Armando Fuentes Aguirre
04/11/17
El filósofo húngaro Tessagy Agetro aborda en su libro más reciente, «La manzana del Edén», el eterno problema del bien y el mal. Desde una nueva perspectiva plantea esa cuestión que ha dividido siempre a quienes han meditado acerca de la naturaleza humana: el hombre ¿es bueno o malo por naturaleza? En opinión de Agetro el hombre es egoísta per se. Obediente a su naturaleza, tiende a la preservación de su ser individual por encima de cualquier otra consideración. Es la cultura, obra humana, lo que lleva a los hombres al altruismo, que es una forma de la caridad, o sea del amor. La educación constituye entonces el mejor camino para inclinar a los hombres hacia el bien. Los hace pensar en los demás antes que en sí mismos. Recientemente tuve dos experiencias que dan la razón a aquel filósofo. El miércoles 25 de octubre fui a Tijuana, y a más de gozar sabrosas sabrosuras líquidas y sólidas en compañía de queridos amigos que ahí y en Rosarito tengo -gracias, Ángel Martín del Campo; gracias, Guadalupe Pérez; gracias, Carlos Sánchez- conocí la bella obra que los Hermanos de las Escuelas Cristianas llevan a cabo en el Centro de Formación Integral La Salle, donde alumnos que van desde los 13 hasta los 90 años reciben educación para la vida. Quienes colaboran en esa admirable obra lo hacen desinteresadamente, por la sola satisfacción de hacer el bien. De manos del director de la obra, el Hermano José Francisco Hernández recibí un diploma «por crear espacios de reflexión y conciencia y por su generosa contribución a nuestra Misión». Luego, el viernes 27, estuve en Culiacán, y tuve ocasión de apreciar la labor de la Casa del Estudiante de San Ignacio, merced a la cual numerosos estudiantes de esa población sinaloense pueden ir a Culiacán a realizar estudios que harán de ellos mujeres y hombres de provecho. Admirable es la tarea que realiza el Patronato encabezado por el Ing. Héctor Vega Aguilar, que al frente de personas de buena voluntad aporta esfuerzos y recursos para bien de la juventud de Sinaloa. Obras como ésas que conocí en Tijuana y Culiacán me fortalecen en la idea de que por cada mexicano que se dedica al mal hay miles y miles que todos los días hacen obras buenas. En conclusión, como diría Franz Schubert, el bien triunfa siempre sobre la maldad. Y esto no es cosa de película de Hollywood: es parte de la continua evolución del hombre hacia su perfección espiritual. No lo digo yo: lo dice el profundo pensador que fue Pierre Teilhard de Chardin. «Sufre usted ninfomanía» -le informó el doctor Duerf, célebre analista, a la joven mujer que acudió a su consulta. Replicó ella: «No la sufro, doctor. Antes bien la disfruto bastante». La esposa de don Poseidón, granjero acomodado, le pidió a su marido que hablara con su hijo «acerca de lo que hacen las abejitas y los pajaritos». Así le dijo. Añadió la señora que el muchacho tenía ya 18 años y no sabía nada acerca de ese delicado tema. El genitor llamó a Bucolito -tal era el nombre del mancebo- y le dijo: «Tu mamá quiere que hable contigo acerca de lo que hacen las abejitas y los pajaritos». «Qué hacen, apá?» -se interesó Bucolito. Le preguntó don Poseidón: «¿Recuerdas que hace un mes fuimos a Cuitlatzintli a vender la cosecha de maíz?». «Sí, apá» -respondió el hijo. «¿Y recuerdas que fuimos a una casa donde había unas señoras muy pintadas?». «Lo recuerdo bien, apá» -aseguró el muchacho. «¿Recuerdas -preguntó de nuevo el padre- lo que hicimos con ellas?». Replicó Bucolito con una amplia sonrisa: «Claro que lo recuerdo, apá». «Bueno -remató don Poseidón-. Eso es lo que hacen las abejitas y los pajaritos». FIN.El filósofo húngaro Tessagy Agetro aborda en su libro más reciente, «La manzana del Edén», el eterno problema del bien y el mal. Desde una nueva perspectiva plantea esa cuestión que ha dividido siempre a quienes han meditado acerca de la naturaleza humana: el hombre ¿es bueno o malo por naturaleza? En opinión de Agetro el hombre es egoísta per se. Obediente a su naturaleza, tiende a la preservación de su ser