De política y cosas peores

Armando Fuentes

25/01/18

Eglogio, rústico galán, le dijo a Bucolina, zagala pizpireta: «Vamos atrás de los nopales, chula. No te voy a hacer nada». Replicó la lozana campesina: «Si no me vas a hacer nada, ¿entonces pa  qué vamos?». Clorinda le preguntó a Veneranda, su mejor  amiga: «¿Cómo te ha ido en tu matrimonio con Russio?». «Muy bien -contestó ella, feliz-. No ha habido otra mujer en su vida más que yo. Es marido amoroso; hombre de virtud acrisolada; esposo fiel». «Será todo eso -replicó Clorinda-, pero anoche estuve con él, y ronca mucho». Satanasia, la mujer de Satanás, se quejó con su marido. «Ya no hallo qué hacer con tu hijo -le informó-. Todo el día se ha portado como un ángel». Don Sinople, el esposo de doña Panoplia de Altopedo, les comentó a sus amigos: «Mi señora me hizo millonario». «¿De veras?» -se admiró uno. «Sí -confirmó don Sinople-. Antes era multimillonario». Don Cornulio llegó a su casa antes de lo esperado y sorprendió a su cónyuge en apretado abrazo de fornicio con un desconocido. «¡Vulpeja inverecunda! -le gritó furioso-. ¡No puedo regresar de un viaje sin hallarte en coición adulterina!». «Tú tienes la culpa -se defendió la pecatriz-. En vez de usar zapatos usas tenis. Así no puedo oírte cuando llegas, y no tengo tiempo de esconder a mis amigos». No es difícil augurar que la campaña presidencial de este año será de de insultos, denuestos, vejaciones, injurias, descalificaciones, vituperios, escarnios, invectivas, agravios, ultrajes y baldones. Ciertamente todas las campañas políticas son de insultos, denuestos, vejaciones, etcétera; pero ésta lo será más. De nuevo mostraremos que somos un país subdesarrollado. Hay que decir, sin embargo, que en tiempo de elecciones todos los países se vuelven subdesarrollados. El yerno de doña Gorgolota les contó a sus amigos: «Mi suegra me dice  hijo «.  Comentó uno: «Te ha de apreciar bastante». «Me aprecia madres -replicó el muchacha-. No me dejaste terminar la frase». En el bungalow del club nudista la socia le dijo muy divertida a su excitado esposo: «¿Qué nunca has visto vestirse a una mujer?». Himenia Camafría, madura señorita soltera, invitó a merendar en su casa a don Añilio, apetecible caballero. Le dijo él dándole un sorbo a la copita de rompope que ella le había servido: «Entiendo, amiga mía, que el cuerpo humano está formado en un 90 por ciento de agua». Con un mohín de coquetería le preguntó la señorita Himenia: «¿Y no tiene usted sed?». El doctor Ken Hosanna le dijo a su enfermera: «En efecto, señorita Dulcimelia: el resfriado que presenta don Tosilio es contagioso. Pero eso no justifica que le aviente usted desde lejos el termómetro rectal, y además con cerbatana». En la esquina del ring el mánager de Kid Lona le aconsejó a su peleador, que se veía en apuros: «Cambia de táctica, Kid. Intenta golpearlo». Aquella mujer fue a juicio acusada de haber asesinado a su consorte dándole una dosis de estricnina suficiente para matar un elefante. Frente al jurado el fiscal le pidió que explicara su reprobable acción. «Soy mujer muy religiosa, licenciado -se justificó la criminal-. Quería separarme de mi esposo, pero de una manera decente, no divorciándome como una hereje». La esposa de Capronio le dijo en la playa: «Voy a cubrir con arena a mi mamá». Le aconsejó el ruin sujeto: «Primero ve si hay suficiente arena». El atribulado señor le pidió a su hijo de 20 años: «Lugardito: hoy en la noche voy a salir con tu mamá, y quiero impresionarla. ¿Podrías prestarme mi coche?». Terminada la jornada de trabajo el odontólogo recibió a solas en su consultorio a una amiguita que tenía. Tomó el teléfono y llamó a su esposa. «Tardaré un poco en llegar, mi amor -le dijo-. Tengo que llenar una cavidad». FIN.Eglogio, rústico galán, le dijo a Bucolina, zagala pizpireta: «Vamos atrás de los nopales, chula. No te voy a hacer nada». Replicó la lozana campesina: «Si no me vas a hacer nada, ¿entonces pa  qué vamos?». Clorinda le preguntó a Veneranda, su mejor  amiga: «¿Cómo te ha ido en tu matrimonio con Russio?». «Muy bien -contestó ella, feliz-. No ha habido otra mujer en su vida más que yo. Es marido amoroso; hombre de virtud acrisolada; esposo fiel». «Será todo eso -replicó Clorinda-, pero anoche estuve con él, y ronca mucho». Satanasia, la mujer de Satanás, se quejó con su marido. «Ya no hallo qué hacer con tu hijo -le informó-. Todo el día se ha portado como un ángel». Don Sinople, el esposo de doña Panoplia de Altopedo, les comentó a sus amigos: «Mi señora me hizo millonario». «¿De veras?» -se admiró uno. «Sí -confirmó don Sinople-. Antes era multimillonario». Don Cornulio llegó a su casa antes de lo esperado y sorprendió a su cónyuge en apretado abrazo de fornicio con un desconocido. «¡Vulpeja inverecunda! -le gritó furioso-. ¡No puedo regresar de un viaje sin hallarte en coición adulterina!». «Tú tienes la culpa -se defendió la pecatriz-. En vez de usar zapatos usas tenis. Así no puedo oírte cuando llegas, y no tengo tiempo de esconder a mis amigos». No es difícil augurar que la campaña presidencial de este año será de de insultos, denuestos, vejaciones, injurias, descalificaciones, vituperios, escarnios, invectivas, agravios, ultrajes y baldones. Ciertamente todas las campañas políticas son de insultos, denuestos, vejaciones, etcétera; pero ésta lo será más. De nuevo mostraremos que somos un país subdesarrollado. Hay que decir, sin embargo, que en tiempo de elecciones todos los países se vuelven subdesarrollados. El yerno de doña Gorgolota les contó a sus amigos: «Mi suegra me dice  hijo «.  Comentó uno: «Te ha de apreciar bastante». «Me aprecia madres -replicó el muchacha-. No me dejaste terminar la frase». En el bungalow del club nudista la socia le dijo muy divertida a su excitado esposo: «¿Qué nunca has visto vestirse a una mujer?». Himenia Camafría, madura señorita soltera, invitó a merendar en su casa a don Añilio, apetecible caballero. Le dijo él dándole un sorbo a la copita de rompope que ella le había servido: «Entiendo, amiga mía, que el cuerpo humano está formado en un 90 por ciento de agua». Con un mohín de coquetería le preguntó la señorita Himenia: «¿Y no tiene usted sed?». El doctor Ken Hosanna le dijo a su enfermera: «En efecto, señorita Dulcimelia: el resfriado que presenta don Tosilio es contagioso. Pero eso no justifica que le aviente usted desde lejos el termómetro rectal, y además con cerbatana». En la esquina del ring el mánager de Kid Lona le aconsejó a su peleador, que se veía en apuros: «Cambia de táctica, Kid. Intenta golpearlo». Aquella mujer fue a juicio acusada de haber asesinado a su consorte dándole una dosis de estricnina suficiente para matar un elefante. Frente al jurado el fiscal le pidió que explicara su reprobable acción. «Soy mujer muy religiosa, licenciado -se justificó la criminal-. Quería separarme de mi esposo, pero de una manera decente, no divorciándome como una hereje». La esposa de Capronio le dijo en la playa: «Voy a cubrir con arena a mi mamá». Le aconsejó el ruin sujeto: «Primero ve si hay suficiente arena». El atribulado señor le pidió a su hijo de 20 años: «Lugardito: hoy en la noche voy a salir con tu mamá, y quiero impresionarla. ¿Podrías prestarme mi coche?». Terminada la jornada de trabajo el odontólogo recibió a solas en su consultorio a una amiguita que tenía. Tomó el teléfono y llamó a su esposa. «Tardaré un poco en llegar, mi amor -le dijo-. Tengo que llenar una cavidad». FIN. MIRADOR. John Dee logró por fin descifrar el poema de Parménides  A nadie comunicó que había hallado la clave para entender aquel poema, más sibilino que los oráculos de las sibilas, más hermético que las sentencias de Hermes.  Sucedió que John Dee se enamoró. Lo sedujo la belleza de una aldeana de senos opulentos y grupa de Venus Calipigia. La muchacha era ignorante. No sabía leer, y lo único que podía escribir penosamente era su nombre. Jamás se había alejado más de dos leguas de su casa, y hablaba con el pesado acento de los rústicos. Aún así John Dee la desposó, pues un busto y un trasero como los que ella poseía anulaban todas las ignorancias. En el curso de una noche de pasión le preguntó: -¿Sabes qué es el amor? -Sí -respondió ella-. Es la única y última verdad; la que encierra todas las verdades. -¡Mira! -exclamó John Dee, asombrado-. ¡Eso es lo que está oculto en el poema de Parménides! ¡Hasta mañana!…

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