Armando Fuentes
27/10/17
Un amigo de don Cornulio lo invitó a visitarlo para mostrarle el telescopio que acababa de comprar. «Desde aquí se ve tu casa -le dijo mirando a través del aparato-. Mira: tu esposa está abriendo la ventana de su cuarto». Comentó don Cornulio: «Seguramente quiere ventilar la habitación». Continuó el amigo: «Ahora se está quitando la ropa». Don Cornulio arriesgó: «Seguramente tiene calor». Prosiguió el otro: «Ahora se está acostando de espaldas en la cama». Declaró don Cornulio: «Seguramente está cansada». «¡Oye! -exclamó el amigo con azoro sin quitar el ojo de la lente-. ¡Ahora un hombre está entrando por la ventana de la recámara de tu señora!». Don Cornulio se preocupó: «¡Caramba! ¡Seguramente entró a robar!». El novio de la hija de don Poseidón se presentó a pedir su mano. (La de la muchacha, digo, no la de don Poseidón). El genitor sometió al pretendiente a un exhaustivo interrogatorio: le preguntó cuánto ganaba. Habiendo obtenido una respuesta que lo satisfizo, pues el sueldo del galán alcanzaba no sólo para mantener a su hija, sino también a don Poseidón y a su señora, el viejo entabló una conversación sobre diversos temas con el solicitante. Cuando éste se retiró don Poseidón habló con su hija. «Parece un buen muchacho -le dijo-. Se merece una buena mujer. Cásate con él antes de que la halle». La señorita Himenia le preguntó a don Añilio para qué servía el alcanfor. «Entre otras cosas -explicó él- sirve para ahuyentar insectos perniciosos. ¿Ha visto usted las bolitas de las polillas?». «No -respondió ella-. ¿Y usted?». «Claro que sí» -repuso don Añilio. «¡Caramba! -se admiró la señorita Himenia-. ¡Qué buena vista tiene!». Carles Puigdemont, Presidente de Cataluña, se metió en un berenjenal del que no sabe ya cómo salir. Removió imprudentemente las cenizas del separatismo que desde siempre ha alentado en muchos catalanes, y al hacerlo provocó un problema grave que en modo irresponsable endosa ahora al Parlamento para que encare los efectos legales de su desatino. Una sola puerta se abre ante el irresponsable mandatario que actuó primero como jaque valentón y que hoy se muestra aturrullado, medroso e incapaz de asumir las consecuencias de sus actos. Quienes hace unos días lo vitoreaban y lo consideraban su héroe ahora han empezado a abuchearlo, y lo tildan de traidor. Desdeñado por todos, por todos reprobado, ha perdido autoridad moral para gobernar. Por el bien de Cataluña y de los catalanes debe hacer mutis de la escena pública y dejar en otras manos la solución del conflicto que creó. No siga haciendo daño a su comunidad y a su gente. El doctor Kinso rindió su informe ante los socios de la Academia Científica de Ciencias. Expuso: «La doctora Ranidina, estimada colega, y quien les habla estamos tratando de conseguir que los monos catirrinos de Borneo se reproduzcan en condiciones de cautividad. Como observamos que los machos se mostraban indiferentes a las hembras ideamos un ingenioso modo de excitarlos: los hicimos que vieran películas pornográficas. Les presentamos Colegialas calientes , Placeres prohibidos de una esposa y Mil noches en un harén «. En eso el profesor Dickhead, decano de las académicos, levantó la mano: «Dos preguntas me gustaría hacerle, compañero. La primera: ¿dio resultado el procedimiento? La segunda: ¿dónde puedo conseguir esas películas?». Respondió el interrogado: «A la salida del Metro las venden en versión pirata. En cuanto al experimento debo informar a ustedes que la exhibición de películas pornográficas no dio resultado en lo monos, pero sí en la doctora Ranidina y en su servidor». FIN.
MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
-En tu casa hay un tesoro.
Así le dijo Lencho el del Potrero a su amigo Concepción.
Se puso Concho a buscar aquel tesoro, pues Lencho era entendido en cuestión de relaciones, que así se llaman por allá los tesoros ocultos.
Cavó primero en el corral, y no halló nada. Luego hizo pozos en las habitaciones de la casa. Llenó de agujeros el piso de la cocina, de la sala, de la recámara y la despensa. Nada halló.
Dejó de trabajar para encontrar esa riqueza. Horadó las paredes de adobe de la casa, tanto que los muros amenazaban ruina. Echó a perder con sus excavaciones el florido jardín que con esmero había plantado su mujer, y no hubo ya en el huerto cosecha de albas cebollas, repolludos repollos y lechugas frescas como una lechuga.
Cansada de todo eso la esposa de Concho se fue de la casa.
Un día Lencho se topó con el marido abandonado y le dijo:
-El tesoro que había en tu casa, y que nunca supiste ver, está ahora en la mía.
¡Hasta mañana!…