individual por encima de cualquier otra consideración. Es la cultura, obra humana, lo que lleva a los hombres al altruismo, que es una forma de la caridad, o sea del amor. La educación constituye entonces el mejor camino para inclinar a los hombres hacia el bien. Los hace pensar en los demás antes que en sí mismos. Recientemente tuve dos experiencias que dan la razón a aquel filósofo. El miércoles 25 de octubre fui a Tijuana, y a más de gozar sabrosas sabrosuras líquidas y sólidas en compañía de queridos amigos que ahí y en Rosarito tengo -gracias, Ángel Martín del Campo; gracias, Guadalupe Pérez; gracias, Carlos Sánchez- conocí la bella obra que los Hermanos de las Escuelas Cristianas llevan a cabo en el Centro de Formación Integral La Salle, donde alumnos que van desde los 13 hasta los 90 años reciben educación para la vida. Quienes colaboran en esa admirable obra lo hacen desinteresadamente, por la sola satisfacción de hacer el bien. De manos del director de la obra, el Hermano José Francisco Hernández recibí un diploma «por crear espacios de reflexión y conciencia y por su generosa contribución a nuestra Misión». Luego, el viernes 27, estuve en Culiacán, y tuve ocasión de apreciar la labor de la Casa del Estudiante de San Ignacio, merced a la cual numerosos estudiantes de esa población sinaloense pueden ir a Culiacán a realizar estudios que harán de ellos mujeres y hombres de provecho. Admirable es la tarea que realiza el Patronato encabezado por el Ing. Héctor Vega Aguilar, que al frente de personas de buena voluntad aporta esfuerzos y recursos para bien de la juventud de Sinaloa. Obras como ésas que conocí en Tijuana y Culiacán me fortalecen en la idea de que por cada mexicano que se dedica al mal hay miles y miles que todos los días hacen obras buenas. En conclusión, como diría Franz Schubert, el bien triunfa siempre sobre la maldad. Y esto no es cosa de película de Hollywood: es parte de la continua evolución del hombre hacia su perfección espiritual. No lo digo yo: lo dice el profundo pensador que fue Pierre Teilhard de Chardin. «Sufre usted ninfomanía» -le informó el doctor Duerf, célebre analista, a la joven mujer que acudió a su consulta. Replicó ella: «No la sufro, doctor. Antes bien la disfruto bastante». La esposa de don Poseidón, granjero acomodado, le pidió a su marido que hablara con su hijo «acerca de lo que hacen las abejitas y los pajaritos». Así le dijo. Añadió la señora que el muchacho tenía ya 18 años y no sabía nada acerca de ese delicado tema. El genitor llamó a Bucolito -tal era el nombre del mancebo- y le dijo: «Tu mamá quiere que hable contigo acerca de lo que hacen las abejitas y los pajaritos». «Qué hacen, apá?» -se interesó Bucolito. Le preguntó don Poseidón: «¿Recuerdas que hace un mes fuimos a Cuitlatzintli a vender la cosecha de maíz?». «Sí, apá» -respondió el hijo. «¿Y recuerdas que fuimos a una casa donde había unas señoras muy pintadas?». «Lo recuerdo bien, apá» -aseguró el muchacho. «¿Recuerdas -preguntó de nuevo el padre- lo que hicimos con ellas?». Replicó Bucolito con una amplia sonrisa: «Claro que lo recuerdo, apá». «Bueno -remató don Poseidón-. Eso es lo que hacen las abejitas y los pajaritos». FIN. MIRADOR. No sabe si vio esa casa en sueños, o si la vio en la vida. Era una antigua casa cerrada al mundo por una alta pared en la que amarilleaba una enredadera funeraria, y por una reja de metal ennoblecida por el óxido. No supo cómo entró, pero de pronto se vio en el jardín de la casona. Había en ella una fuente que había olvidado ya cómo es el agua, y una estatua de mujer sin rostro. Todo ahí era silencio y soledad. Un árbol seco tendía su ramazón al cielo como las manos de un muerto suplicante. Desde el alero un cuervo dijo su graznido ronco. Nada más. La casa desapareció del sueño de quien la soñó, o de la vida de quien vivió en ella. Ni en la vida ni en el sueño están ya la fuente y la estatua, el árbol esquelético, el cuervo y su graznido. Sólo quedan el silencio y la soledad. En ellos vive el que soñó. En ellos sueña el que vivió. ¡Hasta mañana!…