De política y cosas peores

Armando Fuentes

26/10/17

«¡Lleva este avión a Las Vegas o te mato!». Así le dijo un individuo al piloto del jet poniéndole el cañón de su pistola en la cabeza. «Imposible -respondió el piloto sin turbarse-. Este vuelo va a Salt Lake City, Utah, una ciudad totalmente distinta a Las Vegas. Además, si me matas se estrellará el jet por falta de piloto». «Entonces -amenazó el sujeto- mataré al copiloto». Repuso éste: «También se estrellaría el jet. Se necesitan dos para hacer el aterrizaje». El de la pistola apuntó entonces al navegante del avión. «¡Si no me llevan a Las Vegas -profirió- lo enviaré al otro mundo!». Replicó el navegante: «Yo soy el que guía la nave. Si me matas es muy probable que en vez de llevarte a Las Vegas te lleven a Cuitlatzintli, en México». Rugió el asaltante: «¡Entonces mataré a la azafata!». Los tres -piloto, copiloto y navegante- se miraron entre sí: en caso de no obedecer al individuo seguramente su compañera moriría. La chica, empero, permaneció impávida, flemática e impertérrita. Fue hacia el hombre y le musitó algo al oído. El tipo puso cara de terror y exclamó lleno de pánico: «¡Oh no! ¡Eso no! ¡Me rindo! ¡Entréguenme a las autoridades, pero no puedo hacer eso!». Los pilotos lo desarmaron y lo ataron de pies y manos. Luego, intrigados, le preguntaron a la azafata: «¿Qué le dijiste que tanto lo asustó?». Respondió ella: «Le dije que si me mataba tendría él que hacerles a ustedes lo que yo les hago cuando entro en la cabina y cierro la puerta tras de mí». En estos empecatados tiempos nuestros -y me sospecho que en todos- las cosas no son lo que son, sino lo que parecen. Últimamente eso que llaman «realidad virtual» ha venido a sustituir a la verdad, y las «fake news» o noticias inventadas suplantan a las verdaderas. De ahí que los políticos cuiden más su imagen que su conducta; de ahí que no les preocupe tanto el ser sino el parecer. A eso ayuda el confuso maremágnum de las redes sociales, en las cuales proliferan las medias verdades y las completas mentiras, y que sin embargo navegan con bandera de veracidad. Ya miraremos el próximo año cómo todos los candidatos a la máxima magistratura, ahora tan mínima, cantarán aquello de: «Soy virgencita, riego las flores», y se esforzarán por parecer honestos ante la deshonestidad, legales ante la ilegalidad e incorruptos ante la corrupción. La propaganda de los políticos nos asediará por los cuatro costados, y también por arriba y por abajo, de modo que no podremos escapar de ella. Escucharemos más mentiras que las que se oirían en una convención mundial de pescadores, y habrá un rodar constante de ruedas de molino para hacernos comulgar con ellas. Sólo el buen juicio y la prudencia nos ayudarán a escoger entre los candidatos al mejor, o siquiera al menos malo. Busquemos entre la paja el trigo, y pensemos que en nuestro voto está el futuro de este país cuyo presente se mira tan sombrío. El encargado del censo le preguntó a Himenia Camafría, madura señorita soltera: «¿Qué edad tiene?». Respondió ella: «Cuento 35 años». Inquirió, suspicaz, el censista: «¿Y cuántos no cuenta?». Aquel pobre anciano se hallaba en el lecho de su última agonía. «Por Dios, don Desperato -le rogó el padre Arsilio-. Ya se confesó usted, ya comulgó y ya le administré los santos óleos. Tenga más confianza en la misericordia del Señor». Y es que en vez de tener en las manos un crucifijo o un rosario el infeliz tenía un extinguidor de fuego. Onanito contrajo matrimonio. La noche de bodas, tras consumar las nupcias, le dijo a su flamante mujercita: «No estuvo mal, pero estas cosas las disfruto más yo solo». FIN.

MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
Me habría gustado conocer a Paulie Dritto.
Nació y creció en Nueva York, hijo de inmigrantes italianos. Antes de ir a la escuela repartía periódicos en su barrio, y luego de terminar las clases lustraba calzado en las calles. El poco dinero que ganaba en esos menesteres se lo entregaba, íntegro, a su madre.
Cierto día vio a un caballero que salía de su hotel. Lo reconoció en seguida por las fotografías que de él había visto: era Caruso. Fue hacia él y le ofreció lustrarle los zapatos.
-Signor Caruso -le dijo-, somos colegas: usted es el mejor tenor del mundo y yo soy el mejor lustrador de calzado. El gran cantante sonrió y permitió que el chiquillo hiciera su trabajo. Cuando el niño terminó Caruso echó mano a su cartera.
-No es nada -lo detuvo Paulie-. Entre iguales no nos cobramos. El tenor, entonces, hizo que su asistente le entregara dos boletos para la función de aquella noche. «No es nada -le dijo a Paulie-. Entre iguales no nos cobramos».
Me habría gustado conocer a Paulie Dritto. (También me habría gustado conocer a Caruso).
¡Hasta mañana!…

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