la bebida alivio a mi tristeza, pues cada vez que tomo aunque sea un solo trago de licor me da por arrojarme con intenciones lúbricas sobre la mujer que tengo más cercana». Dijo entonces la señorita Himenia: «La botella está sobre el refrigerador». FIN. La gallinita puso un huevo. En eso se le acercó su «lascivo esposo vigilante, doméstico es del Sol, nuncio canoro que, de coral barbado, no de oro ciñe sino de púrpura turbante». (Esa gongorina descripción del gallo pertenece a Góngora). La apurada gallina vio venir a su marido, y mostrándole el huevo que acababa de poner le dijo en voz baja: «Aquí no, Pisancio. Nos puede ver el niño».Aquel marido llegó a su casa cuando no se le esperaba, y al entrar oyó voces y ruidos provenientes de la alcoba. Los ruidos eran parecidos a éste: «Chaca chaca», como de cama que se agita. Las voces eran: «¡Mamashita! ¡Negro santo! ¿De qué chon? ¡Dale más aprisa!». Irrumpió en la habitación el lacerado y lo que vio lo dejó mudo. He aquí que su mujer estaba concuasando su honra en compañía de un desconocido. «¡Ah! -rugió con furia ignívoma el mitrado esposo dirigiéndose al abarraganado-. ¡Esto me lo va a pagar usted muy caro!». «Lo entiendo, señor -respondió con mansedumbre el individuo-. Todo ha subido mucho últimamente. Don Algón, salaz ejecutivo, fue con la linda Rosibel al solitario paraje llamado El Ensalivadero. En el cielo brillaba la luna. (Mejor lugar no pudo haber hallado para brillar). Exclamó Rosibel: «¡Cómo me pone romántica la lana! Perdón, la luna». De Rodrigo Díaz de Vivar, llamado el Cid, dijo el anónimo juglar: «¡Qué buen vasallo si tuviera buen señor!». Cosa semejante ha de decirse de José Antonio Meade. Estoy convencido de que sería el mejor Presidente de México entre todos los que aspiran al cargo, pero difícilmente el abanderado del PRI ganará la elección precisamente por eso: por ser el abanderado del PRI. Eso hace que ya desde ahora cargue Meade con todos los pasivos priistas, y además con los de la actual administración, pues desde que Peña Nieto eliminó aquella «sana distancia» que en buena hora estableció Zedillo entre el partido  y el gobierno, uno y otro son la misma cosa. Eso explica por qué un elemento de tanta calidad como Meade va hoy por hoy en tercer lugar en la carrera por la Presidencia. Es como si estuviera corriente atado con grilletes y arrastrando un yunque. Todo indica que la competencia final será entre Ricardo Anaya y López Obrador. ¿Y el PRI? Con tantas oscuridades ni sus luces.Don Pachichi, señor de edad provecta, llegó al pueblo a recibir la herencia que le dejó su tía Marula. Grande fue su desencanto cuando el notario le informó que la tal herencia consistía únicamente en una suscripción de por vida a la revista semestral «Flores y espigas», órgano de la Cofradía de la Reverberación. El desilusionado señor se consoló recordando un refrán de Sancho Panza: «Desnudo nací; desnudo me hallo. Ni pierdo ni gano». Otro consuelo halló: la señorita Himenia Camafría, amiga de doña Marula, lo invitó a merendar en su casa. Al principio la conversación giró en torno de la finadita -«¡Tan buena que era!». ¡Tan sabrosas que le salían las albóndigas en salsa de chilpotle!»-, pero luego Himenia hizo recaer la charla en cuestiones de mayor interés, al menos para ella. «Y dígame, amigo mío: ¿es usted soltero, casado, viudo o divorciado?». «Soltero soy, querida señorita. Los lazos de Himeneo no han conseguido aún aprisionarme». «¿Se puede saber por qué?». «Es por mi mala suerte; ese destino aciago que me persigue desde el sexenio de don Adolfo». «¿Ruiz Cortines o López Mateos?». «De la Huerta. No se ha cruzado por mi senda la mujer a la cual entregaré mi corazón. Y ni siquiera puedo hallar en la bebida alivio a mi tristeza, pues cada vez que tomo aunque sea un solo trago de licor me da por arrojarme con intenciones lúbricas sobre la mujer que tengo más cercana». Dijo entonces la señorita Himenia: «La botella está sobre el refrigerador». FIN. MIRADOR. Por Armando FUENTES AGUIRRE. La sombra me pareció conocida. Nunca me la había topado. Los lugareños me decían que cuando la vieja casa se quedaba sola esa sombra iba y venía por las habitaciones. Se miraba en el espejo de nueve lunas del ropero; permanecía absorta ante el retrato de esa mujer que nadie recuerda ya quién fue; estaba largo rato de pie en el sitio donde se suicidó aquel antepasado nuestro cuando apostó su hija a una carta y la perdió.   Anoche finalmente vi a la sombra. La miré, y ella también me vio. Me vio como si se mirara en el espejo; como si fuera yo también el retrato de alguien a quien se ha olvidado ya; como si dentro de mí hubiese muerto el alma de un suicida. Después de un largo tiempo de silencio le pregunté a la sombra: -¿Quién eres? Me respondió: -Soy tú. Y añadió luego: -Y tú eres yo. ¡Hasta mañana!…

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