De política y cosas peores

Armando Fuentes

31/01/18

La manicurista tenía por busto dos globos terráqueos en que cabían los cinco continentes. Don Chinguetas no podía apartar  los ojos de aquellas fruitivas redondeces que convocaban lo mismo a la vista que al tacto y al gusto. Mirándolas estaba con delectación morosa cuando la guapa chica advirtió en la mano de su cliente una uña que había crecido más que las otras. Le dijo a don Chinguetas: «Se la voy a cortar». «¡No, señorita, por favor! -se espantó él-. ¡Yo nomás estaba viendo!». Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, entabló conversación el lobby bar del hotel con una linda chica. Después de invitarle un par de copas le dijo: «Vamos a mi cuarto. Tengo ahí una colección de dibujos chinescos que te gustará». «Mentira -repuso la muchacha-. Tú lo que quieres es aprovecharte de mí». «¡Como piensas eso! -protestó Afrodisio-. A ver: ¿cuánto tiempo tenemos de conocernos?». Respondió la chica: «10 minutos». Preguntó Afrodisio: «Y en todo ese tiempo ¿te he dicho alguna mentira?». Los novios salieron de la iglesia donde acababan de casarse. El flamante desposado vio en el atrio a un grupo de individuos que se retorcían de la risa al tiempo que lo señalaban, burlones, con el dedo. Se volvió hacia su mujercita y le preguntó, severo: «Dime la verdad, Glafira. ¿Esos hombres saben de ti algo que yo no sé?». De Ricardo Anaya se podrá decir que como cantante no es un Pedro Infante ni un Jorge Negrete, y que tocando la guitarra no se acerca ni remotamente a Andrés Segovia o a Narciso Yepes. Nadie, sin embargo, negará que es un político inteligente y hábil. Pese a su juventud da la impresión de poseer una intuición natural para caminar por el intrincado laberinto de ese complejo oficio, la política, y salir airoso de él. Ha conseguido hacer alianzas que cualquier otro habría considerado imposibles de lograr, y no parece amilanarse ante ese peje lagarto -pejelagartón- que es López Obrador. Éste lo adelanta en las encuestas. Es considerado -y se considera a sí mismo- seguro ganador de la elección presidencial. Pero si yo estuviera en el lugar de AMLO no le quitaría los ojos a ese rival que puede atraer el voto de los jóvenes, de la clase media y de quienes temen a la figura y a los desfiguros de un caudillo autoritario. No se confíe el tabasqueño, por lo tanto, ni diga de esta agua no beberé o de este PAN no comeré. Ya otras veces la confianza lo ha perdido, aparte de la lengua. Cuidado no lo pierda una vez más. Cuidado no se pierda a sí mismo una vez más. Un elegante tipo con aspecto de magnate pidió hablar con el buen padre Arsilio. «Señor cura -le dijo-, vengo a darle las gracias. Soy hombre rico, y mi riqueza se la debo a usted». «¿Cómo es eso, hijo?» -se sorprendió el sacerdote. «Sí, padre -confirmó el visitante-. Mi fortuna tuvo su origen en un consejo suyo». Preguntó don Arsilio, intrigado: «¿Qué consejo fue ése?». Relató el otro: «Una vez usted dijo en su sermón:  No vayan a la cantina, hijos. El único que gana ahí es el cantinero . Me impresionaron tanto sus palabras que puse una cantina. Y en efecto, gané mucho y me hice rico». Éstos eran dos actores amigos entre sí. (Aunque parezca increíble se puede dar el caso de que dos actores sean amigos entre sí). Quizá uno de ellos no tenía idea clara de lo que es la amistad, pues andaba en enredos fornicarios con la mujer de su amigo. Una tarde se estaba refocilando con la pecatriz cuando llegó el esposo. Le preguntó el ofendido cónyuge al cachondo actor: «¿Qué estás haciendo?». Respondió el sujeto: «Poca cosa. Un papel secundario en una novela y un par de comerciales en la tele. Pero Woody Allen me está buscando para su próxima película». FIN.La manicurista tenía por busto dos globos terráqueos en que cabían los cinco continentes. Don Chinguetas no podía apartar  los ojos de aquellas fruitivas redondeces que convocaban lo mismo a la vista que al tacto y al gusto. Mirándolas estaba con delectación morosa cuando la guapa chica advirtió en la mano de su cliente una uña que había crecido más que las otras. Le dijo a don Chinguetas: «Se la voy a cortar». «¡No, señorita, por favor! -se espantó él-. ¡Yo nomás estaba viendo!». Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, entabló conversación el lobby bar del hotel con una linda chica. Después de invitarle un par de copas le dijo: «Vamos a mi cuarto. Tengo ahí una colección de dibujos chinescos que te gustará». «Mentira -repuso la muchacha-. Tú lo que quieres es aprovecharte de mí». «¡Como piensas eso! -protestó Afrodisio-. A ver: ¿cuánto tiempo tenemos de conocernos?». Respondió la chica: «10 minutos». Preguntó Afrodisio: «Y en todo ese tiempo ¿te he dicho alguna mentira?». Los novios salieron de la iglesia donde acababan de casarse. El flamante desposado vio en el atrio a un grupo de individuos que se retorcían de la risa al tiempo que lo señalaban, burlones, con el dedo. Se volvió hacia su mujercita y le preguntó, severo: «Dime la verdad, Glafira. ¿Esos hombres saben de ti algo que yo no sé?». De Ricardo Anaya se podrá decir que como cantante no es un Pedro Infante ni un Jorge Negrete, y que tocando la guitarra no se acerca ni remotamente a Andrés Segovia o a Narciso Yepes. Nadie, sin embargo, negará que es un político inteligente y hábil. Pese a su juventud da la impresión de poseer una intuición natural para caminar por el intrincado laberinto de ese complejo oficio, la política, y salir airoso de él. Ha conseguido hacer alianzas que cualquier otro habría considerado imposibles de lograr, y no parece amilanarse ante ese peje lagarto -pejelagartón- que es López Obrador. Éste lo adelanta en las encuestas. Es considerado -y se considera a sí mismo- seguro ganador de la elección presidencial. Pero si yo estuviera en el lugar de AMLO no le quitaría los ojos a ese rival que puede atraer el voto de los jóvenes, de la clase media y de quienes temen a la figura y a los desfiguros de un caudillo autoritario. No se confíe el tabasqueño, por lo tanto, ni diga de esta agua no beberé o de este PAN no comeré. Ya otras veces la confianza lo ha perdido, aparte de la lengua. Cuidado no lo pierda una vez más. Cuidado no se pierda a sí mismo una vez más. Un elegante tipo con aspecto de magnate pidió hablar con el buen padre Arsilio. «Señor cura -le dijo-, vengo a darle las gracias. Soy hombre rico, y mi riqueza se la debo a usted». «¿Cómo es eso, hijo?» -se sorprendió el sacerdote. «Sí, padre -confirmó el visitante-. Mi fortuna tuvo su origen en un consejo suyo». Preguntó don Arsilio, intrigado: «¿Qué consejo fue ése?». Relató el otro: «Una vez usted dijo en su sermón:  No vayan a la cantina, hijos. El único que gana ahí es el cantinero . Me impresionaron tanto sus palabras que puse una cantina. Y en efecto, gané mucho y me hice rico». Éstos eran dos actores amigos entre sí. (Aunque parezca increíble se puede dar el caso de que dos actores sean amigos entre sí). Quizá uno de ellos no tenía idea clara de lo que es la amistad, pues andaba en enredos fornicarios con la mujer de su amigo. Una tarde se estaba refocilando con la pecatriz cuando llegó el esposo. Le preguntó el ofendido cónyuge al cachondo actor: «¿Qué estás haciendo?». Respondió el sujeto: «Poca cosa. Un papel secundario en una novela y un par de comerciales en la tele. Pero Woody Allen me está buscando para su próxima película». FIN. MIRADOR. El padre Soárez charlaba con el Cristo de su iglesia. -Dime, Señor -le preguntó-. ¿Por qué existe la muerte? -Dime, Soárez -le respondió Jesús-. ¿Por qué existe la vida? -No comprendo. -La vida y la muerte son las dos monedas de una misma cara, si me perdonas el juego de palabras. Esa cara soy yo, disculpa mi inmodestia. En mí confluyen la muerte y la vida, constante espiral de principio y fin, de fin y de principio. Ese ciclo no terminará sino hasta que todo llegue otra vez a mí. Entonces la muerte se convertirá en vida, en vida eterna. -No entendí nada, Señor -declaró el Padre Soárez-. Si me perdonas el atrevimiento te diré que en ocasiones hablas como teólogo. Exclamó Dios asustado: -¡Yo me libre! ¡Hasta mañana!…

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