Armando Fuentes
17/11/17
«Vamos a la cama. Traigo ganas de follar». La esposa de Babalucas se azaraba cuando su marido le decía eso, pues a veces se lo solicitaba delante de los niños. Le pidió entonces que usara alguna clave que los pequeños no entendieran. El badulaque le prometió que así lo haría. Aquella misma noche le dijo a su mujer frente a los críos: «Vamos a la ce-a-eme-a. Traigo ganas de follar». Cierto sujeto fue al supermercado acompañado por su mujer y por su suegra. A la salida el guardia lo detuvo: se había robado una lata de duraznos en almíbar. Ante el juez el tipo reconoció su culpa. Inquirió el juzgador: «¿Cuántos duraznos trae la lata?». Respondió el del súper: «Trae 10, su señoría». «Muy bien -sentenció el del tribunal-. Condeno al ladrón a un día de cárcel por cada durazno». Intervino la suegra del acusado: «Señor juez: también se robó una lata de chícharos». Don Trisagio, devoto rezandero, pasó de esta vida a la otra. Por extraño azar el mismo día se le acabó la suya a Bradomino, labioso seductor de damas. Ambos llegaron juntos a las puertas de la morada celestial. Ese día San Pedro, el portero del Cielo, andaba inquieto y desasosegada, pues no recordaba dónde había dejado las llaves. Tan distraído estaba que por equivocación mandó al purgatorio a don Trisagio, y a Bradomino le franqueó la entrada al paraíso. Pasó una hora, y al revisar sus libros se dio cuenta de su error. De inmediato hizo que un ángel fuera a quitar de penas al piadoso señor, y que otro sacara del Cielo al mujeriego. Llegó jubiloso don Trisagio y le dijo a San Pedro: «¡Al fin podré conocer a Santa Cunegunda, virgen y mártir, de quien fui siempre devoto!». Al oír eso Bradomino se atusó el bigote y dijo con sonrisa suficiente: «Aún sigue siendo mártir». No cabe duda: el Buen Fin llegó para quedarse, y prevalecerá por encima de las voces de sus críticos. La exitosa promoción anual se debe principalmente al talento y dedicación de Jorge Dávila Flores, quien en su época de dirigente nacional de los comerciantes impulsó esa idea que lo mismo favorece a quienes venden que a quienes compran. Mucho se dice en contra del llamado consumismo. De él, sin embargo, deriva un fuerte impulso a la economía. Obvio es decir que la última palabra la tienen siempre los consumidores. Y sucede que la gente común aprovecha masivamente las ofertas del Buen Fin, cuyo fin bueno se cumple cada año, y cada vez en mayor medida. Es incontable el número de hogares mexicanos que aprovechan en una u otra forma las ofertas para su beneficio. El Buen Fin se ha vuelto ya una institución. Y a las instituciones es muy difícil desplazarlas. Ésta seguramente permanecerá. Una señora le contó a su vecina: «Anoche mi marido le dijo bruja a mi mamá». «¡El muy canalla! -exclamó indignada la vecina-. Y ¿qué hizo tu mamá cuando tu esposo le dijo eso?». Respondió la señora: «Lo convirtió en sapo». Doña Macalota, esposa de don Chinguetas, regresó de un viaje antes de lo esperado. Al entrar en la casa oyó música ruidosa que provenía del sótano, y escuchó también risas y gritos. Bajó por la escalera, y lo que vio la dejó estupefacta. He aquí que su consorte se hallaba en ropas muy menores acompañado por tres exuberantes féminas que se cubrían sólo con prendas de la más ligera y transparente lencería. Bailaba el casquivano señor con todas tres al mismo tiempo, a la vez que les hacía carantoñas y les decía cosas como «mamacita», «negra linda» y «cochototas». «¿Qué es esto, Chinguetas?» -le preguntó, furiosa, doña Macalota. «Acuérdate, mujer -replicó él con toda calma-. Ahora que me jubilé me sugeriste que me buscara un hobbie». FIN.