03/11/17
Armando Fuentes
Dulcilí, muchacha ingenua, casó con Pitorrango. La noche de las bodas, cuando el galán inició el foreplay tendiente a consumar el matrimonio, ella le dijo inquieta y desasosegada: «Estoy muy nerviosa, mi amor. Mira cómo me tiemblan las piernas». «Es natural -respondió Pitorrango-. Saben que dentro de un momento las voy a separar». Cebilia y Crasia estaban en muy buenas carnes, por no decir que eran gorditas. Cierto día un hombre empezó a seguirlas al tiempo que les decía: «¡Bomboncitos! ¡Caramelitos! ¡Panquecitos!». Cebilia se volvió hacia él: «¡Qué lindos piropos dice usted, señor!». Respondió el tipo: «No son piropos. Soy médico dietista, y les estoy diciendo lo que no deben comer». Muy pocas posibilidades, o ninguna, tienen los candidatos independientes de lograr un triunfo electoral frente a la poderosa aplanadora de los partidos. Casos como el de Jaime Rodríguez, El Bronco, en Nuevo León, y otros semejantes, son resultado de una combinación de circunstancias que rara vez se pueden dar. La verdad es que esos candidatos se enfrentan a una legislación que parece hecha para evitar que los ciudadanos tengan acceso a algún cargo si no es a través de un partido político, sin que importen las simpatías con que cuenten entre los electores. Más difícil y riesgosa que la travesía que los salmones hacen corriente arriba para llegar al sitio de su nacimiento es la serie de obstáculos que los candidatos independientes habrán de superar antes de ver su nombre en las boletas electorales del 2018. Alfred Hitchcock solía aparecer en sus películas, inadvertido a veces. Sin embargo sólo en una de ellas se puede oír su voz. Es «El hombre equivocado», la única cinta, por cierto, en que dirigió a Henry Fonda. Según algunos críticos «The wrong man» es el mejor film que hizo el Mago del Suspenso -sin excluir «Psicosis»-, pues a más de basarse en un suceso real tiene un hondo sentido humano, y un dramatismo de vida que no se ve en ningún otro de sus filmes. Pues bien: el título de esa película puede ser el del cuento que hoy cierra el telón de esta columnejilla. Un señor de edad más que madura acudió a la consulta del doctor Ken Hosanna. Le dijo: «Mi esposa y yo tenemos ya cuatro hijos, y no queremos tener más. Muy rara vez hacemos el amor -digamos una vez por semestre- pero aun así ella se niega a usar cualquier método anticonceptivo, pues dice que los hijos los manda Dios, y cada vez que tenemos sexo sale embarazada». Sugirió el médico: «Recuérdele a su señora que también Dios nos envía la lluvia, y sin embargo nos ponemos impermeable». «No hará caso -replicó el señor-. Cuando discutimos yo tengo siempre la penúltima palabra, igual que todos los marido. Mejor recomiéndeme algo para mí». Le informó el doctor Hosanna: «Me acaban de llegar estas píldoras anticonceptivas para hombre. Son infalibles. Tómese una cada noche, y de ese modo su esposa ya no quedará encinta». El señor siguió al pie de la letra el tratamiento, pero éste no dio resultado: la señora volvió a embarazarse. Cuando nació la criatura el tribulado padre regresó con el doctor Hosanna. Le indicó el sabio galeno: «Ahora tómese usted dos píldoras cada noche». Lo hizo el señor, y volvió a suceder lo mismo: de nueva cuenta su mujer quedó en estado de buena esperanza. Tras el nacimiento del bebé el médico le recetó al señor que se tomara tres píldoras diarias. De nueva cuenta la prescripción fue inútil: otra vez la señora volvió a encargar familia. El doctor Hosanna, entonces, escribió en el expediente del señor: «Pienso que las píldoras se las está tomando el hombre equivocado». FIN.Dulcilí, muchacha ingenua, casó con Pitorrango. La noche de las bodas, cuando el galán inició el foreplay tendiente a consumar el matrimonio, ella le dijo inquieta y desasosegada: «Estoy muy nerviosa, mi amor. Mira cómo me tiemblan las piernas». «Es natural -respondió Pitorrango-. Saben que dentro de un momento las voy a separar». Cebilia y Crasia estaban en muy buenas carnes, por no decir que eran