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De política y cosas peores


Armando Fuentes

21/11/17

«Sobrino: ¿sabes tú lo que es un cínico? Te lo pregunto -aunque sé que no lo sabes- porque preguntar es una buena forma de iniciar una conversación. ¿Cómo podrías tú saber lo que es un cínico si no has vivido? Has leído, sí, pero leer es lo contrario de vivir. Pienso, querido Armando, que un cínico es un iluso desilusionado. Me gusta imaginar que Diógenes buscaba al hombre honesto con una lámpara robada. Eso habría hecho de él un verdadero cínico. Yo, te lo digo sin rubor, tuve muchas ilusiones, lo cual es muy romántico. Y sin pesar te digo que tuve también muchas desilusiones, lo cual es más romántico aún. Sin embargo no me considero un cínico. Para serlo se necesita sangre fría, y tu tío Felipe la ha tenido siempre en constante ebullición. Pero tuve dos o tres amigos cínicos cuyo trato me enseñó bastantes cosas. De uno de ellos te hablé ya, ¿recuerdas? Es aquel que tenía una amiguita joven, y por tanto inconsciente y caprichosa. La muchachilla le pidió que la llevara al restorán de moda. Él era casado -lo es todavía-, y temió que algún conocido o, peor todavía, conocida, lo viera en compañía de aquella damisela que solía vestir en forma muy provocativa, casi tan provocativa como la forma en que se desvestía. Su temor no era infundado: al entrar en el restorán la primera persona a la que vio fue una hermana de su esposa. No se inmutó mi amigo. Llevó a la chica a una mesa y luego, como si nada, fue a saludar a la cuñada. «¡Descarado! -se indignó ella-. ¿Y todavía te atreves a presentárteme?». «¿Qué no sabías? -le contestó él, displicente-. Tu hermana y yo nos vamos a divorciar». «¡Cómo!» -se consternó la otra, que pensó en lo que sufrirían con la separación su hermana y sus sobrinos. «Pues de ti depende» -añadió mi amigo, retador. Chitón. Ni una palabra dijo la mujer acerca del encuentro. Creía yo que este amigo mío era el cínico mayor. Me equivocaba. Por amable conducto supe de otro que lo supera superlativamente en eso de la sangre fría y el cinismo. También él tenía una amiguita. Al parecer eso de tener amiguitas es uno de los privilegios que los cínicos disfrutan. Cierta mañana fue con ella a un motel. Para algunas casadas, aprende esto, las mañanas son más propicias al amor clandestino que las noches. Los maridos piensan que sus esposas fueron a desayunar con sus compañeras del colegio, o que andan en el gimnasio, o de compras en el súper, y no sospechan nada. Sucedió que este cínico que digo salió de aquel motel cumplido el trance que ahí lo había llevado. Al salir hizo alto en su automóvil, por los vehículos que pasaban. En uno de ellos iba una amiga de su esposa, que lo vio saliendo del motel y alcanzó a ver igualmente la figura de la dama que lo acompañaba. ¿Qué hizo ese gran cínico? Te lo diré. Fue a dejar a su amiguita, y de inmediato se dirigió a su casa. Le dijo a su esposa: «Fíjate que me venden un motel de paso. Vamos para que lo veas y me des tu opinión. Dicen que esos negocios dejan buenos pesos». Le señora accedió sin vacilar. Secretamente sentía curiosidad por saber cómo eran esos establecimientos. El sujeto la llevó al motel; le dio una vuelta por su interior; salió luego y regresó a su casa. Apenas habían entrado cuando sonó el teléfono. Quien llamaba era una buena amiga de la esposa. Entiendo, sobrino, que las buenas amigas son las que más joden. «Me apena mucho decírtelo -le informó con sañudo gozo-, pero acabo de ver a tu marido saliendo de un motel de paso con una mujer». «¡Pendeja! -le contestó alegremente la señora-. ¡No me vengas con chismes! ¡Era yo!». Armando: si llegas a conocer a un cínico más cínico que éste, por favor dímelo. Me gustará contar su historia». FIN.»Sobrino: ¿sabes tú lo que es un cínico? Te lo pregunto -aunque sé que no lo sabes- porque preguntar es una buena forma de iniciar una conversación. ¿Cómo podrías tú saber lo que es un cínico si no has vivido? Has leído, sí, pero leer es lo contrario de vivir. Pienso, querido Armando, que un cínico es un iluso desilusionado. Me gusta imaginar que Diógenes buscaba al hombre honesto con una lámpara robada. Eso habría hecho de