Armando Fuentes
22/10/2017
«¿Eres virgen?». Simplicio, joven varón sin ciencia de la vida, le hizo esa pregunta a Pirulina, muchacha sabidora, al empezar la noche de sus bodas. Con otra interrogación respondió ella: «¡Ay, Simpli! ¿En momentos como éste vas a ponerte a hablar de religión?». La señora le dijo a su marido: «Nuestro hijo cumplió ya 16 años. Es necesario que platiques con él acerca de la cuestión sexual». El marido obedeció a su esposa -todos lo hacemos- y se encerró en su estudio con el crío. Tardó más de una hora en salir. Cuando por fin hizo su aparición le preguntó la señora: «¿Hablaste con él de sexo?». «Sí -replicó él-. Aprendí mucho». En la merienda de los jueves comentó doña Jodoncia: «Antes de venir aquí le serví a mi marido una comida de siete platillos». «¿De veras?» -se admiraron las señoras. «Sí -confirmó ella-. Le dejé sobre la mesa una pizza y un six de cerveza». El padre Arsilio estaba confesando a uno de sus feligreses. Le preguntó: «¿Vas con mujeres malas, hijo?». «Sí, padre» -contestó el sujeto. Sentenció el buen sacerdote: «De penitencia rezarás cinco rosarios de 20 misterios». «Pero, señor cura -se azaró el tipo-. ¿No le parece demasiada penitencia por un solo pecado?». «No te impongo la penitencia por pecador -replicó el párroco-. Te la impongo por tarugo. Vas con mujeres malas, habiendo tantas que están tan buenas». Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, viajó a oriente en compañía de don Sinople, su marido. A su regreso invitaron a sus amistades a una cena para mostrarles las 2 mil fotografías que habían tomado en el periplo. A uno de los invitados le llamó la atención no ver entre las fotos ninguna que mostrara una pagoda. Le preguntó a don Sinople: «¿No vieron pagodas?». Respondió él bajando la voz: «Le pregunté por ellas a un botones del hotel, pero estaban demasiado caras». Dos jóvenes gays vivían en un departamento. Uno de ellos le preguntó al otro: «¿Supiste que se divorciaron Juan y Luisa, los vecinos de al lado?». «No me sorprende -declaró el otro-. Esos matrimonios mixtos rara vez acaban bien». Éste era un rey que tenía una hija. Tres pretendientes aspiraban a desposar a la princesa: Ikedo el samurái, D Artagnan el mosquetero y Pancho el mexicano. Decretó el soberano: «El más diestro con la espada obtendrá la mano de Guangolina». Así diciendo señaló a un mosquito que revolaba por la habitación. El samurái sacó su sable y de un tajo partió en dos al insecto en pleno vuelo. Otro mosquito volaba en torno de los espadachines. D Artagnan sacó su espada y lo partió también en dos, pero cuando los pedazos caían volvió a partir en dos cada pedazo. El rey señaló a un tercer mosquito. Fue hacia él Pancho el mexicano y le tiró un golpe con su machete ranchero. El insecto siguió volando. Pancho metió el machete en su funda y declaró orgulloso: «Ese mosco ya nunca podrá engendrar mosquitos». La mamá de Dulciflor, muchacha en flor de edad, le comentó a su esposo: «¡Cómo ha cambiado nuestra hija! Cuando era niña la llevabas a la cama y le contabas un cuento. Ahora sus novios le cuentan un cuento y la llevan a la cama». Se celebró entre los monos de la selva el Campeonato Mundial de Subir y Bajar Palmeras. Se trataba de escalar el tronco de una palma y descender de ella en el menor tiempo posible. Uno de los participantes se llevó fácilmente la medalla de oro; ninguno de los otros se le acercó ni de lejos en velocidad. Los reporteros le preguntaron al ganador. «¿Cómo haces para subir y bajar tan rápidamente?». Explicó el mico: «Me casé con una jirafa, y cuando estoy gozando el acto del amor de repente me pide que le dé un besito». FIN.