gorditas. Cierto día un hombre empezó a seguirlas al tiempo que les decía: «¡Bomboncitos! ¡Caramelitos! ¡Panquecitos!». Cebilia se volvió hacia él: «¡Qué lindos piropos dice usted, señor!». Respondió el tipo: «No son piropos. Soy médico dietista, y les estoy diciendo lo que no deben comer». Muy pocas posibilidades, o ninguna, tienen los candidatos independientes de lograr un triunfo electoral frente a la poderosa aplanadora de los partidos. Casos como el de Jaime Rodríguez, El Bronco, en Nuevo León, y otros semejantes, son resultado de una combinación de circunstancias que rara vez se pueden dar. La verdad es que esos candidatos se enfrentan a una legislación que parece hecha para evitar que los ciudadanos tengan acceso a algún cargo si no es a través de un partido político, sin que importen las simpatías con que cuenten entre los electores. Más difícil y riesgosa que la travesía que los salmones hacen corriente arriba para llegar al sitio de su nacimiento es la serie de obstáculos que los candidatos independientes habrán de superar antes de ver su nombre en las boletas electorales del 2018. Alfred Hitchcock solía aparecer en sus películas, inadvertido a veces. Sin embargo sólo en una de ellas se puede oír su voz. Es «El hombre equivocado», la única cinta, por cierto, en que dirigió a Henry Fonda. Según algunos críticos «The wrong man» es el mejor film que hizo el Mago del Suspenso -sin excluir «Psicosis»-, pues a más de basarse en un suceso real tiene un hondo sentido humano, y un dramatismo de vida que no se ve en ningún otro de sus filmes. Pues bien: el título de esa película puede ser el del cuento que hoy cierra el telón de esta columnejilla. Un señor de edad más que madura acudió a la consulta del doctor Ken Hosanna. Le dijo: «Mi esposa y yo tenemos ya cuatro hijos, y no queremos tener más. Muy rara vez hacemos el amor -digamos una vez por semestre- pero aun así ella se niega a usar cualquier método anticonceptivo, pues dice que los hijos los manda Dios, y cada vez que tenemos sexo sale embarazada». Sugirió el médico: «Recuérdele a su señora que también Dios nos envía la lluvia, y sin embargo nos ponemos impermeable». «No hará caso -replicó el señor-. Cuando discutimos yo tengo siempre la penúltima palabra, igual que todos los marido. Mejor recomiéndeme algo para mí». Le informó el doctor Hosanna: «Me acaban de llegar estas píldoras anticonceptivas para hombre. Son infalibles. Tómese una cada noche, y de ese modo su esposa ya no quedará encinta». El señor siguió al pie de la letra el tratamiento, pero éste no dio resultado: la señora volvió a embarazarse. Cuando nació la criatura el tribulado padre regresó con el doctor Hosanna. Le indicó el sabio galeno: «Ahora tómese usted dos píldoras cada noche». Lo hizo el señor, y volvió a suceder lo mismo: de nueva cuenta su mujer quedó en estado de buena esperanza. Tras el nacimiento del bebé el médico le recetó al señor que se tomara tres píldoras diarias. De nueva cuenta la prescripción fue inútil: otra vez la señora volvió a encargar familia. El doctor Hosanna, entonces, escribió en el expediente del señor: «Pienso que las píldoras se las está tomando el hombre equivocado». FIN. MIRADOR. Por Armando FUENTES AGUIRRE. Jean Cusset, ateo con excepción de la vez que escuchó el «Ingemisco», del Réquiem de Verdi, cantado por Gigli, dio un nuevo sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siempre- y continuó: -Las religiones me dan miedo. En vez de unir a los hombres los separan. En nuestro siglo, igual que en los pasados, hay todavía quienes matan en el nombre de Dios. -Ganas tengo a veces de pensar -siguió diciendo- que el mundo habría sido mejor si todas las naciones hubiesen caído en el ateísmo. Creo que en el futuro veremos menos guerras y menos terrorismo, pues la humanidad va por ese camino. Concluyó: -La mejor religión es el amor. El día que todos los humanos pertenezcan a esa religión, ese día conocerán la paz. Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre. ¡Hasta mañana!…