De política y cosas peores

Armando Fuentes

31/10/17

Hasta la fecha no sé quién de los dos tuvo la culpa. Usté, por lo que se ve, sabe de culpas, y me lo podrá decir. Pero no creo haber sido yo el culpable. Culpas tengo muchas, señor, lo reconozco. Soy culpable de las cosas malas que hice, y más culpable soy de las cosas buenas que no hice. El que puede hacer el bien y no lo hace es tan culpable como el que puede hacer el mal y lo hace. Me he preguntado muchas veces si yo tuve la culpa o la tuvo él. Usté decidirá, que pa eso le estoy contando esto. Mire. Tuve un compadre muy querido, tanto que más que mi compadre era mi hermano. Lo quise tanto que nunca le eché el ojo a la comadre, y eso que estaba como pa echarle los dos ojos y todo lo demás que se le pudiera echar. Usté ha oído el dicho: «Compadre que a su comadre no le anda por las caderas no es compadre de a de veras». Pos mire cómo apreciaría yo a mi compadre que no hice caso del refrán. Y él tampoco lo puso en práctica con mi señora, a lo menos hasta donde sé. ¡Qué buen compadre era mi compadre! Puro cacha de venado, como los machetes finos. Cumplidor de su palabra; compartido de lo suyo; guapo pa los trabajos del corral y el campo y con pico de sobra pa las viejas. Buen bebedor, que así se conoce por acá a los hombres hombres; gente con los que eran gentes, y entrón con los entrones. Al que se le quería poner bravo lo paraba con una frase suya: Nomás dime rana y brinco . Y el otro se fruncía, si me perdona usté el decir. Cabal era mi compadre. Un único defecto tenía. Y no se vaya usté a ofender si también tiene ese defecto. Le gustaba mucho la política. Digo defecto porque pa mí los que andan en la política lamen con la esperanza de ser después lamidos, y ni una ni otra cosa es buena. El caso es que iba a venir al pueblo un diputado, y mi compadre quiso quedar bien con él porque soñaba en ser alcalde. Me dijo: «Écheme una mano, compadrito. Cuando hable el diputado empiece usted a echarle cacayacas. Grítele cosas: ladrón; sinvergüenza; corrupto; etcétera. Entonces yo haré como que le reclamo y como que le pego. Le diré: A mí diputado nadie me lo insulta , y usted entonces se da la media vuelta y se retira, como que me tuvo miedo, y así yo quedo bien con el señor». Me presté a la comedia, señor. ¿Qué no hará uno por un compadre? Cuando el tal diputado empezó a perorar me le planté mero enfrente y empecé a gritarle como me había dicho el compadre: «¡Ladrón! ¡Sinvergüenza! ¡Corruto! ¡Ecétera!». Y que se me viene mi compadre, según habíamos quedado, y que me dice: «¡A mi diputado nadie me lo insulta, hijo de tu chingada madre!». Y me soltó una trompada que me tiró al suelo. Me levanté muy enojado y le dije de modo que todos me escucharon: «Oiga, compadre. Quedamos en que usté iba a hacer como que me pegaba, pero no quedamos en que me pegaría de veras. Y tampoco quedamos en que me mentaría la madre, y una mentada no se la aguanto ni a usté ni a nadie. Vayan a chingar a veinte usté y el diputado pedorro ése». Y uniendo la acción a la palabra, como dicen en las novelas, me le fui encima a guantones y patadas. Se armó la de Dios es Cristo; señor. Unos se pusieron de mi lado; otros del lado del compadre, y se hizo un desmadre que pa qué quiere. Ahí acabó el mitin. Al diputado lo sacaron en cuervito sus guaruras, porque ya le estaba lloviendo también a él. Claro que mi compadre nunca llegó a nada, porque el diputado se enteró del arreglo que había tenido conmigo, y que todo era camuco. Ahora dígame usté quién es culpable de lo sucedido, porque hasta la fecha cuando mi compadre se pone pedo empieza a jirimiquiar y dice que yo tuve la culpa de que él no haya sido alcalde. Ya ni nos hablamos. Qué fea es la política ¿verdá?… FIN.
MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
Variaciones opus 33 sobre el tema de Don Juan.
-¿Te acuerdas del emperador, el quinto Carlos? Lo trataste mucho.
-No lo recuerdo.
-¿Te acuerdas del saco de Roma? Fuiste el primero que entró al palacio del Pontífice.
-No me acuerdo.
¿Te acuerdas del rey Felipe? Sólo a ti te confiaba el sello real.
-No lo recuerdo.
-¿Te acuerdas de la Armada Invencible? Predijiste el desastre, y por ti se salvaron muchas naves.
-No me acuerdo.
El amigo más cercano de Don Juan le hacía preguntas en su palacio de Sevilla. Don Juan era ya anciano; tenía oscuridades en la mente.
-¿Te acuerdas de doña Ana, tu primer amor?
Los ojos de Don Juan se iluminaron.
-Jamás la olvidaré.
¡Hasta mañana!…

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