él un verdadero cínico. Yo, te lo digo sin rubor, tuve muchas ilusiones, lo cual es muy romántico. Y sin pesar te digo que tuve también muchas desilusiones, lo cual es más romántico aún. Sin embargo no me considero un cínico. Para serlo se necesita sangre fría, y tu tío Felipe la ha tenido siempre en constante ebullición. Pero tuve dos o tres amigos cínicos cuyo trato me enseñó bastantes cosas. De uno de ellos te hablé ya, ¿recuerdas? Es aquel que tenía una amiguita joven, y por tanto inconsciente y caprichosa. La muchachilla le pidió que la llevara al restorán de moda. Él era casado -lo es todavía-, y temió que algún conocido o, peor todavía, conocida, lo viera en compañía de aquella damisela que solía vestir en forma muy provocativa, casi tan provocativa como la forma en que se desvestía. Su temor no era infundado: al entrar en el restorán la primera persona a la que vio fue una hermana de su esposa. No se inmutó mi amigo. Llevó a la chica a una mesa y luego, como si nada, fue a saludar a la cuñada. «¡Descarado! -se indignó ella-. ¿Y todavía te atreves a presentárteme?». «¿Qué no sabías? -le contestó él, displicente-. Tu hermana y yo nos vamos a divorciar». «¡Cómo!» -se consternó la otra, que pensó en lo que sufrirían con la separación su hermana y sus sobrinos. «Pues de ti depende» -añadió mi amigo, retador. Chitón. Ni una palabra dijo la mujer acerca del encuentro. Creía yo que este amigo mío era el cínico mayor. Me equivocaba. Por amable conducto supe de otro que lo supera superlativamente en eso de la sangre fría y el cinismo. También él tenía una amiguita. Al parecer eso de tener amiguitas es uno de los privilegios que los cínicos disfrutan. Cierta mañana fue con ella a un motel. Para algunas casadas, aprende esto, las mañanas son más propicias al amor clandestino que las noches. Los maridos piensan que sus esposas fueron a desayunar con sus compañeras del colegio, o que andan en el gimnasio, o de compras en el súper, y no sospechan nada. Sucedió que este cínico que digo salió de aquel motel cumplido el trance que ahí lo había llevado. Al salir hizo alto en su automóvil, por los vehículos que pasaban. En uno de ellos iba una amiga de su esposa, que lo vio saliendo del motel y alcanzó a ver igualmente la figura de la dama que lo acompañaba. ¿Qué hizo ese gran cínico? Te lo diré. Fue a dejar a su amiguita, y de inmediato se dirigió a su casa. Le dijo a su esposa: «Fíjate que me venden un motel de paso. Vamos para que lo veas y me des tu opinión. Dicen que esos negocios dejan buenos pesos». Le señora accedió sin vacilar. Secretamente sentía curiosidad por saber cómo eran esos establecimientos. El sujeto la llevó al motel; le dio una vuelta por su interior; salió luego y regresó a su casa. Apenas habían entrado cuando sonó el teléfono. Quien llamaba era una buena amiga de la esposa. Entiendo, sobrino, que las buenas amigas son las que más joden. «Me apena mucho decírtelo -le informó con sañudo gozo-, pero acabo de ver a tu marido saliendo de un motel de paso con una mujer». «¡Pendeja! -le contestó alegremente la señora-. ¡No me vengas con chismes! ¡Era yo!». Armando: si llegas a conocer a un cínico más cínico que éste, por favor dímelo. Me gustará contar su historia». FIN. MIRADOR. Por Armando FUENTES AGUIRRE. -Quiero que me hagas una casa -le dijo en la cantina don Acisclo, el ricachón de aquel pueblo de pescadores, al Tonto Licho, el loco del lugar. Al decir eso les guiñó el ojo a sus amigos. Ellos sonrieron, cómplices de la broma. Y es que Licho decía ser, a más de médico y abogado, ingeniero, arquitecto y albañil.  -Se la hago -respondió Licho- si me invita una cerveza y me da 100 pesos de adelanto. -La cerveza aquí la tienes -contestó don Acisclo tendiéndole una-. Pero has de saber que quiero que la casa me la construyas en el mar.  Si te doy los 100 pesos ¿cómo sabré que cumplirás el trato?  Ofreció Licho: -Lo cumpliré si usté cumple su parte.  -Muy bien -aceptó el rico-. Aquí tienes el dinero. ¿Cuándo empiezas la casa? Replicó el loco embolsándose el billete: -Cuando me arrime usté los materiales. Loco quizás era el tal Licho. Pero tonto no. ¡Hasta mañana!…

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